Por Ivan Eland*
Durante los primeros días de la administración Clinton, Colin Powell, por entonces Jefe del Estado Mayor Conjunto, sintió nauseas cuando Madeleine Albright dio a entender que debido a que los Estados Unidos poseían unas enormes y estupendas fuerzas armadas, debían estar dispuestos a utilizarlas promiscuamente en el exterior. Tras la debacle en Irak, el creciente grupo de aquellos que desean una política exterior más moderada—liberales, conservadores, libertarios e independientes—debería todavía estar sintiendo nauseas.
Así, la problemática e hiperactiva política exterior estadounidense no surgió con el presidente George W. Bush, sino que ha existido a través de las administraciones demócratas y republicanas desde que Harry S Truman era presidente. A pesar de que George W. Bush fue especialmente incauto e incompetente al intentar el fiasco de su armada edificación de naciones en Irak, la hiperactividad en los asuntos extranjeros de los EE.UU. es principalmente estructural.
En otras palabras, existen presiones dentro de lo que el presidente Dwight Eisenhower denominó “el complejo militar industrial” para utilizar en abundancia a los militares en el exterior a fin de justificar la adquisición de grandes cantidades de costoso equipamiento militar fabricado primariamente aquí en el país. La mayor parte de la industria de la defensa de los EE.UU. está constituida de manera ostensible por empresas privadas, ya sea con ninguna o solamente pequeñas cantidades de empresas comerciales, que esencialmente se han convertido en protegidas del Estado. Esta entusiasta industria de la defensa opera en colusión con los servicios militares, para inflar las amenazas a fin de justificar la necesidad de comprar cuestionables armamentos, y con representantes parlamentarios, para hacer que los contribuyentes paguen la cuenta de esas armas innecesarias. En verdad, cuando los grandes contratistas de la defensa escogen a subcontratistas, no lo hacen sobre la base de obtener el mejor subsistema al mejor precio (tal como se hace en el mercado comercial), sino para desparramar los subcontratos sobre tantos estados y distritos parlamentarios como sea posible, para ampliar el apoyo político a favor del programa de armas. Así, se torna prácticamente imposible terminar con un sistema de armas, incluso si el costo se ha vuelto exorbitante, su desempeño ha sido pobre, su cronograma se ha incumplido, o los acontecimientos mundiales lo han tornado irrelevante.
Un destacado ejemplo recientemente publicitado de este problema endémico mucho mas grande es el esfuerzo de Lockheed Martin de modificar a los existentes helicópteros (EH-101) con nuevos sistemas de comunicaciones y defensa ultramodernos para crear los VH-71, una flotilla de 28 helicópteros para transportar al presidente en viajes breves hacia y desde el Fuerza Aérea Uno, su avión de comando jumbo-jet Boeing 747. La Marina, para obtener el nuevo helicóptero para la Casa Blanca, ha tenido que detener el programa del helicóptero en un intento por rescatarlo. Según el Washington Post, los costos del programa se han casi duplicado desde $6.100 millones en 2005 hasta $11.200 millones hoy día, y el cronograma se ha atrasado significativamente.
Dicho deslizamiento del costo, cronograma o desempeño es común en los programas de defensa, debido a la poca competencia—la base del mercado comercial—que existe a nivel del contrato principal o del subcontrato en la industria de la defensa. Además, las empresas ofertan resueltamente con un precio excesivamente bajo (“buy in”) para obtener el contrato, y luego confían en la probabilidad de que puedan cobrarle al Departamento de Defensa muchos dólares cuando se hagan cambios a los muy específicos requisitos militares—los que inevitablemente ocurren. En el caso del VH-71, Lockheed Martin ha alegado que la Marina ha añadido 1.900 requerimientos desde que el contrato inicial fue suscripto. (La Marina niega este numero, pero no niega que los requerimientos se han vuelto tan exigentes que la totalidad de la aeronave EH-101 sha tenido que ser rediseñada por completo para crear un VH-71). De este modo, la comparación del entonces Secretario de Defensa Donald Rumsfeld de la groseramente ineficiente industria estadounidense de la defensa con la planificación centralizada soviética fue enteramente apropiada—siendo ambas zonas libres de la competencia.
A pesar de que Eisenhower, un ex general, fue quien primero advirtió del “complejo militar industrial” (que en verdad debería haberse denominado el “complejo militar-industrial-parlamentario”), Harry Truman realmente lo inventó. Hasta la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos carecían de una industria de la defensa especializada. Cuando surgía una guerra, las fabricas civiles se convertían a la producción militar y luego se reconvertían a la producción comercial una vez que la guerra había finalizado. Pero Truman creó la primera industria especializada de la defensa en la historia de los EE.UU., al concederle negocios permanentes en materia de defensa a empresas “privadas” durante las épocas de paz. Así, no fue ninguna coincidencia que a diferencia de los periodos que siguieron a todas las guerras anteriores—incluidos los primeros años de la Guerra Fría subsiguientes a la Segunda Guerra Mundial—los Estados Unidos no desmovilizaron a sus fuerzas armadas después de la Guerra de Corea. De ese modo nacían las primeras grandes fuerzas armadas en épocas de paz en más de 175 años de historia estadounidense. Incluso durante el empate nuclear entre las superpotencias durante la Guerra Fría, las presiones para utilizar a las históricamente vastas fuerzas de los EE.UU. en áreas pequeñas demostraron ser demasiado intensas como para resistirlas. Por lo tanto el acompañante de las atípicamente grandes fuerzas armadas en épocas de paz que siguieron a la Guerra de Corea fue una no tradicional política exterior intervencionista de los EE.UU..
Tales hechos deberían alarmar a aquellos conservadores tradicionales que defienden una política exterior estadounidense más moderada pero que guardan silencio cuando alguien menciona recortar el presupuesto de defensa. Pero sí se quiere eliminar la tentación de Albright, un recorte de la masiva base del presupuesto de defensa que está bien por encima de los $500 mil millones al año (sin contar el costo anual de las guerras en Irak y Afganistán), y la proyección de armamentos de poder ofensivo contenida en él, es una obligación.
¿Pero cómo puede ser recortado el presupuesto de defensa sí todas aquellas empresas de defensa están presionando a sus senadores y congresistas por más de la dadiva? El legado de Harry Truman debe ser modificado. Una industria dedicada exclusivamente a la defensa debe ser erradicada. Los muros alrededor de la industria de la defensa que impiden la competencia deben ser derribados de modo tal que las firmas con principalmente actividades comerciales puedan competir por contratos de defensa. El primer paso en este proceso sería insistir en que los servicios armados morigeren sus requerimientos exclusivos y excesivamente rigurosos a nivel del subcontrato. En otras palabras, las fuerzas armadas de los EE.UU. deberían ser obligadas a utilizar partes comercialmente disponibles—o que dichas partes puedan ser fácilmente modificadas para los requerimientos militares—en sus sistemas de armamentos.
De este modo, en una movida al estilo de “regreso al futuro”, los subcontratistas—igual que solía hacer la totalidad de la maquinaria de la producción bélica en los viejos tiempos—serian capaces de entrar y salir de la producción para la defensa en la medida que las amenazas militares a los Estados Unidos suban y bajen. Sí los subcontratistas pudiesen moverse libremente de la producción comercial a la de armamentos y viceversa, menos presión surgiría para mantener alto al presupuesto de defensa durante épocas de baja amenaza (por ejemplo: en el presente, el terrorismo no exige mucho dinero para combatirlos). Con presupuestos de defensa más bajos y unas fuerzas armadas más modestas y orientadas defensivamente, la tentación de Albright de intervenir excesivamente alrededor del mundo también se vería reducida.
Traducido por Gabriel Gasave
Durante los primeros días de la administración Clinton, Colin Powell, por entonces Jefe del Estado Mayor Conjunto, sintió nauseas cuando Madeleine Albright dio a entender que debido a que los Estados Unidos poseían unas enormes y estupendas fuerzas armadas, debían estar dispuestos a utilizarlas promiscuamente en el exterior. Tras la debacle en Irak, el creciente grupo de aquellos que desean una política exterior más moderada—liberales, conservadores, libertarios e independientes—debería todavía estar sintiendo nauseas.
Así, la problemática e hiperactiva política exterior estadounidense no surgió con el presidente George W. Bush, sino que ha existido a través de las administraciones demócratas y republicanas desde que Harry S Truman era presidente. A pesar de que George W. Bush fue especialmente incauto e incompetente al intentar el fiasco de su armada edificación de naciones en Irak, la hiperactividad en los asuntos extranjeros de los EE.UU. es principalmente estructural.
En otras palabras, existen presiones dentro de lo que el presidente Dwight Eisenhower denominó “el complejo militar industrial” para utilizar en abundancia a los militares en el exterior a fin de justificar la adquisición de grandes cantidades de costoso equipamiento militar fabricado primariamente aquí en el país. La mayor parte de la industria de la defensa de los EE.UU. está constituida de manera ostensible por empresas privadas, ya sea con ninguna o solamente pequeñas cantidades de empresas comerciales, que esencialmente se han convertido en protegidas del Estado. Esta entusiasta industria de la defensa opera en colusión con los servicios militares, para inflar las amenazas a fin de justificar la necesidad de comprar cuestionables armamentos, y con representantes parlamentarios, para hacer que los contribuyentes paguen la cuenta de esas armas innecesarias. En verdad, cuando los grandes contratistas de la defensa escogen a subcontratistas, no lo hacen sobre la base de obtener el mejor subsistema al mejor precio (tal como se hace en el mercado comercial), sino para desparramar los subcontratos sobre tantos estados y distritos parlamentarios como sea posible, para ampliar el apoyo político a favor del programa de armas. Así, se torna prácticamente imposible terminar con un sistema de armas, incluso si el costo se ha vuelto exorbitante, su desempeño ha sido pobre, su cronograma se ha incumplido, o los acontecimientos mundiales lo han tornado irrelevante.
Un destacado ejemplo recientemente publicitado de este problema endémico mucho mas grande es el esfuerzo de Lockheed Martin de modificar a los existentes helicópteros (EH-101) con nuevos sistemas de comunicaciones y defensa ultramodernos para crear los VH-71, una flotilla de 28 helicópteros para transportar al presidente en viajes breves hacia y desde el Fuerza Aérea Uno, su avión de comando jumbo-jet Boeing 747. La Marina, para obtener el nuevo helicóptero para la Casa Blanca, ha tenido que detener el programa del helicóptero en un intento por rescatarlo. Según el Washington Post, los costos del programa se han casi duplicado desde $6.100 millones en 2005 hasta $11.200 millones hoy día, y el cronograma se ha atrasado significativamente.
Dicho deslizamiento del costo, cronograma o desempeño es común en los programas de defensa, debido a la poca competencia—la base del mercado comercial—que existe a nivel del contrato principal o del subcontrato en la industria de la defensa. Además, las empresas ofertan resueltamente con un precio excesivamente bajo (“buy in”) para obtener el contrato, y luego confían en la probabilidad de que puedan cobrarle al Departamento de Defensa muchos dólares cuando se hagan cambios a los muy específicos requisitos militares—los que inevitablemente ocurren. En el caso del VH-71, Lockheed Martin ha alegado que la Marina ha añadido 1.900 requerimientos desde que el contrato inicial fue suscripto. (La Marina niega este numero, pero no niega que los requerimientos se han vuelto tan exigentes que la totalidad de la aeronave EH-101 sha tenido que ser rediseñada por completo para crear un VH-71). De este modo, la comparación del entonces Secretario de Defensa Donald Rumsfeld de la groseramente ineficiente industria estadounidense de la defensa con la planificación centralizada soviética fue enteramente apropiada—siendo ambas zonas libres de la competencia.
A pesar de que Eisenhower, un ex general, fue quien primero advirtió del “complejo militar industrial” (que en verdad debería haberse denominado el “complejo militar-industrial-parlamentario”), Harry Truman realmente lo inventó. Hasta la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos carecían de una industria de la defensa especializada. Cuando surgía una guerra, las fabricas civiles se convertían a la producción militar y luego se reconvertían a la producción comercial una vez que la guerra había finalizado. Pero Truman creó la primera industria especializada de la defensa en la historia de los EE.UU., al concederle negocios permanentes en materia de defensa a empresas “privadas” durante las épocas de paz. Así, no fue ninguna coincidencia que a diferencia de los periodos que siguieron a todas las guerras anteriores—incluidos los primeros años de la Guerra Fría subsiguientes a la Segunda Guerra Mundial—los Estados Unidos no desmovilizaron a sus fuerzas armadas después de la Guerra de Corea. De ese modo nacían las primeras grandes fuerzas armadas en épocas de paz en más de 175 años de historia estadounidense. Incluso durante el empate nuclear entre las superpotencias durante la Guerra Fría, las presiones para utilizar a las históricamente vastas fuerzas de los EE.UU. en áreas pequeñas demostraron ser demasiado intensas como para resistirlas. Por lo tanto el acompañante de las atípicamente grandes fuerzas armadas en épocas de paz que siguieron a la Guerra de Corea fue una no tradicional política exterior intervencionista de los EE.UU..
Tales hechos deberían alarmar a aquellos conservadores tradicionales que defienden una política exterior estadounidense más moderada pero que guardan silencio cuando alguien menciona recortar el presupuesto de defensa. Pero sí se quiere eliminar la tentación de Albright, un recorte de la masiva base del presupuesto de defensa que está bien por encima de los $500 mil millones al año (sin contar el costo anual de las guerras en Irak y Afganistán), y la proyección de armamentos de poder ofensivo contenida en él, es una obligación.
¿Pero cómo puede ser recortado el presupuesto de defensa sí todas aquellas empresas de defensa están presionando a sus senadores y congresistas por más de la dadiva? El legado de Harry Truman debe ser modificado. Una industria dedicada exclusivamente a la defensa debe ser erradicada. Los muros alrededor de la industria de la defensa que impiden la competencia deben ser derribados de modo tal que las firmas con principalmente actividades comerciales puedan competir por contratos de defensa. El primer paso en este proceso sería insistir en que los servicios armados morigeren sus requerimientos exclusivos y excesivamente rigurosos a nivel del subcontrato. En otras palabras, las fuerzas armadas de los EE.UU. deberían ser obligadas a utilizar partes comercialmente disponibles—o que dichas partes puedan ser fácilmente modificadas para los requerimientos militares—en sus sistemas de armamentos.
De este modo, en una movida al estilo de “regreso al futuro”, los subcontratistas—igual que solía hacer la totalidad de la maquinaria de la producción bélica en los viejos tiempos—serian capaces de entrar y salir de la producción para la defensa en la medida que las amenazas militares a los Estados Unidos suban y bajen. Sí los subcontratistas pudiesen moverse libremente de la producción comercial a la de armamentos y viceversa, menos presión surgiría para mantener alto al presupuesto de defensa durante épocas de baja amenaza (por ejemplo: en el presente, el terrorismo no exige mucho dinero para combatirlos). Con presupuestos de defensa más bajos y unas fuerzas armadas más modestas y orientadas defensivamente, la tentación de Albright de intervenir excesivamente alrededor del mundo también se vería reducida.
Traducido por Gabriel Gasave
Fuente: El Instituto Independiente
*Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.
*Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.
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