08 junio 2008

De un mal rato a un mal trato

Por Alberto Baumeister Toledo

Hemos tenido que soportar en estos días pasados en dos oportunidades las inauditas palabrerías del señor Chávez, primero en el programa del domingo y luego en el del 30 de abril, víspera del Día del Trabajador, y oportunidad ésta que no podía pretenderse pasara desapercibida por quien cacarea que nos manda.

Las gestiones de mi tercio y sus seguidores por procurar captar la bandada que manejan las organizaciones sindicales del trabajo a nivel nacional y local han fracasado una tras otra, pues a pesar de todas las ofertas formuladas por "Don Regalón" (término que estimo identifica plenamente a quien dice conduce nuestros destinos, dado sus especiales dotes por disponer lo que no es suyo) los trabajadores y empleados han visto, cada vez más, cómo se transgreden y desconocen sus derechos a la libre discusión de las condiciones de sus contratos, la condición en que se prestan dichos servicios en entes públicos y administración descentralizada, y los acomodos en procurar variaciones en el sólo salario mínimo, cuando lo que arrasa con el monto de sus salarios y sueldos no alcanza siquiera para la dieta alimenticia diaria que causa la pérdida de valor de nuestro signo monetario.

Este año las cosas en ese entorno han resultado mucho más delicadas y confusas, pues con el cuento de la revalorización del signo monetario, y como todo el mundo sensato lo predijo, se ha producido una desencadenada e inmanejable inflación que tiene arrasado el bolsillo de obreros y patronos, y de ciudadanos y del propio Estado, quien para sobrevivir ha tenido que seguir recurriendo a mecanismos nada ortodoxos para beneficiarse con el cambio de moneda, notas estructuradas, trácalas con las emisiones de papeles de la renovación de la deuda de la Electricidad de Caracas, de la hoy tan venida a menos PDVSA, reservas del Banco Central y así sucesivamente.

Todavía reciente el impacto de la farandulería de los trabajadores al socialismo, y del socialismo sin sentido de no contar con el apoyo de la clase trabajadora, las quejas y reclamos sobre lo resuelto para conquistar la buena voluntad de los trabajadores, privan sobre las bondades de aquellas decisiones. La gente está descontenta y con toda razón.

No soy economista ni brujo, pero no cuesta mucho darnos cuenta de que la inflación se tragará ese pretendido beneficio y reimpulsará los graves efectos de aquella con esa lúdica y espasmódica medida de incremento del salario mínimo, con todo y significar ello que tenemos hoy uno de los salarios mínimos más altos de América Latina. Si bien desde el punto de vista estadístico puede dársele credibilidad a la afirmación del señor Chávez sobre el tema, nadie podrá negar tampoco por obvio que la inflación más alta en América del Sur y otras latitudes sigue siendo la de la Venezuela millonaria en recursos de hidrocarburos y derivados, que seguirá beneficiando sólo al gobierno, mientras el pobre pueblo seguirá apretando el cinturón en busca de un plan racional y sensato de oferta de buenos empleos y justas remuneraciones.

Como anécdota adicional para esta semana, ocurrió como por cosas del destino lo del apagón en Caracas, tal como era predecible que sucediera de uno a otro momento, nos afectó a todos, más de lo que se suponía, pues también se puso en evidencia que problemas como el comentado instan a la delincuencia alborotada y sin control que nos acosa, no hay planes de emergencia para acontecimientos tan ciertos y previsibles como el comentado, a pesar de que el Estado sabe y conoce las carencias y olvido en que se han mantenido preteridos los planes de previsión para el crecimiento de la población y el gran déficit técnico y de servicios que viene arrastrando dicha vital actividad.

Por último, y como también era de esperarse, misteriosamente, el coletazo también puso en duda la buena marcha que garantizaba antes el sector privado eléctrico en la zona capital servida entonces por la EDC, pues como consecuencia de esos abusivos actos contra la propiedad de los accionistas y en desmedro de lo que fuera el eficaz servicio de otrora, la mano oficial inepta ha venido haciendo y deshaciendo como le viene en gana y en fin, se tienen abandonados al máximo los sistemas de control y efectividad de la gestión empresarial. Allí, sin fórmula de juicio ni respeto a las leyes vigentes, no se observa mano firme alguna que la esté conduciendo, ni llevándola por buen camino. En efecto, con la falla eléctrica se puso en duda la invulnerabilidad de la planta de Tacoa, que por igual padeció los efectos del mal dado accidente eléctrico.

Tal como lo hemos denunciado, la nueva administración impuesta por el Estado con gente de PDVSA en lo que fuera el sector eléctrico no ha podido regularizar el buen funcionamiento de la empresa, y mucho menos el respeto a los accionistas privados minoritarios, y ni aun siquiera los planes de contingencia necesarios en este tipo de actividad para enfrentar problemas de caídas de líneas, bajas de potencia y repuestos que garanticen el normal funcionamiento. Para hoy, no se han llevado a cabo las reuniones de Junta Directiva, ni se tienen aprobados los planes de renovación de inventarios, y pare de contar y ni qué pensar de convocar las asambleas pertinentes.

Hasta cuándo y cuánto más debe soportar la ciudadanía común, política o no los descalabros y desatinos del gobierno. Que no se diga pues, que no han quedado planteados estos problemas ante la sociedad, ni la gravedad de sus consecuencias, sólo queda esperar por la crisis para que espasmódicamente se procuren solventar sus causas a los porrazos e intempestivamente.

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