Por Liliana Fasciani M.
Aunque la política se desarrolle, en parte, con reglas propias de juegos, no es un juego. La vida de un país, de los ciudadanos de un país, no debe jugarse en la ruleta de la suerte. La competencia electoral no es un maratón en el que los corredores mojan sus camisetas para marcar un récord y recibir un premio con que decorar la sala de la casa.
La política es uno de los oficios más serio y de mayor responsabilidad que existen. Es, además, un arte. No cualquiera tiene el talento y la habilidad para dedicarse a ella con éxito. Por eso, no todos los que "hacen" política, "son" políticos. Por otra parte, es impensable dedicarse a la política y, simultáneamente, negar que se quiere hacer o que se está haciendo política.
Ciertas características especiales debe tener quien decide hacer de la política su oficio. Entre las principales figura ser un buen ciudadano; conocer la Historia, las costumbres y tradiciones, las leyes y, sobre todo, los problemas del país; tener un genuino interés por la gente y sentir el deseo de ser útil; tener un ideal y, si es posible, una ideología, pero mejor aún es tener ideas buenas y ejecutables. Las ideas acerca de lo que conviene hacer para resolver los problemas y satisfacer las necesidades de una sociedad aparecen cuando se piensa el país, mediante el análisis de su situación, el diagnóstico de sus causas y el avalúo de sus consecuencias.
Sin embargo, ese conocimiento del país es dudoso en un político que no mantiene contacto con la gente, que no entra en los pueblos, en los barrios, en los hogares, que no utiliza alguna vez los servicios de un hospital, que no asiste en alguna ocasión a las clases de una escuela pública, que no es usuario de los autobuses y del metro, que no hace la compra en un mercado municipal, que no pone una carta en la oficina de correos, que no hace cola para renovar la cédula de identidad o el pasaporte, que no se come un perro caliente en cualquier esquina, que no reclama por un error en la factura telefónica, que no se ve obligado a llenar el tanque de agua de su casa pagando al conductor de un camión cisterna, que no camina sin escoltas por los callejones de alguna zona roja, que no se ve afectado por el aumento del precio de la carne, en fin, hay que dudar de cuánto sabe un político que se entera de la realidad solamente a través de los medios de comunicación.
En Venezuela, la política hace tiempo dejó de hacerse en la calle; ahora se hace en la televisión y en la radio. A cuenta de que son medios que penetran en la mayoría de los hogares y de los vehículos durante más horas de las recomendables, el set de televisión y la cabina de las emisoras son los escenarios de acción y atracción de los políticos actuales.
La calle ya no son "las calles", sino un espacio determinado, cuidadosamente seleccionado, reservado para presentaciones puntuales -marchas y manifestaciones- estratégicamente organizadas, previo cálculo de las probabilidades. La calle ya no son los campos, los barrios, los caseríos, las urbanizaciones, los parques y plazas, ni siquiera las universidades. Se teme a los delincuentes y a los fanáticos, lo que justificaría, en cualquier caso, la prudente decisión de no entrar en ciertos territorios, porque aunque siempre ha habido delincuentes y fanáticos en todas partes, hoy en día son mucho más numerosos y, también, mucho más violentos.
Sin embargo, hay formas de contrarrestar esa amenaza y de vencer la inseguridad, como lo han demostrado algunos políticos cuando les ha parecido oportuno y conveniente penetrar en las zonas de alto riesgo.
Aunque la política se desarrolle, en parte, con reglas propias de juegos, no es un juego. La vida de un país, de los ciudadanos de un país, no debe jugarse en la ruleta de la suerte. La competencia electoral no es un maratón en el que los corredores mojan sus camisetas para marcar un récord y recibir un premio con que decorar la sala de la casa.
La política es uno de los oficios más serio y de mayor responsabilidad que existen. Es, además, un arte. No cualquiera tiene el talento y la habilidad para dedicarse a ella con éxito. Por eso, no todos los que "hacen" política, "son" políticos. Por otra parte, es impensable dedicarse a la política y, simultáneamente, negar que se quiere hacer o que se está haciendo política.
Ciertas características especiales debe tener quien decide hacer de la política su oficio. Entre las principales figura ser un buen ciudadano; conocer la Historia, las costumbres y tradiciones, las leyes y, sobre todo, los problemas del país; tener un genuino interés por la gente y sentir el deseo de ser útil; tener un ideal y, si es posible, una ideología, pero mejor aún es tener ideas buenas y ejecutables. Las ideas acerca de lo que conviene hacer para resolver los problemas y satisfacer las necesidades de una sociedad aparecen cuando se piensa el país, mediante el análisis de su situación, el diagnóstico de sus causas y el avalúo de sus consecuencias.
Sin embargo, ese conocimiento del país es dudoso en un político que no mantiene contacto con la gente, que no entra en los pueblos, en los barrios, en los hogares, que no utiliza alguna vez los servicios de un hospital, que no asiste en alguna ocasión a las clases de una escuela pública, que no es usuario de los autobuses y del metro, que no hace la compra en un mercado municipal, que no pone una carta en la oficina de correos, que no hace cola para renovar la cédula de identidad o el pasaporte, que no se come un perro caliente en cualquier esquina, que no reclama por un error en la factura telefónica, que no se ve obligado a llenar el tanque de agua de su casa pagando al conductor de un camión cisterna, que no camina sin escoltas por los callejones de alguna zona roja, que no se ve afectado por el aumento del precio de la carne, en fin, hay que dudar de cuánto sabe un político que se entera de la realidad solamente a través de los medios de comunicación.
En Venezuela, la política hace tiempo dejó de hacerse en la calle; ahora se hace en la televisión y en la radio. A cuenta de que son medios que penetran en la mayoría de los hogares y de los vehículos durante más horas de las recomendables, el set de televisión y la cabina de las emisoras son los escenarios de acción y atracción de los políticos actuales.
La calle ya no son "las calles", sino un espacio determinado, cuidadosamente seleccionado, reservado para presentaciones puntuales -marchas y manifestaciones- estratégicamente organizadas, previo cálculo de las probabilidades. La calle ya no son los campos, los barrios, los caseríos, las urbanizaciones, los parques y plazas, ni siquiera las universidades. Se teme a los delincuentes y a los fanáticos, lo que justificaría, en cualquier caso, la prudente decisión de no entrar en ciertos territorios, porque aunque siempre ha habido delincuentes y fanáticos en todas partes, hoy en día son mucho más numerosos y, también, mucho más violentos.
Sin embargo, hay formas de contrarrestar esa amenaza y de vencer la inseguridad, como lo han demostrado algunos políticos cuando les ha parecido oportuno y conveniente penetrar en las zonas de alto riesgo.