Por Teódulo López Meléndez
Cuando el caudillo de turno había superado su paso por los Andes y se enrumbaba hacia el centro, comenzaban a prepararse las comisiones en Caracas. ¿Cuáles serán los gustos del nuevo prohombre que está por arribar hasta Valencia? Para saber lo que le gustaba a Cipriano Castro no se tardaron mucho. Le gustaban las muchachitas de la alta burguesía y el coñac.
Hechos los preparativos, en ambos sentidos, asistieron las comisiones a recibirlo y a garantizarle el respaldo. Sólo que Don Cipriano se excedía hasta el punto de que hubo de abandonar los placeres de la Casa Amarilla para ir en búsqueda de una cura que se tradujo en exilio, en persecución y en olvido. Lo sustituyó Juan Vicente Gómez, austero, uno que aseguraba que jamás dormía con una mujer.
Cuando Chávez, liberado por Caldera y convencido por Don Luis Miquilena de la conveniencia del camino electoral, marchaba hacia el poder, corrieron con los usos de hoy, apoyo periodístico, aviones a disposición, financiamiento abundante. Sólo que Chávez les salió respondón. Una vez que recibió la “inversión” se olvidó de devolverla. Cuando tomaron nota del error cometido ya era demasiado tarde y el beneficiado se volvió un incontrolable ante la reacción histérica de sus benefactores de antes.
Los tiempos cambian y la oferta varía: cámaras, invitación a los saraos, cordiales palmadas por parte de los prepotentes provisionalmente disminuidos, convite abierto. El tránsito del anonimato a la notoriedad es algo que debe ser digerido con cuidado. Las consecuencias pueden ser la sobre exposición, el deslumbramiento, la integración al espectáculo, la conversión en estrellas pop.
La notoriedad exige presencia de ánimo, control de las tentaciones, disciplina interna y rigor personal. Y una cosa clara: impedir que el “imaginario” del estereotipo sustituya al urgente mensaje que debe presentarse con solidez y como imán hacia el futuro.
Una de las ridiculeces mayores que cometió la otrora Coordinadora Democrática fue aquella célebre marcha, tristemente célebre, sobre la autopista del este y frente al Hotel Meliá donde se hospedaban Carter y el entonces Secretario general de la OEA César Gaviria. Allí aparecieron las actrices y las animadoras llorosas de Venevisión, Miss Venezuela con traje típico acompañada por el artífice de tal concurso de belleza vestido de liqui-liqui y la estrella, la máxima estrella de la jornada, Gustavo Cisneros, saludando a la multitud reunida inocentemente para ponerlo allí como el máximo artífice de la protesta y como conspicuo oferente del espectáculo que éramos. Integré a la narrativa aquella “diversión” encarnada de nuestro imaginario colectivo: está en mi novela En agonía.
Con períodos de decencia y honrosas excepciones esta ha sido la gran parodia escenificada siempre en el desierto de nuestra historia republicana.
Cuando el caudillo de turno había superado su paso por los Andes y se enrumbaba hacia el centro, comenzaban a prepararse las comisiones en Caracas. ¿Cuáles serán los gustos del nuevo prohombre que está por arribar hasta Valencia? Para saber lo que le gustaba a Cipriano Castro no se tardaron mucho. Le gustaban las muchachitas de la alta burguesía y el coñac.
Hechos los preparativos, en ambos sentidos, asistieron las comisiones a recibirlo y a garantizarle el respaldo. Sólo que Don Cipriano se excedía hasta el punto de que hubo de abandonar los placeres de la Casa Amarilla para ir en búsqueda de una cura que se tradujo en exilio, en persecución y en olvido. Lo sustituyó Juan Vicente Gómez, austero, uno que aseguraba que jamás dormía con una mujer.
Cuando Chávez, liberado por Caldera y convencido por Don Luis Miquilena de la conveniencia del camino electoral, marchaba hacia el poder, corrieron con los usos de hoy, apoyo periodístico, aviones a disposición, financiamiento abundante. Sólo que Chávez les salió respondón. Una vez que recibió la “inversión” se olvidó de devolverla. Cuando tomaron nota del error cometido ya era demasiado tarde y el beneficiado se volvió un incontrolable ante la reacción histérica de sus benefactores de antes.
Los tiempos cambian y la oferta varía: cámaras, invitación a los saraos, cordiales palmadas por parte de los prepotentes provisionalmente disminuidos, convite abierto. El tránsito del anonimato a la notoriedad es algo que debe ser digerido con cuidado. Las consecuencias pueden ser la sobre exposición, el deslumbramiento, la integración al espectáculo, la conversión en estrellas pop.
La notoriedad exige presencia de ánimo, control de las tentaciones, disciplina interna y rigor personal. Y una cosa clara: impedir que el “imaginario” del estereotipo sustituya al urgente mensaje que debe presentarse con solidez y como imán hacia el futuro.
Una de las ridiculeces mayores que cometió la otrora Coordinadora Democrática fue aquella célebre marcha, tristemente célebre, sobre la autopista del este y frente al Hotel Meliá donde se hospedaban Carter y el entonces Secretario general de la OEA César Gaviria. Allí aparecieron las actrices y las animadoras llorosas de Venevisión, Miss Venezuela con traje típico acompañada por el artífice de tal concurso de belleza vestido de liqui-liqui y la estrella, la máxima estrella de la jornada, Gustavo Cisneros, saludando a la multitud reunida inocentemente para ponerlo allí como el máximo artífice de la protesta y como conspicuo oferente del espectáculo que éramos. Integré a la narrativa aquella “diversión” encarnada de nuestro imaginario colectivo: está en mi novela En agonía.
Con períodos de decencia y honrosas excepciones esta ha sido la gran parodia escenificada siempre en el desierto de nuestra historia republicana.
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