Primero los regalos, aumentos de sueldo, becas y halagos y después usurpación de las funciones del Consejo Nacional de Universidades y de los Consejos Universitarios de las universidades autónomas. Eso ha sucedido frente a nuestras narices. La zanahoria de la compra no va a funcionar. Las universidades dirán su palabra. Están obligadas a decirla.
Los videos nos muestran la verdad de los hechos, sobre todo en materia de represión. La multitud de estudiantes es la más grande que este columnista ha visto en su vida. Lo dice quien participó activamente en las luchas estudiantiles de los años calientes de la década del sesenta. Los “matemáticos” estériles que sacan porcentajes sobre la población estudiantil y el número de participantes son fofos mentales. Hay una voluntad que apenas requiere de un grito: ¡Viva la inteligencia!
No pretendo ver a Sartre en una barricada en el barrio de Chacaíto. Aquí no existe un Sartre. Esto es lo que tenemos, no más. En la Francia del mayo los filósofos y los intelectuales eran los íconos. Aquí lo son las actrices y los actores. Tenemos lo que los sesudos sociólogos nos han estado repitiendo, un “imaginario colectivo”. La oportunidad es buena para proclamar uno nuevo, pero para ello es menester reclamar a la imaginación su presencia. La imaginación pasa por incluir en el grito una transformación de las universidades, un mantenimiento de una autonomía renovada, un grito a la manera de Córdova. Es decir, llenar la palabra libertad.
Allí, en esa multitud de estudiantes, están los líderes. Deben aprender que no necesitan otros, ni reconocerse en el estereotipo, ni repetir las consignas de otros. Deben abrir la inteligencia y la imaginación, si es que quieren insurgir como la generación del 28, aquella histórica donde estaban Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, entre otros muchos, y marcar la historia de esta república. Nosotros, los de la generación del 58, insurgimos a la caída de una dictadura a la que los universitarios de entonces supieron darle un empuje hacia el final. Nos tocó vivir siempre en democracia, hasta ahora. Estos muchachos de hoy tienen una vaga idea de la tiranía perezjimenista, son hijos de la democracia, no sabían, hasta ahora, como es el aire de un régimen de fuerza.
Y los entrevistados siguen echándose paladas de tierra: “esto no es político”, “nosotros no somos políticos”, “no tenemos nada que hacer con la política”. Cometen el peor error, el más grave de todos. Un ciudadano es un político, no necesariamente un activista político o un dirigente de partido o alguien que pretende ejercer un cargo público. Un ciudadano que reclama un derecho es un político. Los estudiantes que están en la calle están en una acción política, todo el que pelea o emite un grito de defensa o de protesta o de reclamo es un político por la muy sencilla razón de ser ciudadano. La ciudadanía implica el ejercicio diario, cotidiano, constante de la política. El dictador lo que ha pretendido es acabar con la política, definida por mí como el invento de los hombres para vivir en paz, para resolver los conflictos, para armonizar los intereses encontrados con justicia y equidad. Este régimen no quiere política, la quiere extirpar, desaparecer del mapa. Tiene este régimen una contribución valiosa en toda esta cuerda de opinadores que repiten “estos no es política, “yo no soy político”. Semejante declaración permanente convierte a los ojos de la gente a la política en una actividad malsana, detestable y repudiable, para satisfacción del dictador. Los jóvenes deben gritar ¡Viva la política!
Los muchachos que están en las calles deben saber que no son protagonistas de disturbios, que no son siquiera protagonistas de una protesta, que por los azares de la historia se les ha confiado una misión mucho más trascendente: ser parteros de un nuevo tiempo. No están allí para otra cosa que para un despertar. Están allí para tomar un comando donde no hay comandantes. No quiero escribir el día de mañana un artículo titulado “El mayo perdido”. Allí en esa multitud están los estudiantes que hicieron posible aquella frase: “Aquí vive el presidente y el que manda vive enfrente”. Fue en la lucha contra la sucesión de Juan Vicente Gómez y el líder estudiantil que la motivó se llamaba Jóvito Villalba. No puedo saber si esta generación estará a la altura de tamaña responsabilidad. Sólo cumplo con decírselos.
Los videos nos muestran la verdad de los hechos, sobre todo en materia de represión. La multitud de estudiantes es la más grande que este columnista ha visto en su vida. Lo dice quien participó activamente en las luchas estudiantiles de los años calientes de la década del sesenta. Los “matemáticos” estériles que sacan porcentajes sobre la población estudiantil y el número de participantes son fofos mentales. Hay una voluntad que apenas requiere de un grito: ¡Viva la inteligencia!
No pretendo ver a Sartre en una barricada en el barrio de Chacaíto. Aquí no existe un Sartre. Esto es lo que tenemos, no más. En la Francia del mayo los filósofos y los intelectuales eran los íconos. Aquí lo son las actrices y los actores. Tenemos lo que los sesudos sociólogos nos han estado repitiendo, un “imaginario colectivo”. La oportunidad es buena para proclamar uno nuevo, pero para ello es menester reclamar a la imaginación su presencia. La imaginación pasa por incluir en el grito una transformación de las universidades, un mantenimiento de una autonomía renovada, un grito a la manera de Córdova. Es decir, llenar la palabra libertad.
Allí, en esa multitud de estudiantes, están los líderes. Deben aprender que no necesitan otros, ni reconocerse en el estereotipo, ni repetir las consignas de otros. Deben abrir la inteligencia y la imaginación, si es que quieren insurgir como la generación del 28, aquella histórica donde estaban Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, entre otros muchos, y marcar la historia de esta república. Nosotros, los de la generación del 58, insurgimos a la caída de una dictadura a la que los universitarios de entonces supieron darle un empuje hacia el final. Nos tocó vivir siempre en democracia, hasta ahora. Estos muchachos de hoy tienen una vaga idea de la tiranía perezjimenista, son hijos de la democracia, no sabían, hasta ahora, como es el aire de un régimen de fuerza.
Y los entrevistados siguen echándose paladas de tierra: “esto no es político”, “nosotros no somos políticos”, “no tenemos nada que hacer con la política”. Cometen el peor error, el más grave de todos. Un ciudadano es un político, no necesariamente un activista político o un dirigente de partido o alguien que pretende ejercer un cargo público. Un ciudadano que reclama un derecho es un político. Los estudiantes que están en la calle están en una acción política, todo el que pelea o emite un grito de defensa o de protesta o de reclamo es un político por la muy sencilla razón de ser ciudadano. La ciudadanía implica el ejercicio diario, cotidiano, constante de la política. El dictador lo que ha pretendido es acabar con la política, definida por mí como el invento de los hombres para vivir en paz, para resolver los conflictos, para armonizar los intereses encontrados con justicia y equidad. Este régimen no quiere política, la quiere extirpar, desaparecer del mapa. Tiene este régimen una contribución valiosa en toda esta cuerda de opinadores que repiten “estos no es política, “yo no soy político”. Semejante declaración permanente convierte a los ojos de la gente a la política en una actividad malsana, detestable y repudiable, para satisfacción del dictador. Los jóvenes deben gritar ¡Viva la política!
Los muchachos que están en las calles deben saber que no son protagonistas de disturbios, que no son siquiera protagonistas de una protesta, que por los azares de la historia se les ha confiado una misión mucho más trascendente: ser parteros de un nuevo tiempo. No están allí para otra cosa que para un despertar. Están allí para tomar un comando donde no hay comandantes. No quiero escribir el día de mañana un artículo titulado “El mayo perdido”. Allí en esa multitud están los estudiantes que hicieron posible aquella frase: “Aquí vive el presidente y el que manda vive enfrente”. Fue en la lucha contra la sucesión de Juan Vicente Gómez y el líder estudiantil que la motivó se llamaba Jóvito Villalba. No puedo saber si esta generación estará a la altura de tamaña responsabilidad. Sólo cumplo con decírselos.
* Escritor
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Exprésate libremente.
En este blog no se permiten comentarios de personas anónimas.