Agotaría los sinónimos para calificar esta nueva actuación -porque no es más que eso, otra actuación- de Hugo Chávez en el vaudeville ("Comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco, que puede incluir números musicales y de variedades", según el DRAE) en que se convirtió el acto de instalación del Consejo Federal de Gobierno. Faltaron únicamente los "números musicales" -¡qué raro!-, porque todo lo demás se ajustó perfectamente a la definición.
Esta escena circense hay que observarla desde más de un punto de vista.
Por una parte, la acrimonia y virulencia que caracterizan a los mensajes de Chávez cada vez que se dirige a la oposición, la ofensiva vulgaridad con que insulta a todo aquel que no piensa como él, la enconada actitud de venganza con que persigue, reprime y encarcela a quienes considera sus enemigos, no pueden borrarse de un plumazo, ni opacarse con el flash de una cámara, ni mucho menos olvidarse con el solo intento de mostrar otra máscara y pronunciar unas pocas palabras políticamente y, sobre todo, electoralmente, reflexivas, en tono dudosamente conciliador.
Hay que ser rematadamente ingenuo para creer que su supuesto reconocimiento de una realidad perturbadora (la imposibilidad de que el oficialismo gane todas las gobernaciones y alcaldías) pueda significar una auténtica aceptación de ésta. Pretender aparecer ante el país como "un Presidente que piensa, que es un ser humano con defectos pero que razona", y que "está dispuesto a trabajar junto [a los gobernadores y alcaldes de la oposición], sólo que pide respeto", y lograr que todos le creamos, es una estupidez. La mejor evidencia de que no hay intención de abrir espacios a la oposición es que la Secretaría del Consejo Federal de Gobierno está integrada por militantes del partido oficialista y la oposición no tiene allí ninguna representación.
Once años es tiempo suficiente para conocer a una persona. A Hugo Chávez lo conocemos bien, porque lo hemos tenido hasta en la pasta dental cada mañana. Conocemos sus mañas, la inmoralidad de su maquiavelismo, su desproporcionada falsedad. Él no es en lo absoluto un hombre de palabra. No es confiable, ni honorable, ni respetuoso de la Ley, ni de las reglas, sean sociales, políticas o morales. No es amigo de nadie. ¿Cómo piensa que puede convencernos de lo que dice, cuando estamos seguros de que este domingo o la próxima semana volverá a despotricar contra todos los que hoy se rieron con él, le estrecharon la mano y se fotografiaron juntos?
Es verdad que la política consiste en dialogar, intercambiar ideas, reconocer discrepancias, ceder posturas y lograr consensos. Así debe ser siempre la manera de dirimir conflictos y pactar acuerdos entre quienes participan en la vida política de un país. Pero en Venezuela, desde 1999 hasta la fecha, máxime en el último lustro, no ha sido esa la forma en que se ha desarrollado la política. Sencillamente, porque el Estado venezolano ha sido despojado de su carácter democrático y reemplazado por otro decididamente autocrático.
Por otra parte, las imágenes que muestran tan sonrientes a los gobernadores Henrique Capriles, Pablo Pérez, Morel Rodríguez y Pérez Vivas mientras saludan a Hugo Chávez, contrastan significativamente con la coherente y, en mi opinión, más decorosa conducta de Henri Falcón y Antonio Ledezma, que prefirieron salir del Palacio Blanco sin pasar por la alcabala de la fingida cordialidad. Henrique Salas Feo se ahorró la farsa al marcharse de la carpa antes de que comenzara el espectáculo.
Esta escena circense hay que observarla desde más de un punto de vista.
Por una parte, la acrimonia y virulencia que caracterizan a los mensajes de Chávez cada vez que se dirige a la oposición, la ofensiva vulgaridad con que insulta a todo aquel que no piensa como él, la enconada actitud de venganza con que persigue, reprime y encarcela a quienes considera sus enemigos, no pueden borrarse de un plumazo, ni opacarse con el flash de una cámara, ni mucho menos olvidarse con el solo intento de mostrar otra máscara y pronunciar unas pocas palabras políticamente y, sobre todo, electoralmente, reflexivas, en tono dudosamente conciliador.
Hay que ser rematadamente ingenuo para creer que su supuesto reconocimiento de una realidad perturbadora (la imposibilidad de que el oficialismo gane todas las gobernaciones y alcaldías) pueda significar una auténtica aceptación de ésta. Pretender aparecer ante el país como "un Presidente que piensa, que es un ser humano con defectos pero que razona", y que "está dispuesto a trabajar junto [a los gobernadores y alcaldes de la oposición], sólo que pide respeto", y lograr que todos le creamos, es una estupidez. La mejor evidencia de que no hay intención de abrir espacios a la oposición es que la Secretaría del Consejo Federal de Gobierno está integrada por militantes del partido oficialista y la oposición no tiene allí ninguna representación.
Once años es tiempo suficiente para conocer a una persona. A Hugo Chávez lo conocemos bien, porque lo hemos tenido hasta en la pasta dental cada mañana. Conocemos sus mañas, la inmoralidad de su maquiavelismo, su desproporcionada falsedad. Él no es en lo absoluto un hombre de palabra. No es confiable, ni honorable, ni respetuoso de la Ley, ni de las reglas, sean sociales, políticas o morales. No es amigo de nadie. ¿Cómo piensa que puede convencernos de lo que dice, cuando estamos seguros de que este domingo o la próxima semana volverá a despotricar contra todos los que hoy se rieron con él, le estrecharon la mano y se fotografiaron juntos?
Es verdad que la política consiste en dialogar, intercambiar ideas, reconocer discrepancias, ceder posturas y lograr consensos. Así debe ser siempre la manera de dirimir conflictos y pactar acuerdos entre quienes participan en la vida política de un país. Pero en Venezuela, desde 1999 hasta la fecha, máxime en el último lustro, no ha sido esa la forma en que se ha desarrollado la política. Sencillamente, porque el Estado venezolano ha sido despojado de su carácter democrático y reemplazado por otro decididamente autocrático.
Por otra parte, las imágenes que muestran tan sonrientes a los gobernadores Henrique Capriles, Pablo Pérez, Morel Rodríguez y Pérez Vivas mientras saludan a Hugo Chávez, contrastan significativamente con la coherente y, en mi opinión, más decorosa conducta de Henri Falcón y Antonio Ledezma, que prefirieron salir del Palacio Blanco sin pasar por la alcabala de la fingida cordialidad. Henrique Salas Feo se ahorró la farsa al marcharse de la carpa antes de que comenzara el espectáculo.
ves Liliana... que ese circo se hace insoportable... y es lo que me lleva como liberal a rechazar cualquier pacto con esos socialistas
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