Por Teódulo López Meléndez
El documento “ideológico” y de “principios” que Un Nuevo Tiempo ha presentado como su vademécum no es otra cosa que una sarta de lugares comunes. Bien podría ser considerado la “Biblia del lugar común”. Allí no se hace otra cosa que repetir y repetir lo que el mundo ha dado por bueno desde hace mucho tiempo, como la separación de poderes, la búsqueda de la justicia social o la de la implementación de una creciente participación de la gente en los procesos políticos.
Podría desecharse como una “boutade”, lanzarlo al cesto de la basura como algo inocuo y de imposible lectura u olvidarlo con desdén como un “spam” de esos que los sistemas de defensa de nuestras computadoras lanzan a la carpeta de “eliminados”. Pero hay un elemento que nos sume en extrema preocupación y que hemos denunciado en infinidad de ocasiones: los males de la democracia provienen, de manera fundamental, en que infinidad de actores políticos consideran que sobre la democracia todo está ya dicho, que no hay manera de innovar, de enriquecerla con nuevas ideas y nuevos conceptos, que basta con repetir “libertad” y “democracia”, sin poner el pensamiento a su servicio. Por si faltaba una prueba de este “democraticidio”, de este condenar la democracia a la repetición, al aburrimiento, a la carencia y al desmayo, al lugar común en suma, he aquí este patético documento de Un Nuevo Tiempo.
La falsa pretensión de innovar mediante el uso de adjetivos (esta vez invertidos) es dañina. La democracia ha estado sometida a la adjetivación desmesurada. Se le han puesto todos los apellidos. Ahora, por si algo faltaba, se invierte el proceso en un alarde de “intelectualización” que llama a asombro: los lugares comunes no son llamados social democracia, sino democracia social.
Por si fuera poco el cúmulo de repeticiones, la manifestación de toda carencia de programas y de ideas para enfrentar el drama nacional, el texto es personalizado. La referencia inicial –que enmarca todo el documento (llamémoslo así, qué remedio) parte de la égida de Manuel Rosales, como fundador y máximo líder. Correspondencia, qué duda cabe, con las más aburridas tradiciones de los partidos llamados históricos. Podríamos confundirlo con un manifiesto copeyano iniciado con la frase “nuestro máximo líder Rafael Caldera”. La institucionalización del personaje de “máximo líder” es correspondiente a la concepción estalinista del poder descendiente que AD y COPEI se copiaron del partido Comunista y que hoy vemos insertado como cáncer en el PSUV.
Lo que tenemos entonces –siguiendo con este ideario del papá Stalin y de la madrecita Rusia- es la espalda de la organización partidista venezolana a los tiempos presentes, unos que reclaman horizontalidad en la conducción, abolición de los tribunales disciplinarios (que bien podrían ser sustituidos por una Comisión de Ética, para juzgar –por ejemplo. a corruptos y no a disidentes de opinión), respeto absoluto por las opiniones de cada quien, opiniones no emitidas por una dirección nacional enquistada sino por el colectivo. No aceptamos -parece obvio- ninguna renovación del concepto de política, de la manera como ciudadanos ejercen la militancia partidista como forma de correa de transmisión hasta de los humores colectivos. No, los partidos venezolanos prefieren tener militantes disciplinados que sigan la “línea partidista”. Así no habrá partidos incidiendo sobre la transición que tarde o temprano llegará, sino aventureros de cualquier laya copando el hueco de poder dejado por los gobernantes en fuga.
Pero no pretendo volver sobre el tema de la organización partidista y del concepto de política que ya he repetido hasta la obstinación en mis diagramas sobre una democracia del siglo XXI. Es este insólito documento de “principios” de Un Nuevo Tiempo lo que reclama la atención. Es la prueba de que la imaginación está muerta en los colectivos partidistas. Es la prueba fallida de la necesidad de envolverse en una “ideología”, la manifestación paranoica de “tener” un “cuerpo doctrinario”. Una cosa es eso y otra muy distinta las ideas para gobernar un país guiados por un conjunto de normas éticas, de principios, de grandes canales conductores para materializar lo que se pretende con la sociedad a la que se ofrece gobernar. Por supuesto que Un Nuevo Tiempo no logra ni una cosa ni la otra –con sarcasmo podríamos añadir que ni todo lo contrario-.
Lo que constatamos es que la “democracia social” que se nos pretende ofrecer simplemente no existe. Lo que verificamos es que este heterogéneo y compulsivo partido nacido de la circunstancia de una candidatura presidencial sin votos propios para enfrentar un nuevo round contra el régimen, no es más que un conglomerado amorfo, una herencia universal de lo repetido, una agrupación que es incapaz de modificar una coma de lo sabido, un receptáculo de lo obvio, una panegírico del lugar común que sabe hasta un niño estudiante de Moral y Cívica antes de que el gobierno inventara su currículo de la atrofia y del desvarío.
Un Nuevo Tiempo le ha dicho al país lo que es. No lo decimos los lectores de su “Biblia de lugares comunes”. Simplemente lo vemos, lo constatamos, y aunque sepamos de la pobreza intelectual y de la cortedad de miras de mucho “político” que se agrupa motivado por las circunstancias y las obligaciones pragmáticas, es necesario recoger esta precaria antología barnizada de “principios” y de “ideología” para volver a decir que si algún muerto existe en este país es la imaginación creadora, cuya tumba está al lado de otra que reza en la lápida “ideas” y de otra que asegura “aquí descansa en paz todo concepto”. A la llamada “democracia social” no se le puede inventar una oración para la lápida, pues los próceres de Un Nuevo Tiempo nos han dejado claro que jamás existió, que son simples ejecutores de la adjetivación a la inversa, que no son más que un grupo que existe para la toma del poder aunque después –si lo logran, lo que no creo- se dedicarían a hacer un gobierno más, otro a olvidar, uno que el amontonamiento de gente unida para la búsqueda del gobierno no justificaría. Un Nuevo Tiempo nos ha dicho meridianamente con su “documento” que es la encarnación de nuestra precariedad.
El documento “ideológico” y de “principios” que Un Nuevo Tiempo ha presentado como su vademécum no es otra cosa que una sarta de lugares comunes. Bien podría ser considerado la “Biblia del lugar común”. Allí no se hace otra cosa que repetir y repetir lo que el mundo ha dado por bueno desde hace mucho tiempo, como la separación de poderes, la búsqueda de la justicia social o la de la implementación de una creciente participación de la gente en los procesos políticos.
Podría desecharse como una “boutade”, lanzarlo al cesto de la basura como algo inocuo y de imposible lectura u olvidarlo con desdén como un “spam” de esos que los sistemas de defensa de nuestras computadoras lanzan a la carpeta de “eliminados”. Pero hay un elemento que nos sume en extrema preocupación y que hemos denunciado en infinidad de ocasiones: los males de la democracia provienen, de manera fundamental, en que infinidad de actores políticos consideran que sobre la democracia todo está ya dicho, que no hay manera de innovar, de enriquecerla con nuevas ideas y nuevos conceptos, que basta con repetir “libertad” y “democracia”, sin poner el pensamiento a su servicio. Por si faltaba una prueba de este “democraticidio”, de este condenar la democracia a la repetición, al aburrimiento, a la carencia y al desmayo, al lugar común en suma, he aquí este patético documento de Un Nuevo Tiempo.
La falsa pretensión de innovar mediante el uso de adjetivos (esta vez invertidos) es dañina. La democracia ha estado sometida a la adjetivación desmesurada. Se le han puesto todos los apellidos. Ahora, por si algo faltaba, se invierte el proceso en un alarde de “intelectualización” que llama a asombro: los lugares comunes no son llamados social democracia, sino democracia social.
Por si fuera poco el cúmulo de repeticiones, la manifestación de toda carencia de programas y de ideas para enfrentar el drama nacional, el texto es personalizado. La referencia inicial –que enmarca todo el documento (llamémoslo así, qué remedio) parte de la égida de Manuel Rosales, como fundador y máximo líder. Correspondencia, qué duda cabe, con las más aburridas tradiciones de los partidos llamados históricos. Podríamos confundirlo con un manifiesto copeyano iniciado con la frase “nuestro máximo líder Rafael Caldera”. La institucionalización del personaje de “máximo líder” es correspondiente a la concepción estalinista del poder descendiente que AD y COPEI se copiaron del partido Comunista y que hoy vemos insertado como cáncer en el PSUV.
Lo que tenemos entonces –siguiendo con este ideario del papá Stalin y de la madrecita Rusia- es la espalda de la organización partidista venezolana a los tiempos presentes, unos que reclaman horizontalidad en la conducción, abolición de los tribunales disciplinarios (que bien podrían ser sustituidos por una Comisión de Ética, para juzgar –por ejemplo. a corruptos y no a disidentes de opinión), respeto absoluto por las opiniones de cada quien, opiniones no emitidas por una dirección nacional enquistada sino por el colectivo. No aceptamos -parece obvio- ninguna renovación del concepto de política, de la manera como ciudadanos ejercen la militancia partidista como forma de correa de transmisión hasta de los humores colectivos. No, los partidos venezolanos prefieren tener militantes disciplinados que sigan la “línea partidista”. Así no habrá partidos incidiendo sobre la transición que tarde o temprano llegará, sino aventureros de cualquier laya copando el hueco de poder dejado por los gobernantes en fuga.
Pero no pretendo volver sobre el tema de la organización partidista y del concepto de política que ya he repetido hasta la obstinación en mis diagramas sobre una democracia del siglo XXI. Es este insólito documento de “principios” de Un Nuevo Tiempo lo que reclama la atención. Es la prueba de que la imaginación está muerta en los colectivos partidistas. Es la prueba fallida de la necesidad de envolverse en una “ideología”, la manifestación paranoica de “tener” un “cuerpo doctrinario”. Una cosa es eso y otra muy distinta las ideas para gobernar un país guiados por un conjunto de normas éticas, de principios, de grandes canales conductores para materializar lo que se pretende con la sociedad a la que se ofrece gobernar. Por supuesto que Un Nuevo Tiempo no logra ni una cosa ni la otra –con sarcasmo podríamos añadir que ni todo lo contrario-.
Lo que constatamos es que la “democracia social” que se nos pretende ofrecer simplemente no existe. Lo que verificamos es que este heterogéneo y compulsivo partido nacido de la circunstancia de una candidatura presidencial sin votos propios para enfrentar un nuevo round contra el régimen, no es más que un conglomerado amorfo, una herencia universal de lo repetido, una agrupación que es incapaz de modificar una coma de lo sabido, un receptáculo de lo obvio, una panegírico del lugar común que sabe hasta un niño estudiante de Moral y Cívica antes de que el gobierno inventara su currículo de la atrofia y del desvarío.
Un Nuevo Tiempo le ha dicho al país lo que es. No lo decimos los lectores de su “Biblia de lugares comunes”. Simplemente lo vemos, lo constatamos, y aunque sepamos de la pobreza intelectual y de la cortedad de miras de mucho “político” que se agrupa motivado por las circunstancias y las obligaciones pragmáticas, es necesario recoger esta precaria antología barnizada de “principios” y de “ideología” para volver a decir que si algún muerto existe en este país es la imaginación creadora, cuya tumba está al lado de otra que reza en la lápida “ideas” y de otra que asegura “aquí descansa en paz todo concepto”. A la llamada “democracia social” no se le puede inventar una oración para la lápida, pues los próceres de Un Nuevo Tiempo nos han dejado claro que jamás existió, que son simples ejecutores de la adjetivación a la inversa, que no son más que un grupo que existe para la toma del poder aunque después –si lo logran, lo que no creo- se dedicarían a hacer un gobierno más, otro a olvidar, uno que el amontonamiento de gente unida para la búsqueda del gobierno no justificaría. Un Nuevo Tiempo nos ha dicho meridianamente con su “documento” que es la encarnación de nuestra precariedad.
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