25 octubre 2007

El libro de Ingenieros y el resorte misterioso

Por José Alberto Medina Molero

“Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio”
José Ortega y Gasett (“La rebelión de las masas”).


Un 31 de Octubre, hace ya más de ocho década (1925), fallecía en Buenos Aires un personaje polifacético y acucioso: médico, escritor, filósofo, farmacéutico, profesor Universitario, ideólogo. No obstante todas las obras y labores desplegadas, en tan solo 48 años de existencia por José Ingenieros, no se comparan con el legado que representa un libro curioso salido de su intelecto y de esa fuerza moral que lo acompañaba a pensar y compartir sus disquisiciones: “El Hombre Mediocre”, verdadero latigazo que a comienzos del siglo XX sacude la conciencia de los que lo leen, y que es marcadamente refrendado, años después, por la sabia y profunda pluma del español José Ortega y Gasset, a través de la descripción del hombre satisfecho y del hombre vulgar.

Por vez primera, se muestra en un libro la brutal diferencia entre un ser idealista, no atado a dogmas, pensando con su propia cabeza, tratando siempre de perseguir peldaños más elevados a los que llevar a la sociedad que lo rodea, mejorando, preparándose, cuestionando, y la abundante (y por numerosa, degradante de la vida cotidiana y del futuro) masa de hombre acomodaticios, satisfechos de su propia pereza intelectual, deseosos de riquezas materiales, hundidos en ese lodo que tapiza sus conciencias y las sella a cal y canto. Muestra este libro la difusa moral de los vivos, de los adoradores de dogmas y seguidores ciegos de Mesías de mucha carne y mucho hueso.

Pese a la visión nada optimista de José Ingenieros, en el sentido de que “el hombre es como es y no podría ser de otra forma”, debe el ser humano que “in pectore” posea las cualidades del hombre idealista, aflorarlas para buscar esos escaños, esos estadios elevados para sus semejantes, y al propio tiempo procurar que mediante la educación, se insuflen los valores de tolerancia, pensamiento crítico, iniciativa, creatividad, honestidad en las nuevas generaciones. O se procura la grandeza real, sólida, bienhechora, o se sucumbe definitivamente al bienestar aparente, a la gravosa confortabilidad, a lo falsamente seguro, a la barbarie.

Así de difícil y así de simple es nuestro reto en cada trinchera en la que estemos situados. Allí en lo más hondo de nuestra conciencia de hombres, nos acicatea la palabra de José Ingenieros cuando afirmaba en su ya legendario escrito: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de la perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal”.

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