Hay expresiones tan infelices que jamás debieran pronunciarse. Muchas de ellas son ofensivas a la mayoría de quienes las escuchan; por lo general, sus decidores se muestran impúdicamente osados en lo que constituye un desafío a ciertos principios y reglas de suprema importancia.
Hace unos días, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, plenamente consciente de la grave situación político-electoral que se vive en Venezuela, no tuvo el menor empacho en justificar su negativa a incluir el tema de Venezuela en los debates del Consejo Permanente que se celebra en Guatemala. En una entrevista declaró muy campante: "si hay 34 países miembros y ninguno plantea el tema, eso quiere decir que no hay mucho ambiente para tratarlo en esta organización... Si no lo plantea uno, no lo planteará el secretario general".
Sin embargo, en el año 2009, sí le pareció que había "ambiente" para proponer a los cancilleres reunidos en Honduras la eliminación de la resolución adoptada por la OEA en 1962 contra Cuba, más por tener un régimen comunista que por el hecho de que éste es autocrático, y calificó dicha resolución de "obsoleta y un residuo de la Guerra Fría". Por lo visto, el insulso secretario está más interesado en lograr la reincorporación a la OEA de un país en el que impera una dictadura ya cincuentenaria, que en contribuir a la solución de los problemas de fraude electoral y de ilegitimidad de quien funge como presidente en Venezuela.
Si bien el señor Insulza no me inspira ningún respeto ni un ápice de confianza, no solo por lo que dice, sino por su deliberado silencio ante tantas irregularidades y arbitrariedades que cometen algunos jefes de Estados miembros de la OEA, la función del cargo que ejerce exige de su parte un mínimo de sindéresis, en lugar de la recurrente exhibición de su preferencia política, que lo inclina hasta la postración hacia la izquierda más desequilibrada.
Otra de esas frases que no pueden borrarse ni a fuerza de lija la pronunció esta semana una de las rectoras del Consejo Nacional Electoral. A propósito del tema de las impurezas del Registro Electoral, salió a relucir el problema –jamás resuelto- de los muertos que votan, que es, por cierto, uno de los varios motivos que dieron lugar a la impugnación de las elecciones presidenciales realizadas el 14 de abril de 2013 por parte del líder de oposición Henrique Capriles Radonski.
La rectora Socorro Hernández, al restar importancia a este asunto, que consideró "parte de una diatriba política" con la que se pretende generar una matriz de opinión, aseguró que "los muertos no votan", pero que el hecho de que haya denuncias debido a que algunos muertos sí votan "no tiene que ser motivo de escándalo".
Es un poco desconcertante escuchar y leer expresiones de este tenor, porque cuando uno pone todo su empeño en aplicar la buena fe y conceder el beneficio de la duda..., resulta que no hay manera de salvarlos de su propia insolencia.
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