03 abril 2007

Sepultureros de la democracia

Por Asdrúbal Aguiar

El Universal

Señor Insulza, no haga de la OEA un sindicato de sepultureros

Pensé mucho el título y contenido de esta columna. Tuve mis dudas. Pero la cortesía o el verbo ambiguo no caben y menos puedo sobreponerlos a mis deberes para con Venezuela, en esta hora nona.
Todo demócrata tiene un compromiso sagrado, además, consigo mismo y su irrenunciable dignidad de persona. Nunca debe dejar de ejercer los derechos que le son connaturales y que ha de asegurárselos la democracia, así se los atropellen.

Tales derechos, que se expresan de conjunto en el derecho a la democracia, le obligan y me obligan, pues, al reclamo público sin concesiones ante los órganos de tutela de la democracia, para que provean a su defensa oportuna o cuando éstos, por abulia o por temor, a secas, no cumplen cabalmente con sus responsabilidades.

El silencio de la OEA ante la profunda crisis democrática que acusa nuestro país y que hace metástasis más allá de nuestras fronteras, es casi criminal.

Y no me vengan a decir que el principio de la No intervención o el respeto a los asuntos internos de cada Estado inhabilitan a la OEA para tal cometido, impidiéndole siquiera hacer oír su voz grave y firme ante los distintos gobiernos o ante la opinión del hemisferio, cuando la democracia corre peligro y antes de que salte por los aires.

La tarea de enterradores o, cuando menos, de médicos forenses, podía ser característica de la OEA en sus inicios. De allí que apenas se ocupara de certificar golpes de Estado y disponer luego sus buenos oficios para que la democracia se reconstituyese allí donde hubiere caído por el despeñadero. Pero no es el caso ahora y menos desde cuando se aprobara la Carta Democrática Interamericana.

Y no me digan lo primero, puesto que el principio de la No intervención nace en 1826 para la defensa de un sistema político: la república, ante las amenazas de las monarquías dominantes, y la defensa del derecho a la democracia es hoy asunto de orden público internacional.

Y tampoco me digan que la Carta acusa falencias o que no es vinculante, pues sus estándares los ha confirmado judicialmente la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

El secretario de la OEA, José Miguel Insulza, en buena hora protestó el cierre de Radio Caracas Televisión por Hugo Chávez, el autócrata. Y se lo agradecemos. La libertad de expresión es columna de la democracia. Pero luego de que el autócrata le batiese las manos y le espetara procacidades, Insulza pasó al silencio. Allí permanece, como parece.

¿No ha tomado nota, acaso, de la muerte del parlamentarismo en Venezuela y de que el autócrata legisla por los diputados y lo hace oculto, con sus proyectos de leyes metidos bajo la manga?

¿Ha tomado apunte de que lo que queda de nuestra Asamblea de eunucos y sirvientes del autócrata arremetió recién contra el Tribunal Supremo de Justicia y desafió ante los venezolanos la autoridad de sus sentencias?

¿Hay democracia allí donde faltan o fallan los poderes constituidos o donde median graves faltas a su independencia y separación?

Si Pedro o Juana pierden el derecho a la vida o son torturados ¿a qué Parlamento pueden acudir para que controle al gobierno asesino o torturador? Y si son víctimas de una ley arbitraria que les niega sus derechos ¿a qué tribunal pueden acudir Juana o Pedro, señor Insulza, para obtener una sentencia que los ampare y que sea respetada?

Chávez acabó con la Asamblea y ésta ha herido de muerte al Poder Judicial.

Con todo respeto, señor Insulza, le pregunto a Ud., quien dice haber sufrido en carne propia los atropellos de una dictadura que le eyectara de su país durante sus mejores años, ¿cree aún aquello que le declarara hace un año al diario La Tercera, de Santiago, afirmando que "la actitud de Chávez no es la de estás conmigo o contra mí"? ¿De verdad lo cree, a pie juntillas?

Si la OEA ya no es capaz de asumir las responsabilidades institucionales de tutela y defensa de la democracia que se le confiaran, paulatinamente, desde 1948, sería preferible, señor Insulza, que tenga la valentía de confesarlo.

Hable claro y duro, ejerza su autoridad moral ante los representantes de los gobiernos quienes cómodamente calzan sus posaderas en los escritorios del Consejo Permanente -no todos cómplices del Teniente Coronel que aquí nos manda, sin gobernar- y adviértales sobre el penoso e imperdonable papel histórico que podrían estar desempeñando.

No haga de la OEA, se lo exijo, en ejercicio de mis derechos y en procura del derecho de los venezolanos a la democracia, un sindicato de sepultureros. Nada más.

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