Si hay un oficio difícil, exigente, comprometedor y serio, ese es el de hacer política. Hay que tener vocación de servicio para dedicarse a ello, y estar dispuesto a trabajar sin horario ni fecha en el calendario. Hay que tener ciertas condiciones físicas, psicológicas e intelectuales, pero sobre todo hay que sentir una inquietud incurable por la injusticia y un interés permanente en el prójimo. Dicho de otro modo, hay que obedecer al animal político que se lleva adentro.
La política como oficio es un arte. La palabra deriva de la expresión griega politiké techne, que significa el arte propio de los ciudadanos, el arte de vivir en sociedad y de intervenir activamente en las cosas relativas al Estado. Para los antiguos griegos, la virtud consistía en el interés y la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos.
Hoy en día, la palabra «virtud» tiene otras acepciones, y en la actividad política hay muchos aficionados y muy pocos artífices. Las consecuencias de que sean los aficionados los que marquen las pautas del quehacer político están a la vista. Una de ellas es haber suprimido los instrumentos más esenciales de este arte, como son el diálogo y el consenso.
No obstante, los aficionados se multiplican como conejos que saltan del sombrero de un mago. Tal es el caso de algunos candidatos del PSUV a las próximas elecciones municipales, quienes han desarrollado su talento en ámbitos muy distintos, incluso completamente ajenos, al escenario político. Son personas destacadas en sus respectivas áreas y se les reconoce por ello, pero hasta ahora no habían desvelado, al menos públicamente, ninguna preocupación por los problemas sociales, ni habían sometido a la consideración de la sociedad ninguna propuesta política. De hecho, uno de ellos ni siquiera se había tomado la molestia de inscribirse en el Registro Electoral hasta el año 2007, a los 33 años de edad, lo que da una idea de cuán poco le importa(ba) la política.
Si los aspirantes a cargos públicos no toman en serio la responsabilidad y el compromiso que implica ser Alcalde o Concejal de un municipio y si los electores no toman en serio el alcance de su decisión a la hora de ejercer el voto, unos y otros seguirán impulsando la antipolítica, que es la negación de la política como arte social de cívica convivencia y como oficio especializado en la ejecución de políticas públicas.
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