Tras la bruma espesa de una vida formal entre instituciones públicas simuladas, secuestradas por el Ejecutivo, aderezada con una propaganda patológica cargada de amenazas, de ofensas y promesas no cumplidas, subyace la sociedad venezolana real que es la que reta y amenaza la permanencia de este régimen.
Mientras el gobierno presiona para imponer un estado totalitario progresivo el venezolano, oficialista o disidente, toma conciencia cada día más del peligro que amenaza su vida y el ejercicio de sus derechos y libertades. Esta toma de conciencia abre un verdadero abismo entre una autocracia que evidencia su deslegitimación, de origen y ejercicio, y un pueblo que siente la necesidad imperiosa de ejercer con transparencia la soberanía de la cual es titular único para sustituir al autócrata.
El vacío entre gobierno y pueblo genera una distancia insalvable que amenaza la permanencia del primero pues con metas ideológicas de otras épocas y políticas fracasadas no es posible satisfacer las crecientes necesidades materiales y las ansias de libertades de los ciudadanos. Esta insatisfacción creciente por una vida mejor y el ejercicio de esas libertades están acelerando un rompimiento inevitable originado tanto en la vocación natural a ser libre que tiene el hombre como en la incapacidad del Gobierno para darle una solución real a los graves problemas nacionales entre los cuales están la acentuada falta de alimentos, la inseguridad para la vida, la inflación desatada, la carencia de hospitales y de viviendas, etc. etc.
Estos problemas están llevando la situación a un punto de “imposible retorno” y de fractura socio-política no superable. Reversar esta situación supondría una toma de conciencia profunda en el régimen y la firme decisión de rectificar el destino al que se quiere llevar, porque sí, a todos los venezolanos para someterlos a un proyecto de país que ellos rechazan profundamente porque es contrario a su cultura democrática y porque el fracaso histórico del modelo propuesto como meta es mas que obvio. Esta rectificación parece improbable o acaso imposible.
Una explosión se cocina lentamente. Nadie sabe ni cómo ni cuándo, pero de que viene ya nadie lo duda, oficialistas incluidos. Al Presidente venezolano se le siente cada día más lejano, su discurso, que antes tanto entusiasmaba, ahora cansa y aburre, en sus promesas ya nadie cree, la minoría chavista de corazón disminuye y los pancistas le temen a una estabilidad tan precaria como la que están olfateando. Es como si un capitán de buque, drogado por el mando, estuviera seguro de ir hacía el puerto de destino, pero cada día son más los pasajeros que perciben estar siguiendo una ruta en la cual tripulantes, pasajeros y buque van a desaparecer en un abismo sin retorno.
Cuándo será ese momento, no puede predecirse, pero de que va en esa ruta ya pocos lo dudan.
Mientras el gobierno presiona para imponer un estado totalitario progresivo el venezolano, oficialista o disidente, toma conciencia cada día más del peligro que amenaza su vida y el ejercicio de sus derechos y libertades. Esta toma de conciencia abre un verdadero abismo entre una autocracia que evidencia su deslegitimación, de origen y ejercicio, y un pueblo que siente la necesidad imperiosa de ejercer con transparencia la soberanía de la cual es titular único para sustituir al autócrata.
El vacío entre gobierno y pueblo genera una distancia insalvable que amenaza la permanencia del primero pues con metas ideológicas de otras épocas y políticas fracasadas no es posible satisfacer las crecientes necesidades materiales y las ansias de libertades de los ciudadanos. Esta insatisfacción creciente por una vida mejor y el ejercicio de esas libertades están acelerando un rompimiento inevitable originado tanto en la vocación natural a ser libre que tiene el hombre como en la incapacidad del Gobierno para darle una solución real a los graves problemas nacionales entre los cuales están la acentuada falta de alimentos, la inseguridad para la vida, la inflación desatada, la carencia de hospitales y de viviendas, etc. etc.
Estos problemas están llevando la situación a un punto de “imposible retorno” y de fractura socio-política no superable. Reversar esta situación supondría una toma de conciencia profunda en el régimen y la firme decisión de rectificar el destino al que se quiere llevar, porque sí, a todos los venezolanos para someterlos a un proyecto de país que ellos rechazan profundamente porque es contrario a su cultura democrática y porque el fracaso histórico del modelo propuesto como meta es mas que obvio. Esta rectificación parece improbable o acaso imposible.
Una explosión se cocina lentamente. Nadie sabe ni cómo ni cuándo, pero de que viene ya nadie lo duda, oficialistas incluidos. Al Presidente venezolano se le siente cada día más lejano, su discurso, que antes tanto entusiasmaba, ahora cansa y aburre, en sus promesas ya nadie cree, la minoría chavista de corazón disminuye y los pancistas le temen a una estabilidad tan precaria como la que están olfateando. Es como si un capitán de buque, drogado por el mando, estuviera seguro de ir hacía el puerto de destino, pero cada día son más los pasajeros que perciben estar siguiendo una ruta en la cual tripulantes, pasajeros y buque van a desaparecer en un abismo sin retorno.
Cuándo será ese momento, no puede predecirse, pero de que va en esa ruta ya pocos lo dudan.
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