Por Teódulo López Meléndez
La república –o lo que queda de ella- realiza un viaje a ras del suelo. Uno que consiste en el permanente sobresalto de los obstáculos de ruta, reales o inventados, que hacen de la pobre nave nacional una aventura propensa a estrellarse y de sus pasajeros unos borrachos de vaivén al que sólo le asaltan las arcadas propias del mareo permanente.
Esta nave que todavía llamamos república es incapaz de alzar vuelo ante un sobredimensionado cargamento de necedades, de ineptitud y de herencia. Los pasajeros de esta nave propensa al desastre tienen sus vidas en poder de quienes insisten en hacer parapente sin corriente de vientos y de quienes les desmantelan cada día las aletas direccionales o se empeñan en dañarle los instrumentos de navegación.
Podemos reproducir la imagen propicia o adecuada a nuestro movernos inadecuadamente por los corredores aéreos de la historia. En realidad nunca hemos volado respetando las normas de altitud y de seguridad, jamás hemos tenido aeropuertos con el instrumental propicio a un arribo no temerario. Parecemos todavía Juan Vicente Gómez mirando la demostración aérea en su Maracay adoptivo y ordenando que se compraran algunos de esos aparatos que osaban alzarse como insectos o como pesados dinosaurios convertidos en aves. El futuro para nosotros ha sido un inestable sondeo del fracaso. Tenemos la manía de que el mundo comienza una y otra vez, mientras los telescopios descubren galaxias extintas hace cinco mil millones de años.
Lo que hemos tenido en nuestra historia han sido breves períodos donde las turbulencias se han visto disminuidas. No hemos sabido tomar una ruta de crecimiento nacional ni construir una conciencia estable ni hacer ciudadanos ni crear instituciones garantes de un orden jurídico amplio y adaptable que nos permitieran todos los cambios y modificaciones necesarias pero manteniendo el control y los objetivos claramente marcados sobre el mapa de nuestra navegación histórica.
Venezuela no ha sido más que una tarabita, una mariposa de lluvia que enloquece con los olores de la atmósfera cargada y se estrella contra las paredes. Lo que para otras naciones no son más que naturales episodios de tropiezos históricos son para nosotros hábitos, más que hábitos una especie de virus especialmente dañinos que se aposentan en nuestro disco duro de navegación inmunes a los esfuerzos de erradicación o al menos de un control estimable de manera razonada en cuanto a gasto e inversión.
Este último y desfachatado período que se aproxima a una década tiene –como acostumbramos- de protagonistas al grupo militarista, al grupo de pequeños oficiales que a falta de guerra dedicó su tiempo a instrumentar la planificación del asalto y del secuestro de la deteriorada nave de la república. No son más que eso, aún cuando se vistan de rojo y proclamen como su tarea revivir los fantasmas del pasado siglo XX. Y del otro lado ya no existe la voz civilista, la del reclamo de atención a los valores superiores. Lo que tenemos, a cambio, no son voces de la conciencia que nuestros muchos prohombres sembraron, sino argumentistas de lo inmediato, recurrentes de las frases que no se deben pronunciar, estructuras de remedo que sueñan con el retorno de la alternativa de poder simplemente para colocarse en el lugar de los sustituidos.
Hace falta un nuevo paradigma político, clama desde su “Doctor Político” el buen ensayista que es Luis Enrique Alcalá. ¿Y quien puede ponerlo en duda? Nadie en su sano juicio puede no ver como necesaria la reorganización de los esquemas formales de las palabras nominales y verbales para organizar un conjunto que se sobreponga a las verborrea desatada del gobernante de turno en este país habituado al grupito que sale de las Fuerzas Armadas a encaramarse en el poder bajo cualquier argumento, ahora el de la revolución socialista del siglo XXI. Ese nuevo paradigma político tan obviamente necesario –y consecuencia de un trastoque generalizado de las concepciones de la política, entre las cuales que su único propósito es la obtención del poder- no encuentra raíces en esta nave deteriorada de vuelo rasante. Escuchamos en la oposición civil –civil porque no es militar- sólo frases de ocasión. No es verdad, por ejemplo, que el caudillo militar de turno recule hacia un referéndum probable sobre la reforma curricular por una “victoria” de quienes nos opusimos a semejante bodrio. Lo hace porque lo único que le interesa es su permanencia en el poder y entiende que la grave perturbación que venía por esa causa iba a afectar aún más de lo que lo está sus posibilidades en las elecciones regionales. Sucede que quienes no cargan uniformes verde oliva o uniformes rojos no son un nuevo paradigma, son apenas una nueva paradina, que no es otra cosa que ese monte bajo de pasto por donde pasa a ras esta república cual nave deteriorada, ese pasto donde se hacen corrales para el ganado lanar o que asumen la otra acepción, la de paradina como paredes ruinosas.
Aquí confundimos los movimientos tácticos con victorias o los recules con oportunidad buena para dar una rueda de prensa. Ni siquiera aprendemos las normas del combate, si ni siquiera sabemos que cuando alguien recula uno avanza y lo persigue, que cuando el adversario retrocede se va sobre él. No, aquí se gana el referéndum de diciembre pasado y nos vamos todos a cantar gaitas y a comer hallacas. Aquí se retrocede en el propósito desvariado de reducir nuestra educación a ensalzar un “hombre nuevo” que viste uniforme y se parece al “comandante” y nos marchamos a contemplar la paradina desde las ventanillas de este vuelo rasante de una república incapaz de despegar. Llámese en esta ocasión reducción simple al lanzamiento indiscriminado de candidaturas, al juego impostor de jugarle sucio hasta el propio partido mediante la planificación –digamos- de la toma de Caracas para prefabricar una candidatura presidencial.
Necesitamos una tripulación sustitutiva, una que alce la república hacia el vuelo ascendente y seguro. Necesitamos -qué duda cabe- a los actores del nuevo paradigma, al nuevo paradigma que aprenda del lenguaje la construcción verdadera de la oferta. El nuevo paradigma debe saber aprovechar de las corrientes de aire que están allí, que facilitan la ascensión, que hacen más fácil la navegación hacia arriba.
Estamos hartos de este vuelo a ras del suelo de una república propensa a estrellarse. Existimos venezolanos que queremos elevarla no con un combustible disminuido por mal refinado y hecho exclusivamente de petróleo. Ese combustible –para ser breves- se llama ideas, pensamiento, ejercicio de ciudadanía, comportamiento de pilotos ávidos de encontrar un nuevo paradigma que no se arrastre en un corral de ganado lanar.
La república –o lo que queda de ella- realiza un viaje a ras del suelo. Uno que consiste en el permanente sobresalto de los obstáculos de ruta, reales o inventados, que hacen de la pobre nave nacional una aventura propensa a estrellarse y de sus pasajeros unos borrachos de vaivén al que sólo le asaltan las arcadas propias del mareo permanente.
Esta nave que todavía llamamos república es incapaz de alzar vuelo ante un sobredimensionado cargamento de necedades, de ineptitud y de herencia. Los pasajeros de esta nave propensa al desastre tienen sus vidas en poder de quienes insisten en hacer parapente sin corriente de vientos y de quienes les desmantelan cada día las aletas direccionales o se empeñan en dañarle los instrumentos de navegación.
Podemos reproducir la imagen propicia o adecuada a nuestro movernos inadecuadamente por los corredores aéreos de la historia. En realidad nunca hemos volado respetando las normas de altitud y de seguridad, jamás hemos tenido aeropuertos con el instrumental propicio a un arribo no temerario. Parecemos todavía Juan Vicente Gómez mirando la demostración aérea en su Maracay adoptivo y ordenando que se compraran algunos de esos aparatos que osaban alzarse como insectos o como pesados dinosaurios convertidos en aves. El futuro para nosotros ha sido un inestable sondeo del fracaso. Tenemos la manía de que el mundo comienza una y otra vez, mientras los telescopios descubren galaxias extintas hace cinco mil millones de años.
Lo que hemos tenido en nuestra historia han sido breves períodos donde las turbulencias se han visto disminuidas. No hemos sabido tomar una ruta de crecimiento nacional ni construir una conciencia estable ni hacer ciudadanos ni crear instituciones garantes de un orden jurídico amplio y adaptable que nos permitieran todos los cambios y modificaciones necesarias pero manteniendo el control y los objetivos claramente marcados sobre el mapa de nuestra navegación histórica.
Venezuela no ha sido más que una tarabita, una mariposa de lluvia que enloquece con los olores de la atmósfera cargada y se estrella contra las paredes. Lo que para otras naciones no son más que naturales episodios de tropiezos históricos son para nosotros hábitos, más que hábitos una especie de virus especialmente dañinos que se aposentan en nuestro disco duro de navegación inmunes a los esfuerzos de erradicación o al menos de un control estimable de manera razonada en cuanto a gasto e inversión.
Este último y desfachatado período que se aproxima a una década tiene –como acostumbramos- de protagonistas al grupo militarista, al grupo de pequeños oficiales que a falta de guerra dedicó su tiempo a instrumentar la planificación del asalto y del secuestro de la deteriorada nave de la república. No son más que eso, aún cuando se vistan de rojo y proclamen como su tarea revivir los fantasmas del pasado siglo XX. Y del otro lado ya no existe la voz civilista, la del reclamo de atención a los valores superiores. Lo que tenemos, a cambio, no son voces de la conciencia que nuestros muchos prohombres sembraron, sino argumentistas de lo inmediato, recurrentes de las frases que no se deben pronunciar, estructuras de remedo que sueñan con el retorno de la alternativa de poder simplemente para colocarse en el lugar de los sustituidos.
Hace falta un nuevo paradigma político, clama desde su “Doctor Político” el buen ensayista que es Luis Enrique Alcalá. ¿Y quien puede ponerlo en duda? Nadie en su sano juicio puede no ver como necesaria la reorganización de los esquemas formales de las palabras nominales y verbales para organizar un conjunto que se sobreponga a las verborrea desatada del gobernante de turno en este país habituado al grupito que sale de las Fuerzas Armadas a encaramarse en el poder bajo cualquier argumento, ahora el de la revolución socialista del siglo XXI. Ese nuevo paradigma político tan obviamente necesario –y consecuencia de un trastoque generalizado de las concepciones de la política, entre las cuales que su único propósito es la obtención del poder- no encuentra raíces en esta nave deteriorada de vuelo rasante. Escuchamos en la oposición civil –civil porque no es militar- sólo frases de ocasión. No es verdad, por ejemplo, que el caudillo militar de turno recule hacia un referéndum probable sobre la reforma curricular por una “victoria” de quienes nos opusimos a semejante bodrio. Lo hace porque lo único que le interesa es su permanencia en el poder y entiende que la grave perturbación que venía por esa causa iba a afectar aún más de lo que lo está sus posibilidades en las elecciones regionales. Sucede que quienes no cargan uniformes verde oliva o uniformes rojos no son un nuevo paradigma, son apenas una nueva paradina, que no es otra cosa que ese monte bajo de pasto por donde pasa a ras esta república cual nave deteriorada, ese pasto donde se hacen corrales para el ganado lanar o que asumen la otra acepción, la de paradina como paredes ruinosas.
Aquí confundimos los movimientos tácticos con victorias o los recules con oportunidad buena para dar una rueda de prensa. Ni siquiera aprendemos las normas del combate, si ni siquiera sabemos que cuando alguien recula uno avanza y lo persigue, que cuando el adversario retrocede se va sobre él. No, aquí se gana el referéndum de diciembre pasado y nos vamos todos a cantar gaitas y a comer hallacas. Aquí se retrocede en el propósito desvariado de reducir nuestra educación a ensalzar un “hombre nuevo” que viste uniforme y se parece al “comandante” y nos marchamos a contemplar la paradina desde las ventanillas de este vuelo rasante de una república incapaz de despegar. Llámese en esta ocasión reducción simple al lanzamiento indiscriminado de candidaturas, al juego impostor de jugarle sucio hasta el propio partido mediante la planificación –digamos- de la toma de Caracas para prefabricar una candidatura presidencial.
Necesitamos una tripulación sustitutiva, una que alce la república hacia el vuelo ascendente y seguro. Necesitamos -qué duda cabe- a los actores del nuevo paradigma, al nuevo paradigma que aprenda del lenguaje la construcción verdadera de la oferta. El nuevo paradigma debe saber aprovechar de las corrientes de aire que están allí, que facilitan la ascensión, que hacen más fácil la navegación hacia arriba.
Estamos hartos de este vuelo a ras del suelo de una república propensa a estrellarse. Existimos venezolanos que queremos elevarla no con un combustible disminuido por mal refinado y hecho exclusivamente de petróleo. Ese combustible –para ser breves- se llama ideas, pensamiento, ejercicio de ciudadanía, comportamiento de pilotos ávidos de encontrar un nuevo paradigma que no se arrastre en un corral de ganado lanar.
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