07 junio 2007

Esto no es una rochela

Por Teódulo López Meléndez

En este país ha sido la radio donde mejor ha tomado cuerpo la libertad de expresión. Allí los productores independientes entrevistan a quien les parece. En la televisión los entrevistadores no pueden llevar a sus programas a quien les parezca, sino que les es suministrada una lista de “entrevistables” y antes de cada programa se les pregunta quienes van para decirles “este no”, “este sí”, “es mejor que entrevistes a fulano”. Los casos son innumerables y las listas negras no son precisamente un ejemplo de eso que se ha dado en llamar “libertad de expresión”.

En estos días he visto en la televisión a Antonio Pasquali y me he puesto a pensar cuantos decenios tenía el ilustre profesor sin aparecer en pantalla. Lo han invitado porque Pasquali es un hombre de profunda honestidad y sabe que en estos momentos dramáticos lo primordial es otra cosa y no sus lúcidas observaciones sobre la televisión. Pasquali lo dijo, “no reniego de nada” y se definió como un hombre de izquierda democrática. Bravo por Pasquali. En la misma actitud de Pasquali estoy yo, defendiendo ahora valores esenciales y, por lo tanto, suspendiendo, más no renegando, de lo que pienso sobre la televisión venezolana.

Ahora se glorifica a “Radio Rochela”, un programa que durante mucho tiempo tuvo calidad y que era conveniente ver cuando uno quería reír un poco. Un programa que se fue desvirtuando al paso del tiempo, uno que, al parecer, ha encontrado nueva casa en “Aló ciudadano”, una casa que me parece muy natural y oportuna. No dejo de recordar cuantas veces el señor Granier –ahora descrito por algunos columnistas como el “gran estadista que ha nacido”- utilizó ese programa para ridiculizar y tratar de destruir a quienes consideraba sus enemigos políticos o adversarios de sus propósitos manipuladores. Pero una cosa es la que describo y otra muy distinta el cierre de un canal de televisión o de cualquier medio. Me opongo y me opondré siempre a medidas de este tipo por la muy sencilla razón de mi defensa estar centrada en principios superiores cuando se ven amenazadas la democracia y la libertad. Las correcciones necesarias a la televisión venezolana deben provenir de un gobierno democrático, no de un totalitarismo que pretende otra cosa: dejar sin voz a la disidencia.

Lo de “Radio Rochela” es parte de una manipulación para despertar supuestas sensibilidades. Esa manipulación ataca de frente a las manifestaciones estudiantiles y sus nobles propósitos. Esa manipulación sigue partiendo del principio de la estupidez de los teleespectadores. Aquí nadie es “rochelero”, ni los estudiantes en la calle ni los que asistimos con una firme actitud ante los abusos de todo tipo, desde el control sobre el poder judicial hasta la criminalización de los jóvenes. Aquí somos luchadores democráticos que no aceptamos regresos al pasado, reproducción de los vicios y de las degeneraciones que convirtieron al entonces Congreso Nacional en asiento de la perversión negociada dando al traste con la voluntad de los electores y con el concepto mismo de representación. Ni aceptamos volver a los “excelentes contactos” que los dirigentes partidistas manejaban para arreglarse entre bambalinas con los dueños del poder massmediático. Aquí somos gente que aspira, con lógica y con conceptos, a una democracia deslastrada de la infinidad de negociados pasados por güisqui a la que nos acostumbraron, una democracia decente basada sobre la transparencia y el control ciudadano sobre los órganos del Estado.

Aquí no luchamos para que los “cacaos” de la era tecnológica regresen a ser dueños del valle. En este país abunda la gente honesta que quiere otra cosa, un salto cualitativo hacia delante y por eso el entusiasmo con estos jóvenes, los mismos que ahora quieren ser identificados con una “rochela”, con un espectáculo manipulador y detestable. A mí en lo personal me importa un comino, pues carezco absolutamente de aspiraciones de ser invitado a los viejos tiempos a beber güisqui para arreglar destinos, no quiero ser líder de nada ni de nadie, sólo decir mi palabra como obligación ética. Soy simplemente un escritor y mi deber es escribir. No tengo otro. Me propuse escribir columnas de opinión por un año porque ante el silencio pavoroso de los intelectuales que sólo sirven para “firmantes abajo” de comunicados de pocas líneas, creí mi deber hablar con claridad sobre este país. Ese año está por vencerse. De manera que no les extrañe que pronto desaparezca mi firma de las páginas web, de las páginas web insisto, puesto que ningún diario nacional publica mis textos.

Acabo de ver cómo se tenía en pantalla a las autoridades rectorales, que con valentía y sentido de la historia han acompañado a los estudiantes en la emocionante y gigantesca manifestación universitaria, sólo como relleno mientras llegaba la hora de la “rochela”. Ya es demasiado. Prefiero morir honesto y silenciado.

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