El Universal
¿Qué le pasó al tipo aquel que se codeaba de tú a tú con la gente, que amapuchaba viejitas, besaba niños, palmeaba las espaldas de los hombres, miraba a los ojos a las mujeres, y se nutría del calor de la multitud?
Esta vez vimos a un hombre que, desde el helicóptero, se vaciló el viaducto en panorámica aérea, y en cuanto el aparato aterrizó, asomó por la puerta con una enorme sonrisa de spot dental, hinchado (perdón), henchido de orgullo por la obra magna de la revolución. Un hombre con camisa roja que puso pie en tierra sin pisarla, porque el hechizo del momento fue roto abruptamente por las masas emocionadas que, a paso de vengadores, traspasaron impetuosamente los anillos de seguridad y le fueron rodeando. Un hombre que de repente se sintió vulnerable, acosado por quienes en lugar de expresarle gratitud, se acercaban para exigirle compromisos nunca honrados, para exponerle necesidades nunca satisfechas, para reclamarle el olvido, el descuido o la simple indiferencia con que los mantiene relegados a un último plano en su agenda de prioridades.
¿Y el feeling? ¿Y la química? No vimos nada de eso por ahí. No se percibió el enamoramiento de otrora, y muchísimo menos la cacareada empatía del uno con los otros y viceversa. ¿Será que se les rompió el amor de tanto usarlo?
Será… Porque vimos a un hombre con camisa roja cuya sonrisa se transformó en tic nervioso y en airada mueca apenas se vio invadido por las manos y las voces del pueblo que pedía, pedía, pedía… ¡párame bola, Chávez! Soy yo, María, Juan, Rafucho, Yasuri Yamilet, Yerson Candelario. Somos nosotros, los que vivíamos ahí enfrente y nos sacaron para ponernos a dar bandazos sin un techo digno hasta esta fecha. Somos nosotros, los que no tenemos empleo y andamos matando tigres que no dan para comer. Somos nosotros, pana, los mismos de hace nueve años, los mismos que tú abrazaste e ilusionaste con un montón de vainas que no hemos visto.
Y el hombre se asustó y no supo qué decirle a aquella gente, no supo cómo moverse en medio de aquellos hombres, mujeres y niños que esperan todo de él, no supo cómo comunicarse con ese pueblo que no es cubano, ni boliviano, ni argentino, sino venezolano.
El líder del neosocialismo, el agitador continental, el revolucionario rompedor, el antiimperialista imperial, ni siquiera hizo el mínimo esfuerzo por disimular su incomodidad. Siempre tan ocurrente y faramallero, esta vez ni siquiera trató de endulzarle el guarapo al pueblo, y lo único que se le ocurrió fue huir en estampida de las masas ingratas y egoístas que no entienden su mesiánica misión, que anteponen sus penurias individuales a las penurias del colectivo, que quieren hablar sin respetar que el único que tiene derecho a hablar es él.
¡Qué van a saber esas gentes del sacrificio que para un hombre como él representa tener que ser la voz de los proletarios del mundo! ¡Qué van a saber de su apostolado por estos caminos infinitos de América! ¡Qué van a saber…, si con nada se conforman, si no les basta con su palabra, si no les alcanza con las becas, si no se contentan con las misiones!
Para colmo, los globitos se elevaron al revés. ¡Carajo, pero es que nadie es capaz de hacer las cosas bien en este país! El hombre abordó el helicóptero y se piró, dejando al pueblo donde siempre ha estado: en el abandono, a la intemperie de las desgracias, destiñéndose de desencanto.
Esta vez vimos a un hombre que, desde el helicóptero, se vaciló el viaducto en panorámica aérea, y en cuanto el aparato aterrizó, asomó por la puerta con una enorme sonrisa de spot dental, hinchado (perdón), henchido de orgullo por la obra magna de la revolución. Un hombre con camisa roja que puso pie en tierra sin pisarla, porque el hechizo del momento fue roto abruptamente por las masas emocionadas que, a paso de vengadores, traspasaron impetuosamente los anillos de seguridad y le fueron rodeando. Un hombre que de repente se sintió vulnerable, acosado por quienes en lugar de expresarle gratitud, se acercaban para exigirle compromisos nunca honrados, para exponerle necesidades nunca satisfechas, para reclamarle el olvido, el descuido o la simple indiferencia con que los mantiene relegados a un último plano en su agenda de prioridades.
¿Y el feeling? ¿Y la química? No vimos nada de eso por ahí. No se percibió el enamoramiento de otrora, y muchísimo menos la cacareada empatía del uno con los otros y viceversa. ¿Será que se les rompió el amor de tanto usarlo?
Será… Porque vimos a un hombre con camisa roja cuya sonrisa se transformó en tic nervioso y en airada mueca apenas se vio invadido por las manos y las voces del pueblo que pedía, pedía, pedía… ¡párame bola, Chávez! Soy yo, María, Juan, Rafucho, Yasuri Yamilet, Yerson Candelario. Somos nosotros, los que vivíamos ahí enfrente y nos sacaron para ponernos a dar bandazos sin un techo digno hasta esta fecha. Somos nosotros, los que no tenemos empleo y andamos matando tigres que no dan para comer. Somos nosotros, pana, los mismos de hace nueve años, los mismos que tú abrazaste e ilusionaste con un montón de vainas que no hemos visto.
Y el hombre se asustó y no supo qué decirle a aquella gente, no supo cómo moverse en medio de aquellos hombres, mujeres y niños que esperan todo de él, no supo cómo comunicarse con ese pueblo que no es cubano, ni boliviano, ni argentino, sino venezolano.
El líder del neosocialismo, el agitador continental, el revolucionario rompedor, el antiimperialista imperial, ni siquiera hizo el mínimo esfuerzo por disimular su incomodidad. Siempre tan ocurrente y faramallero, esta vez ni siquiera trató de endulzarle el guarapo al pueblo, y lo único que se le ocurrió fue huir en estampida de las masas ingratas y egoístas que no entienden su mesiánica misión, que anteponen sus penurias individuales a las penurias del colectivo, que quieren hablar sin respetar que el único que tiene derecho a hablar es él.
¡Qué van a saber esas gentes del sacrificio que para un hombre como él representa tener que ser la voz de los proletarios del mundo! ¡Qué van a saber de su apostolado por estos caminos infinitos de América! ¡Qué van a saber…, si con nada se conforman, si no les basta con su palabra, si no les alcanza con las becas, si no se contentan con las misiones!
Para colmo, los globitos se elevaron al revés. ¡Carajo, pero es que nadie es capaz de hacer las cosas bien en este país! El hombre abordó el helicóptero y se piró, dejando al pueblo donde siempre ha estado: en el abandono, a la intemperie de las desgracias, destiñéndose de desencanto.
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