Tengo catorce años saliendo a marchar con los mismos güachicones y mi bandera en ristre cada vez que se ha convocado a una manifestación para protestar contra la revolución chavista y el socialismo, contra las medidas de este régimen, contra el autoritarismo de quien fuera su líder, contra la ilegitimidad de los actuales usurpadores del poder político, contra todo lo que ha significado violación de derechos humanos, represión política, restricciones a la libertad, fraude constitucional, violencia, impunidad e intolerancia.
Tengo catorce años recibiendo insultos, amenazas y maldiciones; escapando de los gases lacrimógenos, los perdigonazos y las balas; siendo excluida y confinada a limitadísimos espacios de participación ciudadana. Tengo catorce años tecleando incansablemente mi defensa a ultranza de la Constitución y las leyes, de la Democracia y la libertad, de los Derechos Humanos y los valores morales, de la institucionalidad y los límites del poder.
Tengo catorce años llevando palo en cada evento electoral. De 13 comicios que se han realizado, me he abstenido una vez de participar y he perdido 11 veces mi voto. Hay que ver lo que significa que a uno le apaleen el ánimo tan duro y tan seguido. Alguno podría pensar que no es una conducta normal, y que al cabo de tantos intentos fallidos mejor sería replegarse y desistir. Quien así piense no ha vivido nunca en dictadura, y por lo tanto no sabe de lo que es capaz un individuo o un pueblo por recuperar la libertad.
Tú y yo y millones de nuestros compatriotas sí lo sabemos, porque en mala hora nos ha tocado enfrentar a este monstruo de seis cabezas y tentáculos feroces contra el que hemos luchado de muchas maneras distintas, y a fuerza de votar y de perder hemos aprendido que el voto es el arma más eficaz que existe para vencerlo, aun cuando tengamos que ejercerlo en condiciones desiguales, a pesar de la dudosa imparcialidad del árbitro electoral, del ventajismo oficialista y de la intransigencia de todos los poderes públicos.
Si hemos guapeado durante catorce años, remendando la esperanza tras cada desilusión, reemprendiendo la marcha tras cada estampida, retomando la lucha tras cada derrota, no vale rendirse ahora, cuando el creador del monstruo ya no está, y lo que queda de éste es una inmensa piltrafa con seis cabezas bamboleantes picoteadas por los buitres.
Iré a votar el próximo 14 de abril con mis viejos güachicones, mi esperanza reluciente y la convicción de que esta vez, contra todo pronóstico, no perderé mi voto. Iré a votar pensando en la Venezuela que quiero y en todo lo que no quiero para ella ni para mi. Iré a votar confiando en que tú también irás, porque nadie puede hacerlo en tu lugar.
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