El militar Hugo Chávez llama a la guerra contra Colombia. Dirige sus órdenes a la Fuerza Armada nacional, a los milicianos, a los reservistas, a los militantes de su partido único. Por razones obvias, excluye del llamado a los opositores. Sólo puedo comparar esta escena con la imagen de Hitler ante un auditorio de jóvenes incautos y adultos confundidos, mientras agita esquizofrénicamente sus manos y eleva el tono imperativo de su voz. Tal como se veía en el dictador alemán, en el dictador venezolano también se ve que lo que determina la importancia de sus objetivos no está en las palabras que pronuncia, sino en el lenguaje físico.
No puede ser de otra manera, porque hablar de guerra obliga a hacer hablar al cuerpo. La guerra implica un previo estado de cosas: desacuerdo y conflicto, intolerancia y hartazgo, intuición y reacción, ya sea respecto a las ideas o respecto a los hechos. Y todas estas situaciones se expresan a través de los gestos que, a su vez, son la forma de expresión de las emociones. La racionalidad funciona y se manifiesta de manera muy distinta. Por lo tanto, la idea de guerra en cualquier individuo no surge espontáneamente, sino que es producto de ciertas condiciones en el propio individuo y de determinados factores en el ámbito político de las relaciones internas o externas.
En un hombre como Chávez, está comprobado que su temperamento natural es violento en extremo, lo que explica su intento de tomar el poder por la fuerza mediante un golpe de Estado. También lo demuestran sus rampantes declaraciones de apoyo a los grupos guerrilleros y sus muy conocidas formas de "lucha" política, principalmente en los campos de batalla nacionales, contra sus "enemigos", que no adversarios, de la oposición.
Su decisión es determinante, al menos en el submundo de su imaginario, y en lo absoluto espontánea, sino todo lo contrario. Es una decisión elaborada e internizada, como lo es su idea de la revolución y su propósito de perpetuarse en el poder. Lo único circunstancial es el "otro" que, en este momento, no es Colombia, sino el Presidente colombiano, porque éste se ha convertido en una enorme roca dentro de su bota. Cualquiera que no piense como él y se interponga en su camino hacia la consolidación continental del neosocialismo y de su propia figura como líder internacional indiscutible, se convierte en objetivo militar de su declaración de guerra. Así que el gesto corporal de su decisión no se manifiesta solamente en la agitación de sus extremidades y en las expresiones de su rostro, sino también en la reciente movilización de una veintena de tanques de guerra hacia la frontera colombo-venezolana. Poco importa que los tanques lleguen hasta allá sobre las plataformas de otros vehículos, como en efecto han sido transportados. Lo que importa es que, una vez colocados en sus respectivos sitios "estratégicos", producirán un impacto que, eventualmente, podría desencadenar una serie de acontecimientos propicios para la acción.
Lo que busca Chávez es provocar al "otro", aunque muchos piensan que la provocación provino de éste. Pero Chávez, que no cree en nada ni en nadie, duda de que el "otro" lo que busca es proteger a su país de la guerrilla. Lo que no sabemos es si la paciencia del "otro" tiene un límite y si, después de todo, también le interesará jugar a la guerra.
No puede ser de otra manera, porque hablar de guerra obliga a hacer hablar al cuerpo. La guerra implica un previo estado de cosas: desacuerdo y conflicto, intolerancia y hartazgo, intuición y reacción, ya sea respecto a las ideas o respecto a los hechos. Y todas estas situaciones se expresan a través de los gestos que, a su vez, son la forma de expresión de las emociones. La racionalidad funciona y se manifiesta de manera muy distinta. Por lo tanto, la idea de guerra en cualquier individuo no surge espontáneamente, sino que es producto de ciertas condiciones en el propio individuo y de determinados factores en el ámbito político de las relaciones internas o externas.
En un hombre como Chávez, está comprobado que su temperamento natural es violento en extremo, lo que explica su intento de tomar el poder por la fuerza mediante un golpe de Estado. También lo demuestran sus rampantes declaraciones de apoyo a los grupos guerrilleros y sus muy conocidas formas de "lucha" política, principalmente en los campos de batalla nacionales, contra sus "enemigos", que no adversarios, de la oposición.
Su decisión es determinante, al menos en el submundo de su imaginario, y en lo absoluto espontánea, sino todo lo contrario. Es una decisión elaborada e internizada, como lo es su idea de la revolución y su propósito de perpetuarse en el poder. Lo único circunstancial es el "otro" que, en este momento, no es Colombia, sino el Presidente colombiano, porque éste se ha convertido en una enorme roca dentro de su bota. Cualquiera que no piense como él y se interponga en su camino hacia la consolidación continental del neosocialismo y de su propia figura como líder internacional indiscutible, se convierte en objetivo militar de su declaración de guerra. Así que el gesto corporal de su decisión no se manifiesta solamente en la agitación de sus extremidades y en las expresiones de su rostro, sino también en la reciente movilización de una veintena de tanques de guerra hacia la frontera colombo-venezolana. Poco importa que los tanques lleguen hasta allá sobre las plataformas de otros vehículos, como en efecto han sido transportados. Lo que importa es que, una vez colocados en sus respectivos sitios "estratégicos", producirán un impacto que, eventualmente, podría desencadenar una serie de acontecimientos propicios para la acción.
Lo que busca Chávez es provocar al "otro", aunque muchos piensan que la provocación provino de éste. Pero Chávez, que no cree en nada ni en nadie, duda de que el "otro" lo que busca es proteger a su país de la guerrilla. Lo que no sabemos es si la paciencia del "otro" tiene un límite y si, después de todo, también le interesará jugar a la guerra.
Paja y fanfarronería, ese idiota se va a esconder en el museo militar otra vez.
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