03 septiembre 2007

Las campanas de la catedral

Por Teódulo López Meléndez

Una encuesta demuestra que en un mes aumentó en un 11 por ciento la intención de voto en el referéndum donde nos jugaremos la vida como nación y que el rechazo a la reelección tiene un diez por ciento de ventaja. Otra indica que por vez primera Chávez llega a una elección sin estar ganándola y que derrotarlo en la consulta sólo requiere acción pedagógica y una dirección distinta de la tradicional.

Frente a los números aún se alega que votar es una acción cómoda. No, la acción cómoda es no salir a pelear electoralmente lo que se tiene ganado. Sin embargo, lo que los lectores me dicen vía correo electrónico es que no puede haber esa dirección nueva que he pedido, y que comienzan a señalar las encuestas, porque no existe la reserva ética e intelectual a la que he apelado. Si no existe pues tiremos los bártulos, abandonemos el juego, corramos todos a abrazar la dictadura e introduzcámonos en la paz de Juan Vicente Gómez, una, donde, por cierto, existía esa reserva y la mitad de los más brillantes intelectuales del país eran ministros, mientras la otra mitad estaba en las cárceles o en el exilio. Hoy en día el “intelectual” está refugiado en alguna lucrativa actividad de la iniciativa privada, escurre el bulto en sus artículos reseñando muestras pictóricas y actividades urbanas y es alabado por los adláteres del régimen como un hombre de “gran” pluma y exquisito proceder.

Insisto, no obstante, que la reserva civil existe. Lo que pasa es que no tiene modo de expresarse, no es “entrevistado predilecto”, no es “niño bonito” acariciado por la alta capa social, no es heredero, no es el prototipo que la bendita democracia creó con sus subsidios y sus protecciones, no es ese “intelectual” blandengue –alejado del pensamiento y refugiado en el aguardiente o en la finura de procedimientos- que el período democrático parió haciendo del escritor y del hombre de pensamiento un pedidor de boletos aéreos o un burócrata exquisito, ad nútum.

La reserva intelectual está regada por toda la república. Mi experiencia de editor me señala gente extraordinaria desde Ciudad Bolívar hasta Maracaibo. Gente profunda, ensayistas de primera, estupendos hombres y mujeres al día con el pensamiento. Sucede que entre ellos y la política se creó una barrera insalvable, por ahora. La barrera la crearon los mediocres, quienes los echaron de los partidos porque su insignificancia no toleraba la luz; la creó el país mismo con su desprecio por el pensamiento; la creo el comportamiento de los “líderes partidistas” que se dedicaron, día a día, a practicar este país como botín. No pretendo crear una república contraria o a la imagen y semejanza de la de Platón. Lo que exijo y requiero es que esa vasta inteligencia se ponga al servicio de la política. Este es el quid de la cuestión: lograr que la vasta inteligencia nacional rompa la barrera y comprenda que le corresponde el papel político de salvar nuestra república. Si lográsemos ese paso clave ya no veríamos más ministros como los de este gobierno.

“Hay mucha plata en la calle”, me dicen los lectores y yo recuerdo que el factor final de la revolución francesa fue el aumento del precio del pan. Volver a la política, reconocerse en la política, decidirse a la política, mata el dispendio y el ballet rosado del consumismo desesperado en que la población se está refugiando. Admito que la población inundada de bolívares –más no de Bolívar- es incapaz de comprender los procesos económicos, de entender el exceso de circulante con factor inflacionario, comprender que ponerle la mano al Banco Central equivale a dejar en unas manos regaladoras y dispendiosas el valor de nuestra moneda, percibir que marchamos hacia un desastre económico. Este juego de mitigar la inflación con más circulante, de soñar que el petróleo nos permitirá la fiesta continua e indefinida, admito encandila, hasta tal punto que una de las verdaderas causas del lanzamiento de la reforma constitucional en este momento es la aparición del llamado bolívar fuerte, esto es, un juego macabro de ilusión monetaria combinada con la ilusión de un poder popular.

He admitido que diversos tipos de propiedad pueden y deben convivir pacíficamente con la privada. He dicho que el Poder Ciudadano debe ser asumido en el texto constitucional. Sólo que en el proyecto de reforma la propiedad privada es literalmente barrida y dejada a merced de las trapisondas. El Poder Popular que se nos pretende implantar no tiene nada que ver con la concepción correcta de un país de ciudadanos, controlando y participando activamente en la concreción de las políticas públicas. Se trata, más bien, de un pastiche que va desde la comuna de París hasta las emigraciones forzosas de Camboya pasando por las concepciones maoístas de revolución. Por ello se pretende que nuestra constitución sea El libro rojo, para emular a Mao, cuando, en verdad, lo único que logra imitar es El libro Gordo de Petete. Entonces, ¿Dónde está la importancia política de exigir el voto por separado de cada propuesta? Qué me digan cuales serían las propuestas válidas que estos provisionales dirigentes de provisionales partidos asumen como “positivas” y factibles de votar afirmativamente. Esas consideraciones no son más que distracciones, fábulas de gente que no se atreve a tomar posición. La reforma viene rechazada en bloque y punto.

Es hora de que suenen las campanas de la catedral de Caracas llamando a cabildo. Es hora de que el pueblo se reúna en torno a esos insurgentes integrantes de la Junta Patriótica y le griten no a Emparan. Es hora de que le impongan no al exceso de mando. Es hora de que todas las campanas de todas las iglesias sigan el ejemplo que Caracas dio o que suenen, mejor aún, las campanas de todas las iglesias del interior, obligando a las campanas de la catedral de Caracas a seguir su ejemplo, por la sencilla razón de que es bastante probable que la salvación de la república esté en la provincia, a medio despertar en las ciudades y pueblos interioranos, en la inteligencia que mira desde la provincia con calma momentánea como la capital, una vez más, se hace escenario del Miss Venezuela, para que el pueblo diga cual es la más bonita, para que tome partido, para que apueste cual ganará, para que calcule cual de ellas nos representará en la OEA ante Insulza, para que el pueblo diga que debemos votar por ellas por separado, para que el pueblo embriagado y con un bolívar fuerte en la mano le diga Sí al Osmel Sousa que tiene a esta vieja señora Venezuela convertida en una bazofia llena de cirugías plásticas como la geopolítica del poder, las intervenciones quirúrgicas en la geografía, la jornada de seis horas como gran telón de fondo de este teatro y, sobre todo que, como Osmel Sousa (director eterno del concurso de belleza), dirija para siempre este concurso de fealdad.

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