21 septiembre 2007

El racismo de un aspirante a tirano

Por José Brechner

Cuando Evo Morales inició sus desaforadas aventuras políticas a la cabeza de los productores de coca y luego se vendió a Hugo Chávez, estimé que recibió del venezolano entre 50 y 60 millones de dólares. Hoy la cifra me parece conservadora. En las últimas semanas repartió 30 millones entre los jefes de las Fuerzas Armadas Bolivianas y alcaldes de la oposición, y desde que inauguró su gobierno les regaló 20 millones adicionales.

Desde 1999 hasta 2006 Morales viajó por lo menos un centenar de veces a Caracas a recibir instrucciones directas de su jefe, quien todavía no era visible para la mayoría de los bolivianos. Chávez apareció en el escenario cuando Morales ya tenía control del poder, de lo contrario, muchos no hubiesen votado por él. Ese fue el mayor engaño al pueblo. Habiendo logrado su objetivo, todas las demás son mentiras miniatura.

De las falsedades que pregona el presidente, algunas son copia de las que coreaba Mentirosa Menchú para concitar la atención e inspirar lástima. Morales, como la guatemalteca, dijo que los blancos les cortaban las manos y les quemaban los ojos a los indios para que no pudieran aprender a leer o escribir, como si los nativos hubiesen sabido de esas artes. Los naturales andinos conocieron por primera vez la escritura cuando llegaron los españoles.

La educación en Bolivia es obligatoria y gratuita. Existen escuelas diseminadas en todo su territorio, pero el vil embuste sirvió para importar miles de cubanos con el aparente propósito de “alfabetizar” a los campesinos, que son porcentualmente una minoría de la ciudadanía, ya que la mayoría se mudó a los centros urbanos y suburbanos. Los originarios se dedican al comercio, la industria o los servicios. Son muy pocos los que aún tienen a la agricultura como base de sustento económico.

La manera de Morales de tratar de impactar internacionalmente es aludiendo a un racismo proveniente de él mismo. Sus declaraciones ante las protestas masivas que van creciendo en envergadura --pero que optó por no reprimir temporalmente en procura de hacerse de una imagen mesurada para su candidatura al Nobel-- son que sus opositores “quieren derrocar al indio”. Nunca menciona que “no indios” también votaron por él. Elude responsabilidades sobre las violentas provocaciones y asesinatos cometidos por su gobierno, no respeta los derechos ciudadanos de manifestarse libremente y avasalla contra la sociedad civil brutalmente. Se refiere a sí mismo como el “indio” amenazado, como si los demás bolivianos no tuviesen sangre autóctona corriendo en sus venas y su condición étnica fuese el móvil que alienta a la población a sublevarse. Morales no quiere admitir que el pueblo se cansó de su alevosía, incompetencia y sometimiento a intereses foráneos.

Pocos hablan de la discriminación indigenista del aimara contra quechuas, mestizos y blancos, difundida por sus ideólogos de ultra izquierda. Es que la unión de quechuas y blancos conforma la predominante arquitectura mestiza boliviana. Los españoles no trajeron mujeres al nuevo mundo durante los primeros 80 años de conquista y se juntaron con las quechuas a quienes encontraron más atractivas y accesibles. El mestizaje con las aimaras fue menor. El añejo resentimiento viene de que los indígenas aimaras durante el incario vivieron como esclavos de los quechuas, que a su vez eran siervos de los incas. Fue el criollo --el hombre blanco-- que los liberó de más de 300 años de absoluto sometimiento al sanguinario monarca incaico.

El gobierno indigenista está cimentado en la calumnia repetitiva, igual que el de Chávez, pero el escudarse en una discriminación infundada es una canallesca infamia. Los únicos racistas declarados son Evo Morales y sus cófrades. La segregación es frontal y pública. Ni el Demente Coronel --siendo zambo-- se atrevió a tanto, y es que los venezolanos son también amalgama de muchos genes. Esta última jugada de Morales es irritante y ofensiva no sólo para los bolivianos sino para cualquiera. Escudar sus abusos e ineptitud trayendo a colación su linaje, está más allá de lo tolerable. Si los aimaras quieren guerra racial, de seguro la van a tener, pero no habrá vencedores.

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