Cuando el capitán altanero ordenó a los dos alfeñiques bajo su mando empujar el rinoceronte hasta lograr introducirlo en el camión, los soldaditos se vieron las caras y supieron que saldrían lesionados por semejante insensatez. Se percataron de que la tarea era más compleja de lo que el superior pensaba y que debían tomarse otras medidas más efectivas; sin embargo, el militar respondón insistió en su capricho, que nunca fue alcanzado.
Más tarde, aplicó la misma lógica a otra ocurrencia que le vino a la mente. Se trataba de acabar con los accidentes de tránsito mediante la prohibición de la venta de alcohol en circunstancias que no tenía claras del todo. Pensó: “Aprieto este botón y, ¡zas!, se acaba el problema.” Lo intentó. El resultado: las muertes en accidentes de tránsito aumentaron en un 29%, comparado con el año pasado.
Las medidas obedecen a la incomprensión del funcionamiento de la sociedad y, por supuesto, del comportamiento de los rinocerontes. La sociedad es como una gran telaraña en donde múltiples factores influyen en un acontecimiento dado. No hay relaciones de causa-efecto. Sin embargo, el gobierno insiste en pensar que pulsando una tecla se prende automáticamente la luz social que desean.
El asunto del tránsito, como cualquier otra práctica social, es mucho más complejo, y comienza desde el momento del inservible examen de manejo (al que el examinado se presenta conduciendo su propio carro), pasando por la pésima señalización, el consumo de alcohol mientras se maneja bajo la mirada indulgente de las autoridades, el mal estado de las vías y los vehículos, la vigilancia deficiente y, en muchos casos, corrupta, hasta llegar a los infructuosos conitos anaranjados, esos que obstaculizan el medio de la vía sin razón aparente.
Tal incomprensión termina torciendo la realidad: el problema del tránsito, en la lógica de quienes ordenan, es culpa de los que venden bebidas alcohólicas, no de un gobierno ineficiente debido a su ignorancia sobre el funcionamiento de la sociedad.
Ese mismo método sirve para exculpar al gobierno por la inseguridad, la corrupción, la escasez o cualquier otra de esas nimiedades. Es esta la visión que da origen a las cacerías de brujas y a la irresponsabilidad del gobernante. Todos somos castigados por no descifrar adecuadamente un capricho de quien ordena, mas no gobierna. Así, el ciudadano será siempre el único culpable de las desdichas causadas por un mal gobierno, tanto como los soldaditos fueron sancionados por no empujar convenientemente al rinoceronte.
Más tarde, aplicó la misma lógica a otra ocurrencia que le vino a la mente. Se trataba de acabar con los accidentes de tránsito mediante la prohibición de la venta de alcohol en circunstancias que no tenía claras del todo. Pensó: “Aprieto este botón y, ¡zas!, se acaba el problema.” Lo intentó. El resultado: las muertes en accidentes de tránsito aumentaron en un 29%, comparado con el año pasado.
Las medidas obedecen a la incomprensión del funcionamiento de la sociedad y, por supuesto, del comportamiento de los rinocerontes. La sociedad es como una gran telaraña en donde múltiples factores influyen en un acontecimiento dado. No hay relaciones de causa-efecto. Sin embargo, el gobierno insiste en pensar que pulsando una tecla se prende automáticamente la luz social que desean.
El asunto del tránsito, como cualquier otra práctica social, es mucho más complejo, y comienza desde el momento del inservible examen de manejo (al que el examinado se presenta conduciendo su propio carro), pasando por la pésima señalización, el consumo de alcohol mientras se maneja bajo la mirada indulgente de las autoridades, el mal estado de las vías y los vehículos, la vigilancia deficiente y, en muchos casos, corrupta, hasta llegar a los infructuosos conitos anaranjados, esos que obstaculizan el medio de la vía sin razón aparente.
Tal incomprensión termina torciendo la realidad: el problema del tránsito, en la lógica de quienes ordenan, es culpa de los que venden bebidas alcohólicas, no de un gobierno ineficiente debido a su ignorancia sobre el funcionamiento de la sociedad.
Ese mismo método sirve para exculpar al gobierno por la inseguridad, la corrupción, la escasez o cualquier otra de esas nimiedades. Es esta la visión que da origen a las cacerías de brujas y a la irresponsabilidad del gobernante. Todos somos castigados por no descifrar adecuadamente un capricho de quien ordena, mas no gobierna. Así, el ciudadano será siempre el único culpable de las desdichas causadas por un mal gobierno, tanto como los soldaditos fueron sancionados por no empujar convenientemente al rinoceronte.
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