Por Alberto Medina Méndez
Cada vez son más los líderes de nuestro continente que están recorriendo un camino de aristas similares. Los Castro en Cuba, Chavez en Venezuela, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, son los exponentes más claros de ese "socialismo carnívoro" con los que tan crudamente los calificaran Apuleyo, Vargas Llosa y Montaner en su último libro.
Por otro lado, aparecen los líderes definidos como más modernos. Esos que los mismos autores precitados denominaron representantes del "socialismo vegetariano". Se trata de los casos de Bachelet en Chile, Lula en Brasil y Vazquez en Uruguay. Tienen un discurso socialista, incluso sus partidos son abiertamente de izquierda, sin embargo, respetan las más elementales reglas de juego de las democracias. Aceptan la división de poderes, apoyan al mercado, desisten de la intervención gubernamental en la economía y aspiran a que sus países sean vistos como una oportunidad para los inversores.
Queda finalmente ese otro grupo de Jefes de Estado que aun deambulan por un sendero más ambiguo y sin destino evidente. Tal vez en este lote, más difícil de precisar, se encuentren casos como el de los Kirchner en Argentina. Contradictorios discursos y confusas posturas internacionales impiden brindar detalles del rumbo definitivo.
Lo que queda en claro en buena parte de los casos, es que nuestros líderes latinoamericanos viven a los procesos electorales como si, gracias a ellos, estuvieran ungiéndolos en reyes, en monarcas que todo lo deciden, que todo lo pueden.
Evidentemente se equivocaron de siglo, también de continente. En América Latina NO rigen las monarquías, al menos no desde lo formal, aunque muchos de nuestros mesiánicos y carismáticos gobernantes así lo desearían. Vivimos en sistemas democráticos que se sostienen en textos constitucionales nacionales que le han dado un marco adecuado a la posibilidad que desarrollemos conceptos republicanos.
Las bases de la democracia suponen justamente el límite al poder, la necesidad del juego de los contrapesos, donde prima el consenso, el acuerdo, el diálogo y por sobre todo, el respeto a las libertades individuales.
Nuestros gobernantes siguen confundidos en tiempo y espacio. Perpetuarse en el poder, sucederse como dinastías, es propio de los regímenes monárquicos. Imponer sus criterios recurriendo a ardides que permitan aplastar numéricamente a la oposición en los cuerpos legislativos no ayuda a fortalecer la ansiada República y las instituciones democráticas.
Habrá que recordarles que en América son solo eso, gobernantes, descartables por cierto, que vinieron a cumplir una misión y que la misma supone justamente eso, que la cumplan y se vayan, no para hacerse suceder por amigos, parientes o alcahuetes de turno.
En el campo de lo económico, América siempre esta debatiéndose en torno a la pobreza, rara vez discute acerca de cómo generar riquezas.
En términos institucionales nos pasa algo parecido. Estamos siempre mas cerca de discutir sobre dictaduras, despotismo, abusos de poder, nepotismo, corrupción y cuanta deformación institucional se nos ocurra.
No hemos entendido aún, lo que significa una republica, mucho meno el federalismo, la autonomía, la libertad y la democracia más plena. Esa intolerancia compulsiva que hace que nuestros gobernantes USEN las elecciones que ofrece la democracia mas precaria, para luego ocuparse de destrozarla para provecho propio.
Nada nuevo bajo el sol. La democracia les sirve, no la sienten. Mucho menos la defienden. Es un medio para alcanzar solo algunas pocas metas personales. Solo pretenden servirse de la gente para desarrollar este perverso juego de apoderarse de sus vidas. Ellos no pretenden pasar a la historia por lo hecho, por lo que ayudaron a sus sociedades a obtener. Sus objetivos son mucho más básicos y mezquinos. Se trata solo de aprovecharse de esa mesiánica visión latina que busca carismáticos conductores que todo lo saben, para solucionarnos todo cuanto deseamos. Ojala fuera tan simple. Debemos trabajar fuerte en ello. Aprender a otorgar poderes limitados, con las riendas en manos de los ciudadanos. De eso se trata. Nadie que no seamos nosotros mismos resolverá nuestros problemas más profundos. En todo caso, una buena elección nos permitirá desarrollar nuestras mayores habilidades sin estorbos.
Por eso precisamos hombres que entiendan como funciona esto de pensar diferente, de consensuar, de acordar, de ganar y perder, ya no como una simple competencia deportiva, sino como ese mecanismo tan humano que nos permite algunas veces tener razón y otras no, a veces lograr lo pretendido y otras simplemente no conseguirlo.
La democracia es la mejor manera que hemos encontrado los seres humanos para organizarnos civilizadamente. Nunca fue su espíritu imponer conductas. La idea de un sistema de estas características no implica despojar a algunos para el disfrute de otros. La democracia supone una actitud compartida, tolerancia, respeto, en definitiva un marco para la convivencia en sociedad donde se respeten los derechos de cada uno de nosotros. Estamos bastante lejos de esto.
Habrá que avisarles. Habrá que informarles. Habrá que marcarles los limites allí donde se pongan déspotas, autoritarios, intolerantes y soberbios. Para que simplemente se acuerden que solo gobiernan, no son monarcas.
amedinamendez@gmail.com
Corrientes – Corrientes – Argentina
03783 - 15602694
Cada vez son más los líderes de nuestro continente que están recorriendo un camino de aristas similares. Los Castro en Cuba, Chavez en Venezuela, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, son los exponentes más claros de ese "socialismo carnívoro" con los que tan crudamente los calificaran Apuleyo, Vargas Llosa y Montaner en su último libro.
Por otro lado, aparecen los líderes definidos como más modernos. Esos que los mismos autores precitados denominaron representantes del "socialismo vegetariano". Se trata de los casos de Bachelet en Chile, Lula en Brasil y Vazquez en Uruguay. Tienen un discurso socialista, incluso sus partidos son abiertamente de izquierda, sin embargo, respetan las más elementales reglas de juego de las democracias. Aceptan la división de poderes, apoyan al mercado, desisten de la intervención gubernamental en la economía y aspiran a que sus países sean vistos como una oportunidad para los inversores.
Queda finalmente ese otro grupo de Jefes de Estado que aun deambulan por un sendero más ambiguo y sin destino evidente. Tal vez en este lote, más difícil de precisar, se encuentren casos como el de los Kirchner en Argentina. Contradictorios discursos y confusas posturas internacionales impiden brindar detalles del rumbo definitivo.
Lo que queda en claro en buena parte de los casos, es que nuestros líderes latinoamericanos viven a los procesos electorales como si, gracias a ellos, estuvieran ungiéndolos en reyes, en monarcas que todo lo deciden, que todo lo pueden.
Evidentemente se equivocaron de siglo, también de continente. En América Latina NO rigen las monarquías, al menos no desde lo formal, aunque muchos de nuestros mesiánicos y carismáticos gobernantes así lo desearían. Vivimos en sistemas democráticos que se sostienen en textos constitucionales nacionales que le han dado un marco adecuado a la posibilidad que desarrollemos conceptos republicanos.
Las bases de la democracia suponen justamente el límite al poder, la necesidad del juego de los contrapesos, donde prima el consenso, el acuerdo, el diálogo y por sobre todo, el respeto a las libertades individuales.
Nuestros gobernantes siguen confundidos en tiempo y espacio. Perpetuarse en el poder, sucederse como dinastías, es propio de los regímenes monárquicos. Imponer sus criterios recurriendo a ardides que permitan aplastar numéricamente a la oposición en los cuerpos legislativos no ayuda a fortalecer la ansiada República y las instituciones democráticas.
Habrá que recordarles que en América son solo eso, gobernantes, descartables por cierto, que vinieron a cumplir una misión y que la misma supone justamente eso, que la cumplan y se vayan, no para hacerse suceder por amigos, parientes o alcahuetes de turno.
En el campo de lo económico, América siempre esta debatiéndose en torno a la pobreza, rara vez discute acerca de cómo generar riquezas.
En términos institucionales nos pasa algo parecido. Estamos siempre mas cerca de discutir sobre dictaduras, despotismo, abusos de poder, nepotismo, corrupción y cuanta deformación institucional se nos ocurra.
No hemos entendido aún, lo que significa una republica, mucho meno el federalismo, la autonomía, la libertad y la democracia más plena. Esa intolerancia compulsiva que hace que nuestros gobernantes USEN las elecciones que ofrece la democracia mas precaria, para luego ocuparse de destrozarla para provecho propio.
Nada nuevo bajo el sol. La democracia les sirve, no la sienten. Mucho menos la defienden. Es un medio para alcanzar solo algunas pocas metas personales. Solo pretenden servirse de la gente para desarrollar este perverso juego de apoderarse de sus vidas. Ellos no pretenden pasar a la historia por lo hecho, por lo que ayudaron a sus sociedades a obtener. Sus objetivos son mucho más básicos y mezquinos. Se trata solo de aprovecharse de esa mesiánica visión latina que busca carismáticos conductores que todo lo saben, para solucionarnos todo cuanto deseamos. Ojala fuera tan simple. Debemos trabajar fuerte en ello. Aprender a otorgar poderes limitados, con las riendas en manos de los ciudadanos. De eso se trata. Nadie que no seamos nosotros mismos resolverá nuestros problemas más profundos. En todo caso, una buena elección nos permitirá desarrollar nuestras mayores habilidades sin estorbos.
Por eso precisamos hombres que entiendan como funciona esto de pensar diferente, de consensuar, de acordar, de ganar y perder, ya no como una simple competencia deportiva, sino como ese mecanismo tan humano que nos permite algunas veces tener razón y otras no, a veces lograr lo pretendido y otras simplemente no conseguirlo.
La democracia es la mejor manera que hemos encontrado los seres humanos para organizarnos civilizadamente. Nunca fue su espíritu imponer conductas. La idea de un sistema de estas características no implica despojar a algunos para el disfrute de otros. La democracia supone una actitud compartida, tolerancia, respeto, en definitiva un marco para la convivencia en sociedad donde se respeten los derechos de cada uno de nosotros. Estamos bastante lejos de esto.
Habrá que avisarles. Habrá que informarles. Habrá que marcarles los limites allí donde se pongan déspotas, autoritarios, intolerantes y soberbios. Para que simplemente se acuerden que solo gobiernan, no son monarcas.
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