Por Gerardo E. Martínez-Solanas*
RELIAL
La estrategia oficialista ante la derrota del referendo de Reforma Constitucional en Venezuela, auspiciada por el propio Chávez en su discurso de acatamiento de esta decisión del pueblo, consiste en convertir esta derrota en un triunfo del carácter democrático de la gestión chavista en Venezuela.
El referendo fue diseñado para arrollar a la oposición desde una Asamblea Nacional comprometida con Chávez en su casi totalidad en una propuesta que el pueblo debía aprobar por mayoría simple. Era una manera expedita y fácil de manipular para implantar una nueva Constitución que le permitiera prolongar su mandato indefinidamente y le concediera poderes dictatoriales, además de otros cambios que diluyeran aún más la separación de poderes, indispensable para toda democracia.
La derrota ha dado paso a la reflexión de los chavistas, que tratan de apuntalar al mandatario con un propósito ulterior de seguir adelante por otros medios con el proyecto totalitario del Socialismo del Siglo XXI. Así nos percatamos con asombro de que esta maniobra política encuentre eco también en el exterior entre sectores que cabía esperar que fuesen más imparciales. Horas después de saberse los resultados del referendo, pudimos leer un artículo del sacerdote jesuíta Luis Barrios, de la Iglesia San Romero de Las Américas de New York, en el cual hacía hincapié con alivio que: “Doy gracias por el gesto del presidente Hugo Chávez y de su gobierno de reconocer que hay que aceptar la voluntad del pueblo.” Estas no son palabras de cualquier actor o espectador poco avezado sobre la realidad venezolana, sino de alguien instruido. Por eso no podemos tacharlas de ignorancia o ingenuidad, sino de un engañoso enfoque que se ampara en el espíritu cristiano.
En primer lugar, no hay que agradecer a ningún gobernante que cumpla con sus obligaciones de aceptar la voluntad del pueblo ni de aplicar sus mandatos. Esa es su función esencial como servidor del pueblo.
En segundo lugar, la afirmación reiterada en estas últimas horas de que Chávez ha demostrado ser un demócrata auténtico al acatar los resultados del referendo, es tan falsa como ridícula. La vocación democrática no se demuestra con estas señales. No tengo la menor duda de que quienes repiten este argumento protestarían enérgicamente si aplicáramos los mismos parámetros a Pinochet. El dictador chileno también convocó a un referendo y también acató su derrota, pero eso no lo convirtió en un devoto de la democracia.
Si acaso podríamos aplicarnos a estudiar por qué dos dictadores tan distintos cometieron el mismo error de cálculo. Podríamos especular que ambos estaban enardecidos –y cegados– por su propia arrogancia de poder y su malsano convencimiento de infalibilidad como caudillos indispensables para el bien de sus respectivas naciones. A su modo, fue el mismo error de cálculo cometido por Gorbachev cuando creyó que podría ejecutar reformas de apertura política sin renunciar al poder, como si la democracia de alguna forma pudiera sostener a gobernantes vitalicios. Evidentemente, el error se repite, porque el populismo medra en las democracias deficientes pero no basta para sustentar afanes de permanencia totalitaria.
La realidad venezolana no es necesariamente brillante en las postrimerías de este triunfo de la democracia. Eso sí, triunfó el pueblo venezolano y hemos de aplaudir su arrojo, persistencia y determinación, inspirado por un estudiantado militante y democrático que dio la pauta de la acción cívica. Huelga destacar ahora las irregularidades del proceso hasta el momento mismo de cerrarse las urnas, perpetradas para garantizar el triunfo del autoritarismo. Los enemigos de la democracia erraron el cálculo y perdieron. Pero el carácter autoritario que persiste en la actual hegemonía del Poder Ejecutivo sobre un Poder Judicial moldeado a su imagen y semejanza y un Poder Legislativo que responde casi unánimemente a sus intereses y designios, señalan una empinada senda que todavía le queda por recorrer al pueblo venezolano hacia la democracia participativa tan proclamada y tan poco aplicada bajo la égida de Chávez.
El actual mandatario venezolano navega con el respaldo de una Constitución que, en su momento, se diseñó a imagen y semejanza de sus ambiciones de poder en la medida que en 1999 era posible complacerlas. Dentro de sus parámetros se agazapa el peligro de que se proclamen Leyes Habilitantes, que le concedan una gran medida del poder adicional que buscaba en esta reforma constitucional, las cuales que serían fácilmente redactadas y aprobadas por una Asamblea Nacional que hasta hace pocos días respondía con el 100% de sus diputados a las maquinaciones chavistas. La enormidad de la propuesta de Chávez en este último referendo, consiguió la escisión de un pequeño fragmento de ese bloque legislativo monolítico que lo respaldaba, pero la mayoría que mantiene sigue siendo abrumadora.
La democracia que le resta a Venezuela sigue siendo muy frágil. Requiere una acción concertada de colaboración y solidaridad entre todos los que estén dispuestos a defenderla. Requiere también que los aspirantes a forjar una alternativa democrática genuina no se pierdan tanto en consideraciones abstractas sobre los principios y valores democráticos que los inspiran. Deben enfocar un poco más las necesidades del pueblo sin dejarse tentar por promesas grandilocuentes y vacías, sino con un resuelto interés de tejer soluciones eficaces y perdurables a sus necesidades más imperiosas. Para ponerle un dique a la oleada totalitaria es indispensable un respaldo popular masivo.
La democracia venezolana llegó al borde del abismo precisamente porque olvidó este requisito esencial de solidaridad entre gobernantes y gobernados por demasiado tiempo. Es hora de aplicarse a ello.
RELIAL
La estrategia oficialista ante la derrota del referendo de Reforma Constitucional en Venezuela, auspiciada por el propio Chávez en su discurso de acatamiento de esta decisión del pueblo, consiste en convertir esta derrota en un triunfo del carácter democrático de la gestión chavista en Venezuela.
El referendo fue diseñado para arrollar a la oposición desde una Asamblea Nacional comprometida con Chávez en su casi totalidad en una propuesta que el pueblo debía aprobar por mayoría simple. Era una manera expedita y fácil de manipular para implantar una nueva Constitución que le permitiera prolongar su mandato indefinidamente y le concediera poderes dictatoriales, además de otros cambios que diluyeran aún más la separación de poderes, indispensable para toda democracia.
La derrota ha dado paso a la reflexión de los chavistas, que tratan de apuntalar al mandatario con un propósito ulterior de seguir adelante por otros medios con el proyecto totalitario del Socialismo del Siglo XXI. Así nos percatamos con asombro de que esta maniobra política encuentre eco también en el exterior entre sectores que cabía esperar que fuesen más imparciales. Horas después de saberse los resultados del referendo, pudimos leer un artículo del sacerdote jesuíta Luis Barrios, de la Iglesia San Romero de Las Américas de New York, en el cual hacía hincapié con alivio que: “Doy gracias por el gesto del presidente Hugo Chávez y de su gobierno de reconocer que hay que aceptar la voluntad del pueblo.” Estas no son palabras de cualquier actor o espectador poco avezado sobre la realidad venezolana, sino de alguien instruido. Por eso no podemos tacharlas de ignorancia o ingenuidad, sino de un engañoso enfoque que se ampara en el espíritu cristiano.
En primer lugar, no hay que agradecer a ningún gobernante que cumpla con sus obligaciones de aceptar la voluntad del pueblo ni de aplicar sus mandatos. Esa es su función esencial como servidor del pueblo.
En segundo lugar, la afirmación reiterada en estas últimas horas de que Chávez ha demostrado ser un demócrata auténtico al acatar los resultados del referendo, es tan falsa como ridícula. La vocación democrática no se demuestra con estas señales. No tengo la menor duda de que quienes repiten este argumento protestarían enérgicamente si aplicáramos los mismos parámetros a Pinochet. El dictador chileno también convocó a un referendo y también acató su derrota, pero eso no lo convirtió en un devoto de la democracia.
Si acaso podríamos aplicarnos a estudiar por qué dos dictadores tan distintos cometieron el mismo error de cálculo. Podríamos especular que ambos estaban enardecidos –y cegados– por su propia arrogancia de poder y su malsano convencimiento de infalibilidad como caudillos indispensables para el bien de sus respectivas naciones. A su modo, fue el mismo error de cálculo cometido por Gorbachev cuando creyó que podría ejecutar reformas de apertura política sin renunciar al poder, como si la democracia de alguna forma pudiera sostener a gobernantes vitalicios. Evidentemente, el error se repite, porque el populismo medra en las democracias deficientes pero no basta para sustentar afanes de permanencia totalitaria.
La realidad venezolana no es necesariamente brillante en las postrimerías de este triunfo de la democracia. Eso sí, triunfó el pueblo venezolano y hemos de aplaudir su arrojo, persistencia y determinación, inspirado por un estudiantado militante y democrático que dio la pauta de la acción cívica. Huelga destacar ahora las irregularidades del proceso hasta el momento mismo de cerrarse las urnas, perpetradas para garantizar el triunfo del autoritarismo. Los enemigos de la democracia erraron el cálculo y perdieron. Pero el carácter autoritario que persiste en la actual hegemonía del Poder Ejecutivo sobre un Poder Judicial moldeado a su imagen y semejanza y un Poder Legislativo que responde casi unánimemente a sus intereses y designios, señalan una empinada senda que todavía le queda por recorrer al pueblo venezolano hacia la democracia participativa tan proclamada y tan poco aplicada bajo la égida de Chávez.
El actual mandatario venezolano navega con el respaldo de una Constitución que, en su momento, se diseñó a imagen y semejanza de sus ambiciones de poder en la medida que en 1999 era posible complacerlas. Dentro de sus parámetros se agazapa el peligro de que se proclamen Leyes Habilitantes, que le concedan una gran medida del poder adicional que buscaba en esta reforma constitucional, las cuales que serían fácilmente redactadas y aprobadas por una Asamblea Nacional que hasta hace pocos días respondía con el 100% de sus diputados a las maquinaciones chavistas. La enormidad de la propuesta de Chávez en este último referendo, consiguió la escisión de un pequeño fragmento de ese bloque legislativo monolítico que lo respaldaba, pero la mayoría que mantiene sigue siendo abrumadora.
La democracia que le resta a Venezuela sigue siendo muy frágil. Requiere una acción concertada de colaboración y solidaridad entre todos los que estén dispuestos a defenderla. Requiere también que los aspirantes a forjar una alternativa democrática genuina no se pierdan tanto en consideraciones abstractas sobre los principios y valores democráticos que los inspiran. Deben enfocar un poco más las necesidades del pueblo sin dejarse tentar por promesas grandilocuentes y vacías, sino con un resuelto interés de tejer soluciones eficaces y perdurables a sus necesidades más imperiosas. Para ponerle un dique a la oleada totalitaria es indispensable un respaldo popular masivo.
La democracia venezolana llegó al borde del abismo precisamente porque olvidó este requisito esencial de solidaridad entre gobernantes y gobernados por demasiado tiempo. Es hora de aplicarse a ello.
* Doctor en Economía (CUNY) y Licenciado en Ciencias Políticas (CCNY). Asesor Financiero y funcionario retirado de las Naciones Unidas. Autor de: "Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo siglo"; Ediciones Universal, 1997. Director de DemocraciaParticipativa.net
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