Por Marcos R. Carrillo P.
Como todo el que sufre, Chávez siente que su drama es el único que existe. Por eso, se aferra a la rocola, llena de boleros, e insiste en las letras de desencuentros, incomprensiones y traición. Todo sería entendible si se tratara de un desengaño de amor. En esa circunstancia, cualquiera lo acompañaría de buena gana a tomarse unos tragos mientras oyen los discos de 45 rpm de Daniel Santos, Tito Rodríguez o Felipe Pirela.
Pero la situación del presidente, y la nuestra, es mucho más dramática, pues no se trata de un despecho por un pérfido amor, como el que usted o yo podríamos tener, es algo de mayores dimensiones. Exige la incondicionalidad mundial. Quien se niegue a su capricho se convierte automáticamente en traidor, no sólo a él, sino a la patria, a la historia, al ser humano mismo.
La lista crece minuto a minuto: Podemos, Tascón, Baduel, los estudiantes, la iglesia, Marisabel y, ahora, Alvaro Uribe, son todos parte del bolerito que tiene letra mucho más larga. La angustia presidencial crece dramáticamente pues, en un alarde de bolerista despiadado, ha confesado, incluso, saberse rodeado de alacranes en su círculo más íntimo, tal y como se lo vaticinó el anciano Muller Rojas.
Y esta actitud bolerista es la expresión más clara de la primitiva concepción del poder que tiene Chávez. El gobernante que no entiende que el debate es inherente a la democracia y que no siempre se tiene la razón, no hace más que poner en práctica el principio, expuesto por el sofista Trasímaco en “La República”, según el cual la justicia es lo que conviene al más fuerte, afirmación falaz que Platón desmontó de forma brillante hace 2500 años.
Esa actitud atávica tiene serias consecuencias para los venezolanos, pues quien gobierna cree que sus órdenes son la ley. Y nada lo demuestra de forma más elocuente que la increíble amenaza proferida al respetabilísimo padre Ugalde, rector de la UCAB, en el programa estiércol de Venezolana de Televisión. Esa trágica noche para el país, el presidente de esta República (hasta ahora) amenazó al intelectual afirmando que “la próxima vez lo mando a la cárcel de Yare con todo y sotana”.
Esta aseveración es otra prueba irrefutable de la absoluta incomprensión presidencial de los conceptos de institución y de la abstracta teoría de separación de poderes. “Yo el supremo” -para usar la expresión de Roa Bastos que Petkoff ha identificado elocuentemente con Chávez- es alfa y omega del estado. Lo demás es, simplemente, no ser o, en términos militares, un traidor.
Pero el verdadero traidor en esta historia es quien acusa. Traicionó su juramento de respeto a la constitución, traicionó a sus seguidores, traiciona a los más pobres que no consiguen alimento ni vivienda digna, traicionó la campaña contra la corrupción que lo llevó a Miraflores, traiciona los ideales de Bolívar y, con su obsesión, terminará traicionando al muchacho que quería ser pelotero para que lo aplaudieran bastante.
Este bolero es disonante. Es el que pone quien no permite que nadie más oiga algo. Pero en este país hay muchas más canciones que suenan mejor que las que nos quiere obligar a oír. Así, mientras el despechado canta “reloj no marques las has horas, porque voy a enloquecer”, otros haremos una nueva versión de contigo en la distancia…
Como todo el que sufre, Chávez siente que su drama es el único que existe. Por eso, se aferra a la rocola, llena de boleros, e insiste en las letras de desencuentros, incomprensiones y traición. Todo sería entendible si se tratara de un desengaño de amor. En esa circunstancia, cualquiera lo acompañaría de buena gana a tomarse unos tragos mientras oyen los discos de 45 rpm de Daniel Santos, Tito Rodríguez o Felipe Pirela.
Pero la situación del presidente, y la nuestra, es mucho más dramática, pues no se trata de un despecho por un pérfido amor, como el que usted o yo podríamos tener, es algo de mayores dimensiones. Exige la incondicionalidad mundial. Quien se niegue a su capricho se convierte automáticamente en traidor, no sólo a él, sino a la patria, a la historia, al ser humano mismo.
La lista crece minuto a minuto: Podemos, Tascón, Baduel, los estudiantes, la iglesia, Marisabel y, ahora, Alvaro Uribe, son todos parte del bolerito que tiene letra mucho más larga. La angustia presidencial crece dramáticamente pues, en un alarde de bolerista despiadado, ha confesado, incluso, saberse rodeado de alacranes en su círculo más íntimo, tal y como se lo vaticinó el anciano Muller Rojas.
Y esta actitud bolerista es la expresión más clara de la primitiva concepción del poder que tiene Chávez. El gobernante que no entiende que el debate es inherente a la democracia y que no siempre se tiene la razón, no hace más que poner en práctica el principio, expuesto por el sofista Trasímaco en “La República”, según el cual la justicia es lo que conviene al más fuerte, afirmación falaz que Platón desmontó de forma brillante hace 2500 años.
Esa actitud atávica tiene serias consecuencias para los venezolanos, pues quien gobierna cree que sus órdenes son la ley. Y nada lo demuestra de forma más elocuente que la increíble amenaza proferida al respetabilísimo padre Ugalde, rector de la UCAB, en el programa estiércol de Venezolana de Televisión. Esa trágica noche para el país, el presidente de esta República (hasta ahora) amenazó al intelectual afirmando que “la próxima vez lo mando a la cárcel de Yare con todo y sotana”.
Esta aseveración es otra prueba irrefutable de la absoluta incomprensión presidencial de los conceptos de institución y de la abstracta teoría de separación de poderes. “Yo el supremo” -para usar la expresión de Roa Bastos que Petkoff ha identificado elocuentemente con Chávez- es alfa y omega del estado. Lo demás es, simplemente, no ser o, en términos militares, un traidor.
Pero el verdadero traidor en esta historia es quien acusa. Traicionó su juramento de respeto a la constitución, traicionó a sus seguidores, traiciona a los más pobres que no consiguen alimento ni vivienda digna, traicionó la campaña contra la corrupción que lo llevó a Miraflores, traiciona los ideales de Bolívar y, con su obsesión, terminará traicionando al muchacho que quería ser pelotero para que lo aplaudieran bastante.
Este bolero es disonante. Es el que pone quien no permite que nadie más oiga algo. Pero en este país hay muchas más canciones que suenan mejor que las que nos quiere obligar a oír. Así, mientras el despechado canta “reloj no marques las has horas, porque voy a enloquecer”, otros haremos una nueva versión de contigo en la distancia…
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.