Por Jorge Navarrete Poblete
Blog La Mirada
No es ningún pecado ser empresario, como tampoco lo es el tener mucho dinero. Adicionalmente, son varios los casos de distinguidos millonarios que, en algún momento de sus vidas, han decidido dedicarse a la filantropía o a la política: George Soros o Douglas Tompkins son un buen ejemplo. Sin embargo, la pregunta relevante —y que ha sido parte de la crítica permanente al comportamiento de Sebastián Piñera— es ¿qué tan compatible resulta dedicarse, al mismo tiempo y en forma simultánea, a la actividad empresarial y a la política?
La relación entre la política y los negocios es un tema que ha adquirido creciente importancia en las últimas décadas. En efecto, en Chile nunca se hizo mayor cuestión sobre el hecho de que un político como Jorge Alessandri fuera por años presidente de la Papelera o que hubiera dirigido la Sofofa.
Sin embargo, en la actualidad estos temas han sido fuente de debate nacional e internacional. Así, por ejemplo, son motivo de controversia los intereses que el clan Bush tiene en las empresas petroleras texanas y cómo ese hecho pudo haber contaminado decisiones del gobierno de los Estados Unidos durante las administraciones que encabezaron los dos patriarcas de esa familia. Del mismo modo, Silvio Berlusconi fue duramente fustigado por no separar sus actividades comerciales con el ejercicio de la política y sus funciones en el gobierno, muy especialmente en aquellas áreas —como es el caso de los medios de comunicación— donde esta confusión puede ser todavía más nociva.
Justamente a propósito de las críticas al ex Primer Ministro italiano, la revista The Economist —cuya línea editorial en favor de la libertad económica nadie podría poner en duda— hizo una distinción muy clarificadora: una cosa es estar a favor del mercado (pro market) y otra, muy distinta, es estar a favor de los negocios (pro business).
La idea que subyace a este argumento es que no se puede pretender influir o decidir sobre cuáles son las reglas o procedimientos por los cuales se regirán ciertas actividades y, al mismo tiempo, servirse de esas reglas en beneficio propio. Para decirlo de otra forma, no se puede querer, en forma simultánea, arbitrar y jugar el mismo partido.
Esta tensión o ambigüedad, me parece a mí, es lo que está en el centro de todas las críticas que se hacen al ex (y próximo) candidato presidencial de la derecha. Más allá de las posibles infracciones legales con motivo de la compra de acciones de Lan Chile, lo fundamental es que no se puede —para decirlo con las mismas palabras que lo expresó Andrés Allamand— querer tener protagonismo político, si al mismo tiempo se continúa siendo un activista de los negocios.
Piñera debe resolver este tema a la brevedad y en forma definitiva. Con motivo de la última elección presidencial, él se comprometió a “deshacerse” de sus empresas si es que era elegido Presidente de la República. Cualquier ciudadano medianamente ilustrado sabe que no es posible, en un plazo de tres meses, liquidar negocios de tamaña envergadura.
De esta forma, uno podría pensar que Piñera nunca creyó que llegaría a ganar la última elección presidencial o, lo que es peor, que no estaba en sus planes cumplir con su propio compromiso.
Ahora que tiene tiempo, la opinión pública espera atenta.
Blog La Mirada
No es ningún pecado ser empresario, como tampoco lo es el tener mucho dinero. Adicionalmente, son varios los casos de distinguidos millonarios que, en algún momento de sus vidas, han decidido dedicarse a la filantropía o a la política: George Soros o Douglas Tompkins son un buen ejemplo. Sin embargo, la pregunta relevante —y que ha sido parte de la crítica permanente al comportamiento de Sebastián Piñera— es ¿qué tan compatible resulta dedicarse, al mismo tiempo y en forma simultánea, a la actividad empresarial y a la política?
La relación entre la política y los negocios es un tema que ha adquirido creciente importancia en las últimas décadas. En efecto, en Chile nunca se hizo mayor cuestión sobre el hecho de que un político como Jorge Alessandri fuera por años presidente de la Papelera o que hubiera dirigido la Sofofa.
Sin embargo, en la actualidad estos temas han sido fuente de debate nacional e internacional. Así, por ejemplo, son motivo de controversia los intereses que el clan Bush tiene en las empresas petroleras texanas y cómo ese hecho pudo haber contaminado decisiones del gobierno de los Estados Unidos durante las administraciones que encabezaron los dos patriarcas de esa familia. Del mismo modo, Silvio Berlusconi fue duramente fustigado por no separar sus actividades comerciales con el ejercicio de la política y sus funciones en el gobierno, muy especialmente en aquellas áreas —como es el caso de los medios de comunicación— donde esta confusión puede ser todavía más nociva.
Justamente a propósito de las críticas al ex Primer Ministro italiano, la revista The Economist —cuya línea editorial en favor de la libertad económica nadie podría poner en duda— hizo una distinción muy clarificadora: una cosa es estar a favor del mercado (pro market) y otra, muy distinta, es estar a favor de los negocios (pro business).
La idea que subyace a este argumento es que no se puede pretender influir o decidir sobre cuáles son las reglas o procedimientos por los cuales se regirán ciertas actividades y, al mismo tiempo, servirse de esas reglas en beneficio propio. Para decirlo de otra forma, no se puede querer, en forma simultánea, arbitrar y jugar el mismo partido.
Esta tensión o ambigüedad, me parece a mí, es lo que está en el centro de todas las críticas que se hacen al ex (y próximo) candidato presidencial de la derecha. Más allá de las posibles infracciones legales con motivo de la compra de acciones de Lan Chile, lo fundamental es que no se puede —para decirlo con las mismas palabras que lo expresó Andrés Allamand— querer tener protagonismo político, si al mismo tiempo se continúa siendo un activista de los negocios.
Piñera debe resolver este tema a la brevedad y en forma definitiva. Con motivo de la última elección presidencial, él se comprometió a “deshacerse” de sus empresas si es que era elegido Presidente de la República. Cualquier ciudadano medianamente ilustrado sabe que no es posible, en un plazo de tres meses, liquidar negocios de tamaña envergadura.
De esta forma, uno podría pensar que Piñera nunca creyó que llegaría a ganar la última elección presidencial o, lo que es peor, que no estaba en sus planes cumplir con su propio compromiso.
Ahora que tiene tiempo, la opinión pública espera atenta.
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