Por Diana Duque Gómez
La consolidación de las criminales fuerzas neoestalinistas en América Latina es un atentado colosal contra la libertad individual. Estas fuerzas totalitarias han conquistado el poder en varios países del continente utilizando una pervertida concepción de democracia dominante hoy en el mundo, acogida por los estrategas de la política estadounidense, que establece que democracia es fundamentalmente la existencia de elecciones populares, reduciendo la democracia a un simple electoralismo.
Esta “democracia”, para serlo, debe garantizarle el derecho al voto incluso a quienes quieren destruirla. No importa que se aniquile una nación y sus libertades si se respetan las reglas del promiscuo juego electoral. Uno de los antecedentes de esta monstruosa perversión fue la “democrática” Constitución de Weimar en Alemania gracias a la cual el genocida Adolfo Hitler y su “revolución legal”, el totalitarismo nazi, llegaron al poder por voto popular en 1933. Con razón Thomas Jefferson reconocía la necesidad de una educación política de alta calidad para que hubiera ciudadanos realmente calificados para votar. Educación en la cual la libertad debía ser el valor supremo.
En una verdadera democracia los enemigos de la libertad individual y de la libertad económica no pueden tener derecho a participar en ninguna de las decisiones electorales, deben ser proscritos: la democracia es para los amantes de la libertad.
Sobre el lomo de la definición electoralista de democracia, los totalitarios de “izquierda” han podido difundir su liberticida discurso mesiánico calcado del de Lenin, Stalin y Fidel Castro con un maquillaje acorde con cada circunstancia. De esta manera han llegado al poder por vía electoral gobiernos de estirpe totalitaria estalinista como el de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Álvaro Colom en Guatemala –candidato de la exguerrilla URNG- entre otros neoestalinistas de diversos matices que han venido copando todo el mapa latinoamericano, lo cual ha contado con el apoyo de hecho de Estados Unidos que por sostener su falaz dictamen sobre lo que es democracia ha coadyuvado a que esto ocurra.
Esta concepción liberticida de democracia ha legalizado el totalitarismo y ha llevado a que organizaciones internacionales como la ONU y la OEA lo secunden en aras de defender la supuesta democracia.
El caso de Hugo Chávez ilustra muy bien a quién y cómo le sirve esa democracia electoralista. Este teniente coronel que comenzó su formación política como miembro de la juventud comunista venezolana y fanático admirador de Fidel Castro, el dictador estalinista de Cuba a quien considera su faro, llegó a la presidencia de su país por elección y entró al Palacio de Miraflores el 2 de febrero de 1999 después de un frustrado intento de golpe militar en 1992. El 3 de marzo, a los pocos días de posesionado, le envía una carta a otro muy admirado amigo, Ilich Ramírez Sánchez conocido como El Chacal, uno de los terroristas más siniestros del mundo, a quien trata de “distinguido compatriota”. En la misiva cita a Bolívar y a Lenin, su gran maestro, y le cuenta cuál va a ser su táctica desde el poder para llevar a cabo el proyecto totalitario: “Tiempo de oportunidad, del fino olfato y del instinto al acecho para alcanzar el momento sicológico propicio en que Ariadna, investida de leyes, teja el hilo que permita salir del laberinto”; se despide “Con profunda fe en la causa y en la misión, ¡Por ahora y para siempre!”(1). Apoyarse en las leyes que le permitieron llegar a la presidencia y ajustarlas a sus propósitos esclavistas a través de una Asamblea Constituyente (1999) que redactara una nueva Constitución de tipo estaliniano, como ocurrió, es la artera táctica del chavismo para imponer un Estado totalitario que cuenta con el aval de “legalidad” de todos los que creen que democracia es sólo el sinónimo de elecciones populares. Así, Chávez le cumple a sus maestros, al Chacal y al neoestalinismo.
Lenin tenía claro que una de las herramientas dentro de la combinación de todas las formas de lucha, “legales” e ilegales, para avanzar en el proceso “revolucionario” hacia el totalitarismo de “izquierda” era que el sistema político que quería destruir aceptara la convocatoria a una Asamblea Constituyente, en la cual las fuerzas “revolucionarias” tuvieran un papel preponderante. Esto lo proclamó en una de sus sentencias: “Así haya que ponerle una pistola en la sien a la burguesía, nuestra política debe ser la de exigir por todos los medios la convocatoria a una Asamblea Constituyente”(2).
El referendo del 2 de diciembre de 2007 para el perfeccionamiento del totalitarismo de “izquierda” en Venezuela, el cual perdió el chavismo y cuyo resultado Chávez en un gesto oportunista aceptó con “humildad”, sirvió para que la principal arma del neoestalinismo latinoamericano, la democracia electoralista, el caballo de Troya con que se ha venido tomando el poder en casi todo el continente, se fortaleciera y relegitimara en Venezuela ante los ojos ingenuos de todos los que en el mundo creen que ese doloso sistema electivo es lo mejor que ha producido la cultura política. Hoy, la única esperanza real que le queda al pueblo venezolano para recuperar su libertad individual es prepararse para la guerra civil.
La verdadera democracia es el resultado lógico de la filosofía liberal, es decir, la democracia es inseparable de la libertad individual. Como afirmara Georges Burdeau, “lo que hace legítimo un régimen no son ni los títulos históricos ni la aclamación popular, sino únicamente el respeto que muestra por la libertad del hombre”(3).
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NOTAS
1. Manuel Vicente Peña, La traición de Andrés Pastrana. Fundación Deberes Humanos, Bogotá, 2001, pág. 360; 2. El Tiempo, citado por Juan Diego Jaramillo, 21 de abril de 1990, pág. 5-A; 3. Georges Burdeau, El liberalismo político. Editorial Universitaria, Buenos Aires, 1979, pág. 21.
Cortesía de Benito Quintero
La consolidación de las criminales fuerzas neoestalinistas en América Latina es un atentado colosal contra la libertad individual. Estas fuerzas totalitarias han conquistado el poder en varios países del continente utilizando una pervertida concepción de democracia dominante hoy en el mundo, acogida por los estrategas de la política estadounidense, que establece que democracia es fundamentalmente la existencia de elecciones populares, reduciendo la democracia a un simple electoralismo.
Esta “democracia”, para serlo, debe garantizarle el derecho al voto incluso a quienes quieren destruirla. No importa que se aniquile una nación y sus libertades si se respetan las reglas del promiscuo juego electoral. Uno de los antecedentes de esta monstruosa perversión fue la “democrática” Constitución de Weimar en Alemania gracias a la cual el genocida Adolfo Hitler y su “revolución legal”, el totalitarismo nazi, llegaron al poder por voto popular en 1933. Con razón Thomas Jefferson reconocía la necesidad de una educación política de alta calidad para que hubiera ciudadanos realmente calificados para votar. Educación en la cual la libertad debía ser el valor supremo.
En una verdadera democracia los enemigos de la libertad individual y de la libertad económica no pueden tener derecho a participar en ninguna de las decisiones electorales, deben ser proscritos: la democracia es para los amantes de la libertad.
Sobre el lomo de la definición electoralista de democracia, los totalitarios de “izquierda” han podido difundir su liberticida discurso mesiánico calcado del de Lenin, Stalin y Fidel Castro con un maquillaje acorde con cada circunstancia. De esta manera han llegado al poder por vía electoral gobiernos de estirpe totalitaria estalinista como el de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Álvaro Colom en Guatemala –candidato de la exguerrilla URNG- entre otros neoestalinistas de diversos matices que han venido copando todo el mapa latinoamericano, lo cual ha contado con el apoyo de hecho de Estados Unidos que por sostener su falaz dictamen sobre lo que es democracia ha coadyuvado a que esto ocurra.
Esta concepción liberticida de democracia ha legalizado el totalitarismo y ha llevado a que organizaciones internacionales como la ONU y la OEA lo secunden en aras de defender la supuesta democracia.
El caso de Hugo Chávez ilustra muy bien a quién y cómo le sirve esa democracia electoralista. Este teniente coronel que comenzó su formación política como miembro de la juventud comunista venezolana y fanático admirador de Fidel Castro, el dictador estalinista de Cuba a quien considera su faro, llegó a la presidencia de su país por elección y entró al Palacio de Miraflores el 2 de febrero de 1999 después de un frustrado intento de golpe militar en 1992. El 3 de marzo, a los pocos días de posesionado, le envía una carta a otro muy admirado amigo, Ilich Ramírez Sánchez conocido como El Chacal, uno de los terroristas más siniestros del mundo, a quien trata de “distinguido compatriota”. En la misiva cita a Bolívar y a Lenin, su gran maestro, y le cuenta cuál va a ser su táctica desde el poder para llevar a cabo el proyecto totalitario: “Tiempo de oportunidad, del fino olfato y del instinto al acecho para alcanzar el momento sicológico propicio en que Ariadna, investida de leyes, teja el hilo que permita salir del laberinto”; se despide “Con profunda fe en la causa y en la misión, ¡Por ahora y para siempre!”(1). Apoyarse en las leyes que le permitieron llegar a la presidencia y ajustarlas a sus propósitos esclavistas a través de una Asamblea Constituyente (1999) que redactara una nueva Constitución de tipo estaliniano, como ocurrió, es la artera táctica del chavismo para imponer un Estado totalitario que cuenta con el aval de “legalidad” de todos los que creen que democracia es sólo el sinónimo de elecciones populares. Así, Chávez le cumple a sus maestros, al Chacal y al neoestalinismo.
Lenin tenía claro que una de las herramientas dentro de la combinación de todas las formas de lucha, “legales” e ilegales, para avanzar en el proceso “revolucionario” hacia el totalitarismo de “izquierda” era que el sistema político que quería destruir aceptara la convocatoria a una Asamblea Constituyente, en la cual las fuerzas “revolucionarias” tuvieran un papel preponderante. Esto lo proclamó en una de sus sentencias: “Así haya que ponerle una pistola en la sien a la burguesía, nuestra política debe ser la de exigir por todos los medios la convocatoria a una Asamblea Constituyente”(2).
El referendo del 2 de diciembre de 2007 para el perfeccionamiento del totalitarismo de “izquierda” en Venezuela, el cual perdió el chavismo y cuyo resultado Chávez en un gesto oportunista aceptó con “humildad”, sirvió para que la principal arma del neoestalinismo latinoamericano, la democracia electoralista, el caballo de Troya con que se ha venido tomando el poder en casi todo el continente, se fortaleciera y relegitimara en Venezuela ante los ojos ingenuos de todos los que en el mundo creen que ese doloso sistema electivo es lo mejor que ha producido la cultura política. Hoy, la única esperanza real que le queda al pueblo venezolano para recuperar su libertad individual es prepararse para la guerra civil.
La verdadera democracia es el resultado lógico de la filosofía liberal, es decir, la democracia es inseparable de la libertad individual. Como afirmara Georges Burdeau, “lo que hace legítimo un régimen no son ni los títulos históricos ni la aclamación popular, sino únicamente el respeto que muestra por la libertad del hombre”(3).
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NOTAS
1. Manuel Vicente Peña, La traición de Andrés Pastrana. Fundación Deberes Humanos, Bogotá, 2001, pág. 360; 2. El Tiempo, citado por Juan Diego Jaramillo, 21 de abril de 1990, pág. 5-A; 3. Georges Burdeau, El liberalismo político. Editorial Universitaria, Buenos Aires, 1979, pág. 21.
Cortesía de Benito Quintero
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