26 abril 2013

La intransigencia del Poder Electoral


La institucionalidad de un país depende fundamentalmente del vigor de su Constitución y de sus leyes. Sin estos instrumentos no existe la menor posibilidad de gobernar legítimamente dentro de ciertos límites, ni de lograr que los ciudadanos conozcan el modo de ver garantizados sus derechos y de asumir la responsabilidad de su conducta cívica.
Un Estado queda al margen del Derecho y de la Justicia desde el momento en que quienes detentan el poder político degradan la Constitución, desconociéndola como norma fundamental reguladora del ejercicio de su autoridad. Muta, entonces, inevitablemente, a un Estado anómico en el que los órganos del Poder Público incrementan su poder a medida que se exceden en sus funciones y manipulan las leyes según la conveniencia de los fines que persiguen. El comportamiento de la sociedad frente a este tipo de situaciones es lo que, en definitiva, determina el triunfo o el fracaso de tales acciones. Sin embargo, siendo la sociedad un ente heterogéneo conformado por diversos sectores con creencias, opiniones, problemas e intereses distintos, los liderazgos sociales y políticos constituyen el elemento primordial para la canalización y satisfacción de todos esos factores.
En estos casos, una cualidad necesaria en el liderazgo político es la coherencia del discurso y el respeto por los derechos y las expectativas de los ciudadanos, por los principios constitucionales y por los procedimientos establecidos en las leyes para resolver conflictos como el que ha surgido a raíz de la elección presidencial del 14 de abril.
Henrique Capriles, líder de la oposición, ha sido coherente e insistente en su requerimiento de una verificación ciudadana de los resultados electorales. Porque existe una duda acerca de éstos, porque el margen de diferencia es apenas del 1,83%, porque el Rector Vicente Díaz tuvo razones para sugerirla, porque las demás rectoras no estuvieron de acuerdo con su colega, porque 54% no es igual a 100%, porque el país no quedó convencido de la veracidad de dichos resultados.
 La solicitud ha desatado reacciones imprudentes en las rectoras del Consejo Nacional Electoral. En conjunto o por separado, sus declaraciones abundan en tecnicismos que lejos de ajustarse a lo que establece la legislación electoral, se encuadran en una interpretación voluntarista de la Ley. Actitudes cerradas e intransigentes como estas son las que nos hacen dudar de la imparcialidad y transparencia del árbitro electoral, y hay sobradas razones para cuestionar sus argumentos, puesto que carecen de fundamento jurídico. Además, la proclamación y juramentación precipitadas de Nicolás Maduro como Presidente de la República ha conseguido alimentar las sospechas de nuevos vicios sobre un proceso electoral plagado de irregularidades. 
El Poder Electoral se ha erigido como un muro contra el que rebotan, una y otra vez, la voz y el voto de la mayoría de la sociedad venezolana. Aduciendo la “irreversibilidad” de los resultados electorales, pretenden desconocer nuestro derecho a exigir que se cuente la totalidad de los votos, y tratan de evadir su obligación y responsabilidad remitiendo a los solicitantes (que somos la mayoría del país) a impugnar las elecciones por ante la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, cuya Magistrada Presidente se pronunció indebidamente por anticipado.
La importancia de la verificación ciudadana consiste nada menos que en otorgar la legitimidad necesaria al candidato que resulte favorecido por la mayoría de los votos para asumir la Presidencia de la República.

19 abril 2013

Al borde de la ingobernabilidad

No recuerdo cuándo fue el último momento de paz que vivimos en Venezuela. Desde 1999 nuestra rutina se caracteriza por lo que se nos quita o por lo que perdemos, ya sea la paz, las libertades, la vida o las elecciones.

Ahora se nos quiere arrebatar el derecho a manifestar públicamente nuestra protesta contra la negativa del Consejo Nacional Electoral a respetar nuestro derecho de verificar el resultado electoral mediante el conteo ciudadano de la totalidad de los votos.

La foto actual del país refleja la anormalidad de nuestra realidad: por un lado, los órganos del Poder Público alineados a favor del candidato oficialista, recién proclamado ilegítimamente Presidente de la República. Una proclamación desesperada, impulsada por el miedo y la culpa de quienes cometieron fraude electoral y cuyas tramposerías quedarían desveladas mediante el conteo del 46% de los votos restantes. Una Asamblea Nacional cuyo presidente cercena el derecho de palabra a los diputados de oposición. Una Fuerza Armada beligerante y militante que defiende sus propios votos y destruye los votos del adversario.
Por el otro, poco más de la mitad de los electores a la que aquéllos pretenden ignorar, junto a un líder que se agiganta en cada nueva intervención pública, que en apenas diez días sumó casi un millón de electores a su propuesta, que denuncia con pruebas en la mano un sinnúmero de irregularidades y exige que se cuenten todos los votos para determinar con claridad cuál de los candidatos alcanzó la mayoría.

En respuesta, la ineptitud de un gobernante espurio incapaz de conciliar, ni siquiera de entender la crisis que se agudiza con las horas en todos los sectores del país. Un individuo sin liderazgo propio y sin autonomía, que obedece órdenes de dictadores extranjeros, y enloquecido amenaza con desatar la violencia. Un títere de los hermanos Castro que infiltra hampones entre los manifestantes pacíficos, prohíbe las protestas, criminaliza los justos reclamos y ordena opacar el ruido de las cacerolas con fuegos artificiales.

La responsabilidad de las rectoras del Consejo Nacional Electoral es aún mayor por cuanto su renuencia a admitir que se cuente la totalidad de los votos es lo que ha generado el descontento y la debacle de estos días. Tibisay Lucena se equivoca y mucho al desafiar la voluntad de la mayoría de los electores negándonos el derecho a comprobar los resultados electorales.

Si el oficialismo, incluidos los representantes de todos los poderes públicos, no cambia de actitud, le será prácticamente imposible gobernar a un país dividido y destruido por el odio, la intolerancia y la violencia.

11 abril 2013

No vale rendirse ahora

Tengo catorce años saliendo a marchar con los mismos güachicones y mi bandera en ristre cada vez que se ha convocado a una manifestación para protestar contra la revolución chavista y el socialismo, contra las medidas de este régimen, contra el autoritarismo de quien fuera su líder, contra la ilegitimidad de los actuales usurpadores del poder político, contra todo lo que ha significado violación de derechos humanos, represión política, restricciones a la libertad, fraude constitucional, violencia, impunidad e intolerancia.

Tengo catorce años recibiendo insultos, amenazas y maldiciones; escapando de los gases lacrimógenos, los perdigonazos y las balas; siendo excluida y confinada a limitadísimos espacios de participación ciudadana. Tengo catorce años tecleando incansablemente mi defensa a ultranza de la Constitución y las leyes, de la Democracia y la libertad, de los Derechos Humanos y los valores morales, de la institucionalidad y los límites del poder.

Tengo catorce años llevando palo en cada evento electoral. De 13 comicios que se han realizado, me he abstenido una vez de participar y he perdido 11 veces mi voto. Hay que ver lo que significa que a uno le apaleen el ánimo tan duro y tan seguido. Alguno podría pensar que no es una conducta normal, y que al cabo de tantos intentos fallidos mejor sería replegarse y desistir. Quien así piense no ha vivido nunca en dictadura, y por lo tanto no sabe de lo que es capaz un individuo o un pueblo por recuperar la libertad.

Tú y yo y millones de nuestros compatriotas sí lo sabemos, porque en mala hora nos ha tocado enfrentar a este monstruo de seis cabezas y tentáculos feroces contra el que hemos luchado de muchas maneras distintas, y a fuerza de votar y de perder hemos aprendido que el voto es el arma más eficaz que existe para vencerlo, aun cuando tengamos que ejercerlo en condiciones desiguales, a pesar de la dudosa imparcialidad del árbitro electoral, del ventajismo oficialista y de la intransigencia de todos los poderes públicos.

Si hemos guapeado durante catorce años, remendando la esperanza tras cada desilusión, reemprendiendo la marcha tras cada estampida, retomando la lucha tras cada derrota, no vale rendirse ahora, cuando el creador del monstruo ya no está, y lo que queda de éste es una inmensa piltrafa con seis cabezas bamboleantes picoteadas por los buitres.

Iré a votar el próximo 14 de abril con mis viejos güachicones, mi esperanza reluciente y la convicción de que esta vez, contra todo pronóstico, no perderé mi voto. Iré a votar pensando en la Venezuela que quiero y en todo lo que no quiero para ella ni para mi. Iré a votar confiando en que tú también irás, porque nadie puede hacerlo en tu lugar.