Dejando de lado las miserias y el aislamiento que frenéticamente busca someternos el rupestre gobierno bolivariano, en el viejo continente, la realidad de un nuevo horizonte despuntó durante la semana pasada. La moderna Europa, faro cultural y moralizador de nuestra sociedad occidental desde el siglo XVIII, impulsa otra vez la sensatez racional, ésta última, doblegada por ese fantasma del neoautocratismo socialista y el cáncer espiritual de los Estados del Bienestar.
Los resultados electorales en el Reino Unido y Francia, dan cuenta que todo no está perdido. Y no precisamente esos anhelos vienen porque el Támesis o el Sena hayan traído sorpresas, como de suyo, se apela en nuestras latitudes cuando algo bueno bendice a las naciones. Provienen del sentido común del ciudadano elector, cansado de los malabarismos y filfas del socialismo europeo que prometió el paraíso sin trabajo.
Tony Blair, el mismo que en 1997 traería consigo la victoria del laborismo, se ha despedido del gobierno. Su partido ha sufrido una escandalosa derrota en las elecciones para concejales llevadas a efecto en Gales, Escocia y una parte considerable de Inglaterra. El nuevo laborismo, el mismo que sedujo a la juventud británica postacheriana con el slogan del “cambio”, luce ahora como un manto envejecido de doble faz, capaz por un lado de elevar las banderas igualitarias y pacifistas, y por el otro, participar cínicamente en la controvertida guerra contra Irak defendiendo blasones.
Surgen nuevos actores, entre los que sobresalen, los partidos separatistas escocés y galés. Nacionalismo que insurge gracias a la duplicidad de la izquierda británica y su gran capacidad para mostrarse como un gobierno que no resuelve los problemas reales de la gente. Sin embargo, muy a pesar del repunte nacionalista, quienes han ganado terreno son los “tories”. Los conservadores, bajo la nueva dirección del joven David Cameron, están listos para el retorno al poder, eso sí, con más experiencia. Un capítulo que todavía estará en suspenso hasta 2009.
Pero más allá del giro ideológico británico, la noticia sobre el retorno de la sensatez, ha sido el sorprendente triunfo del conservador Nicolás Sarkozy. Un hito histórico para una Europa acostumbrada al discurso acomodaticio. Con el incontrovertible 53% de los votos, ha ganado el balotaje de las elecciones presidenciales francesas, tras una campaña electoral memorable.
Las semanas previas al proceso comicial, encendidas por retomar la importancia de la “polémica” en las sociedades libres, fueron el escenario para debatir aquellos tópicos que la drogada Europa evitó abordar sea por miedo o comodidad. El tan cacareado sedante que representó el mayo francés de 1968, defendido como efeméride sagrada por los “héroes de lo fácil”, volverá al lugar donde debió quedarse: ¡como una página del ayer que merece pasarse!. Ni las amenazas de la derrotada Ségolène Royal, la misma que irresponsablemente advirtió que si ganaba la derecha “se desencadenaría la violencia y brutalidad en Francia”, ni los alaridos revolucionarios de quienes todavía creen en las bendiciones del facilismo podrán cerrarle paso al retorno del real aprendizaje, valor del esfuerzo y el mérito individual logrados tras una sana competencia.
Con Sarkozy más que una victoria de la derecha francesa, es el triunfo de la sensatez y del orden natural que lamentablemente fue alterado por los socialistas en 1968.
Qui habet aures audiendi audiat.
Los resultados electorales en el Reino Unido y Francia, dan cuenta que todo no está perdido. Y no precisamente esos anhelos vienen porque el Támesis o el Sena hayan traído sorpresas, como de suyo, se apela en nuestras latitudes cuando algo bueno bendice a las naciones. Provienen del sentido común del ciudadano elector, cansado de los malabarismos y filfas del socialismo europeo que prometió el paraíso sin trabajo.
Tony Blair, el mismo que en 1997 traería consigo la victoria del laborismo, se ha despedido del gobierno. Su partido ha sufrido una escandalosa derrota en las elecciones para concejales llevadas a efecto en Gales, Escocia y una parte considerable de Inglaterra. El nuevo laborismo, el mismo que sedujo a la juventud británica postacheriana con el slogan del “cambio”, luce ahora como un manto envejecido de doble faz, capaz por un lado de elevar las banderas igualitarias y pacifistas, y por el otro, participar cínicamente en la controvertida guerra contra Irak defendiendo blasones.
Surgen nuevos actores, entre los que sobresalen, los partidos separatistas escocés y galés. Nacionalismo que insurge gracias a la duplicidad de la izquierda británica y su gran capacidad para mostrarse como un gobierno que no resuelve los problemas reales de la gente. Sin embargo, muy a pesar del repunte nacionalista, quienes han ganado terreno son los “tories”. Los conservadores, bajo la nueva dirección del joven David Cameron, están listos para el retorno al poder, eso sí, con más experiencia. Un capítulo que todavía estará en suspenso hasta 2009.
Pero más allá del giro ideológico británico, la noticia sobre el retorno de la sensatez, ha sido el sorprendente triunfo del conservador Nicolás Sarkozy. Un hito histórico para una Europa acostumbrada al discurso acomodaticio. Con el incontrovertible 53% de los votos, ha ganado el balotaje de las elecciones presidenciales francesas, tras una campaña electoral memorable.
Las semanas previas al proceso comicial, encendidas por retomar la importancia de la “polémica” en las sociedades libres, fueron el escenario para debatir aquellos tópicos que la drogada Europa evitó abordar sea por miedo o comodidad. El tan cacareado sedante que representó el mayo francés de 1968, defendido como efeméride sagrada por los “héroes de lo fácil”, volverá al lugar donde debió quedarse: ¡como una página del ayer que merece pasarse!. Ni las amenazas de la derrotada Ségolène Royal, la misma que irresponsablemente advirtió que si ganaba la derecha “se desencadenaría la violencia y brutalidad en Francia”, ni los alaridos revolucionarios de quienes todavía creen en las bendiciones del facilismo podrán cerrarle paso al retorno del real aprendizaje, valor del esfuerzo y el mérito individual logrados tras una sana competencia.
Con Sarkozy más que una victoria de la derecha francesa, es el triunfo de la sensatez y del orden natural que lamentablemente fue alterado por los socialistas en 1968.
Qui habet aures audiendi audiat.
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