Por Liliana Fasciani M.
Diario El Universal
La historia es como un tren: se detiene en muchas estaciones antes de llegar a su destino. El único inconveniente es que el destino del tren de la historia es inalcanzable, a menos que la última parada quede en un pueblo ya extinto.
Por fortuna, Venezuela tiene veinticinco millones y pico de esperanzas que la salvan de la extinción, pese a los esfuerzos de algunos por convertirla en un país fantasma. Pero, por desgracia, nuestro tren avanza tosiendo asmáticamente a través de estaciones inhóspitas cuyos relojes giran al revés.
Es entonces cuando uno se pregunta cuál será la crucial finalidad de un maquinista dedicado por completo al desmontaje de los rieles históricos y de las plataformas institucionales.
Mientras otros países logran sus objetivos de desarrollo sostenible, crecimiento económico, modernización urbana, tecnificación rural, calidad de servicios, eficacia administrativa, excelencia académica, superación profesional, solidez democrática, estabilidad política y bienestar social, los venezolanos no hemos tenido un momento de sosiego en medio de esta barahúnda irracional. El permanente estado de alarma colectiva causado por el incesante traqueteo de alocuciones, acciones y ficciones que promueve el gobierno, perturba –cuando no paraliza– todo intento de aplicación fructífera al estudio, al trabajo, a la creatividad, al entretenimiento y al descanso. No hay manera de sentirse seguro, dormir tranquilamente, vivir en armonía.
Nuestra historia, como cualquier otra, tiene sus capítulos negros, sus notas a pie de página, sus referencias marginales, y tiene, también, sus capítulos brillantes con bellas ilustraciones de acontecimientos y personajes relevantes.
Cruzada la frontera hostil, se suponía que habíamos dejado atrás los oscuros túneles donde moran la incertidumbre y el miedo, que habíamos superado los tambaleantes puentes de cruentas guerras. La verdad es que nunca nos alejamos bastante del peligro. Y ahora, ¿qué insano y perverso interés tiene el maquinista de turno en que los pasajeros de este tren viajemos sin un mínimo de garantías?
El recorrido que hemos hecho desde hace poco menos de una década ha estado signado por variedad de obstáculos, contratiempos, desvíos y tribulaciones. El tren ha pasado de largo por las estaciones de servicio, porque el maquinista ha decidido detenerse únicamente en las casetas abandonadas. Y de un tiempo a esta fecha, celebra la mayor de sus torpezas haciendo sonar estrepitosamente la bocina mientras penetra en un túnel ciego, cuya única salida fue sellada hace años por el derribo de un muro.
Los que viajan en el vagón VIP, no obstante las comodidades, no hacen más que ver hacia la puerta, temerosos de que el maquinista en cualquier momento les ordene saltar por la ventana. Quienes viajan en los vagones “bussiness” ni siquiera disfrutan del paisaje, afanados en meter en sus morrales todo el mobiliario. Los pasajeros de los vagones económicos van y vienen por los pasillos, hambrientos, insatisfechos y con un incurable reconcomio. Y los que vamos en los vagones de carga, aunque el espíritu se nos mantenga a flote y nuestra voluntad siga de pie, viajamos hacinados y excluidos, con el corazón amoratado, y casi-casi amordazada la palabra.
El tren de esta historia se estrellará contra el murallón y los viandantes quedaremos atrapados en la oscuridad del silencio…, a menos que se frene al maquinista.
Diario El Universal
La historia es como un tren: se detiene en muchas estaciones antes de llegar a su destino. El único inconveniente es que el destino del tren de la historia es inalcanzable, a menos que la última parada quede en un pueblo ya extinto.
Por fortuna, Venezuela tiene veinticinco millones y pico de esperanzas que la salvan de la extinción, pese a los esfuerzos de algunos por convertirla en un país fantasma. Pero, por desgracia, nuestro tren avanza tosiendo asmáticamente a través de estaciones inhóspitas cuyos relojes giran al revés.
Es entonces cuando uno se pregunta cuál será la crucial finalidad de un maquinista dedicado por completo al desmontaje de los rieles históricos y de las plataformas institucionales.
Mientras otros países logran sus objetivos de desarrollo sostenible, crecimiento económico, modernización urbana, tecnificación rural, calidad de servicios, eficacia administrativa, excelencia académica, superación profesional, solidez democrática, estabilidad política y bienestar social, los venezolanos no hemos tenido un momento de sosiego en medio de esta barahúnda irracional. El permanente estado de alarma colectiva causado por el incesante traqueteo de alocuciones, acciones y ficciones que promueve el gobierno, perturba –cuando no paraliza– todo intento de aplicación fructífera al estudio, al trabajo, a la creatividad, al entretenimiento y al descanso. No hay manera de sentirse seguro, dormir tranquilamente, vivir en armonía.
Nuestra historia, como cualquier otra, tiene sus capítulos negros, sus notas a pie de página, sus referencias marginales, y tiene, también, sus capítulos brillantes con bellas ilustraciones de acontecimientos y personajes relevantes.
Cruzada la frontera hostil, se suponía que habíamos dejado atrás los oscuros túneles donde moran la incertidumbre y el miedo, que habíamos superado los tambaleantes puentes de cruentas guerras. La verdad es que nunca nos alejamos bastante del peligro. Y ahora, ¿qué insano y perverso interés tiene el maquinista de turno en que los pasajeros de este tren viajemos sin un mínimo de garantías?
El recorrido que hemos hecho desde hace poco menos de una década ha estado signado por variedad de obstáculos, contratiempos, desvíos y tribulaciones. El tren ha pasado de largo por las estaciones de servicio, porque el maquinista ha decidido detenerse únicamente en las casetas abandonadas. Y de un tiempo a esta fecha, celebra la mayor de sus torpezas haciendo sonar estrepitosamente la bocina mientras penetra en un túnel ciego, cuya única salida fue sellada hace años por el derribo de un muro.
Los que viajan en el vagón VIP, no obstante las comodidades, no hacen más que ver hacia la puerta, temerosos de que el maquinista en cualquier momento les ordene saltar por la ventana. Quienes viajan en los vagones “bussiness” ni siquiera disfrutan del paisaje, afanados en meter en sus morrales todo el mobiliario. Los pasajeros de los vagones económicos van y vienen por los pasillos, hambrientos, insatisfechos y con un incurable reconcomio. Y los que vamos en los vagones de carga, aunque el espíritu se nos mantenga a flote y nuestra voluntad siga de pie, viajamos hacinados y excluidos, con el corazón amoratado, y casi-casi amordazada la palabra.
El tren de esta historia se estrellará contra el murallón y los viandantes quedaremos atrapados en la oscuridad del silencio…, a menos que se frene al maquinista.
El maquinista y los pasajeros estan sordos y ciegos, no se dan cuenta que mas adelante las vias del tren estar rotas y se van a descarrilar
ResponderEliminarSeria factible que los pasajeros participaran en un concurso de ideas para definir objetivos y estrategias a seguir
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