"Un día llegará la paz con el último agotamiento, y la maternal tierra me acogerá en sus brazos. No será el fin, sino un renacimiento, será el baño y el sueño en que desaparece lo viejo y marchito y empieza a respirar lo joven y nuevo. Quiero volver a recorrer entonces, con otros pensamientos, todos esos caminos, y escuchar una y otra vez los arroyos y contemplar una y otra vez el cielo vespertino."
"El vértigo ya no existe, y tampoco la urgencia de mostrar a todos mis amores la hermosa lejanía y mi propia felicidad... Pero sonrío, y no solamente con los labios. Sonrío con el alma, con los ojos, con toda la piel... Hoy todo esto me pertenece más que entonces... Mi anhelo embriagado ya no pinta con colores de ensueño la lejanía misteriosa, mis ojos se contentan simplemente con lo que ven, porque por fin han aprendido a ver... El mundo es más hermoso. Estoy solo, y la soledad no me hace sufrir... Estoy dispuesto a morir, dispuesto a nacer de nuevo." (El caminante, Hermann Hesse)
José Antonio Delgado merece un homenaje de cada uno de los venezolanos, por su ejemplo, tenacidad y espíritu de lucha y aventura que le llevó a las cumbres más altas del mundo para plantar en ellas nuestras huellas a través de las suyas. Siempre he pensado que la prosa poética de Hermann Hesse expresa lo que siente un caminante cuando sale a explorar nuevos horizontes y a encontrarse consigo mismo. Es la convicción de que sólo en los caminos de la Naturaleza se hallan las respuestas que ansiosamente buscamos. Es una necesidad y una filosofía para sentir la vida.
La sociedad aspira a tener buenos gobernantes que les garanticen, sobre todo, la posibilidad de mejorar su calidad de vida mediante la creación de condiciones para el desenvolvimiento de sus derechos y libertades. Y la democracia es, sin duda, el sistema ideal para elegir a aquel de los candidatos que inspira mayor confianza, tanto por su personalidad y trayectoria, como por el interés de sus propuestas. Es, además, el único sistema que permite a los electores cambiar a un gobernante por otro cuando su gestión no es satisfactoria. Pero cuando en un país los partidos políticos se fracturan, los dirigentes políticos se desconectan del pueblo y el sistema democrático se resiente, sobra entonces espacio para la improvisación. Lo mismo surgen partidos electoralistas y, por consiguiente, cortoplacistas, sin formación política, sin bases ideológicas, sin disciplina partidista y sin proyectos de gobierno, que candidatos independientes, sin partido y sin doctrina, que se sienten capaces de intentarlo aunque carezcan de experiencia en tales lides. Es la distorsión de la acción política y de la función de los partidos la que promueve esta clase de estímulos y reacciones que, en determinadas circuntancias, lejos de contribuir con el restablecimiento de la confianza y la comprensión, lo que puede lograr es incrementar la confusión, acentuar la incertidumbre y propiciar decisiones impulsivas. Se supone que la política es un asunto serio, tan serio como que consiste en diseñar adecuadas políticas públicas, elaborar programas de gobierno, proponer soluciones a las necesidades de la sociedad, a partir del análisis responsable de los problemas del país y del debate de ideas en el ámbito de las diferencias ideológicas, la pluralidad partidista y el consenso de la mayoría. Sin embargo, una vez que los partidos y sus dirigentes han perdido el apoyo del pueblo, por tantas razones como ciudadanos descontentos haya, es más que probable que también la política resulte afectada negativamente en su respetabilidad y credibilidad, lo cual se traduce en expresiones del tipo "No me meto en política" o "No creo en los políticos". La siguiente fase es cuestión de actitud: el individuo defraudado en sus expectativas puede tomar cualquier decisión, desde conceder otra oportunidad al que gobierna mal, mantenerse al margen del tema, ser o parecer indiferente, asumir una posición crítica y exigente, hasta decantarse por la antipolítica. Esta última adhesión es, quizá, la que comporta mayores riesgos. La antipolítica -que algunos denominan nueva política- es la negación de los paradigmas políticos tradicionales y la adopción de nuevas fórmulas como consecuencia de la emergencia provocada por los políticos de oficio. Emergencia causada por el fracaso de los gobiernos, dadas la ineficacia e incompetencia de la mayoría de aquellos militantes que en sus respectivas gestiones se desempeñan como concejales, alcaldes, gobernadores, diputados, ministros y jefes de Estado, así como por la insatisfacción de los electores y por la decepcionante comprobación de que las estrategias políticas no son más que estrategias electorales. Mientras la política es acción, ejercida normalmente por políticos, la antipolítica es una reacción de la sociedad ante el desestímulo generado por aquélla. De ahí la búsqueda de actores emergentes desvinculados de los partidos y de los gobiernos, ideológicamente independientes y preferiblemente sin mácula de corrupción directa o indirecta, es decir, la búsqueda de opciones no-políticas. Esto rompe el círculo de las representaciones habituales, cada vez menos representativas, y deja espacio a cualquier ciudadano que reúna los requisitos de elegibilidad establecidos en la Ley para actuar en el escenario político. Y puede suceder, como de hecho ha sucedido en varios países del mundo, que actores, escritores, cantantes o deportistas asuman cargos públicos y lleguen incluso a ser investidos como Jefes de Estado. Tal es el caso del actor Ronald Reagan que alcanzó a ser Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, del dramaturgo Vaclav Havel que lo fue de República Checa, del actor Arnold Schwarzenegger, actual Gobernador del Estado de California también en Estados Unidos, del cantante Rubén Blades que aspiró a la presidencia en Panamá, del futbolista Pelé que fue Ministro de Deportes en Brasil y del cantante Gilberto Gil, actual Ministro de Cultura de ese país. En Venezuela, después de cuatro décadas en las que predominó la política -que luego degeneró en politiquería-, la mayoría del pueblo, decepcionada por el exceso de ineficacia y asqueada por los excesos de corrupción, asumió la antipolítica como reacción. Surgió entonces un actor emergente, no del ambiente artístico, intelectual, ni deportivo, sino de los cuarteles. Y el pueblo apostó por él como mejor opción por ser una opción no-política. Al cabo de casi ocho años de gobierno, el representante de la dicha opción ha resultado más adicto a la política que cualesquiera de los que le antecedieron. Hasta hace un par de días, los precandidatos dispuestos a disputarle a Hugo Chávez la presidencia en las elecciones pautadas para el 3 de diciembre de 2006 eran Julio Borges por Primero Justicia, Vicente Brito por Movimiento Republicano y Red Cívica Nacional, Sergio Omar Calderón por Copei, Alvaro Carrillo, independiente, Pablo Medina por Causa R, William Ojeda por Un Solo Pueblo, José Ignacio de Oliveiras, independiente, Teodoro Petkoff, Manuel Rosales por Nuevo Tiempo, Cecilia Sosa por Partido Federal Republicano, Roberto Smith por Venezuela de Primera y Enrique Tejera Paris por Solidaridad Independiente. A esta docena de aspirantes se ha sumado ahora un verdadero outsider, Benjamín Rausseo, humorista de profesión, conocido en el patio como Er Conde del Guácharo y en la nobleza internacional como Policarpio Tercero, monarca del Reino de Musipán, con un partido político creado en un-dos-tres al que ha denominado Piedra. Y mientras los demás precandidatos -políticos de oficio- se promocionan con uno o dos lemas, el actor emergente ha traído consigo todo un repertorio de eslóganes y dichos que, en menos de veinticuatro horas de haber entrado en la contienda pre-electoral, ya son estribillos que repiten casi todos los venezolanos. Por qué se postula y para qué son preguntas indisociables de otras como por qué ha logrado tanta y tan inmediata receptividad su candidatura, qué espera el elector de un candidato como él, por qué parece haber eclipsado a todos los demás... Hasta hace unas pocas semanas, Teodoro Petkoff punteaba en las encuestas como el favorito de los sectores de oposición, incluso de aquellos que no confían plenamente en él o que albergan dudas acerca de su talante democrático, puesto que él representa, en opinión de muchos, la opción, más que política, electoral, para enfrentar a Chávez, y que algunos expresan aduciendo que el hecho de apoyarlo "no significa que votaré por Petkoff, sino que votaré en contra de Chávez". Apenas Manuel Rosales se postuló como precandidato y se inscribió para las elecciones primarias, la balanza se inclinó a su favor, al punto que muchos de los que pensaban apoyar a Teodoro Petkoff cambiaron su preferencia por éste, aun cuando en el pasado apoyara a Chávez, pero según algunos "ninguno de los que se han postulado gustan, pero Rosales es el que disgusta menos". Ahora Benjamín Rausseo -¿o es Er Conde del Guácharo?- parece haber captado casi todo el respaldo de los sectores de la oposición y hasta de algunos sectores del chavismo que se sienten marginados, utilizados o desencantados del gobierno que eligieron, y para quienes Benjamín Er Conde "es mi peor es nada". ¿Cómo hay que interpretar estas adhesiones efímeras, volubles e inconsistentes? ¿Cómo otorgar credibilidad a las encuestas o qué margen de error es posible estimar en ellas si las tendencias son de tal volatilidad? ¿Con qué criterio decide cada elector por quién votar? ¿En qué piensan cuando votan? Dada la suspicacia que produce Petkoff en algunas personas, o la duda que despierta Rosales por su antecedente chavista, o la popularidad del outsider, uno está obligado a preguntarse ¿a quién están apoyando quienes les apoyan: a Petkoff el ex-socialista o al crítico de Chávez, a Rosales el ex-chavista o al buen Gobernador, al ciudadano Benjamín Rausseo o al personaje Er Conde del Guácharo? Debo decir que sostengo una teoría sobre los criterios de elección de los venezolanos, que no es el caso explicarla en esta ocasión, pero que deduzco de nuestra volubilidad ideológica y de nuestra propensión a lo que denomino "all easy and fast" (todo fácil y rápido), y que se patentiza en el hecho recurrente de que, en vez de pensar el voto atendiendo a las propuestas, más bien sentimos al candidato según nos agrade o no. Esta forma de entender la política y de asumir la responsabilidad del sufragio nos ha vuelto electoralmente emocionales y políticamente irracionales. Por nuestro propio bienestar y el del país, deberíamos saber que, en política, apostar por el mal menor de entre los peores es un acto desesperado, pero hacerlo por mera simpatía hacia la persona en lugar de porque sus ideas y propuestas nos parecen razonables, viables y buenas, es un error que se paga caro y con amargura.
En el marco del Seminario Ideológico Internacional "El socialismo científico" que se celebra actualmente en Caracas, han surgido ciertas posiciones que merece la pena destacar, una de ellas de carácter conceptual y la otra con visos formativos, todo esto en torno a la propuesta promovida por Hugo Chávez de lo que él denomina "Socialismo del siglo XXI".
La primera, que pretende justificar el fracaso del modelo socialista en los países que durante casi medio siglo lo adoptaron con penosos resultados, ha sido emitida por el Secretario General del PCV, Oscar Figuera: "No fue el socialismo lo que fracasó en el siglo XX sino la ausencia de lo que él significa..., en ninguna parte los clásicos plantearon que todos los bienes deban ser del Estado. Sólo los medios fundamentales". (Diario Ultimas Noticias, 19/07/06, p.16)
La segunda, que afirma el objetivo del gobierno venezolano de formar a los jóvenes universitarios en el ideario socialista propuesto por la "revolución bolivariana", según lo expresa Andrés Eloy Ruíz, Rector de la UBV: "Las universidades deben ser espacios abiertos para la discusión del socialismo del siglo XXI". (Diario El Universal, 19/07/06, p. I-8)
Lo que cada quien entiende
Es comprensible que en una sociedad como la venezolana, en la que las diferencias entre ricos y pobres estuvieron durante décadas aplacadas por la existencia y preeminencia de una clase media trabajadora, proactiva, generadora de recursos humanos, intelectuales, materiales y económicos, promotora de la iniciativa privada y portaestandarte principal del ejercicio de la libertad individual, el tema de las ideologías sea, a estas alturas, algo que crea dudas y temores. Quienes saben que el sustento en la vida se gana trabajando, poco dispuestos están a emplear parte de su tiempo en estudiar, analizar y debatir las teorías políticas y económicas de Locke, Tocqueville, Constant, Proudhon, Fourier, Owen, Smith, Marx, Fichte, Keynes o Hayek. Estos asuntos los dejan en manos de los que a estos menesteres se dedican. La mayoría de las personas se conforma con saber que existen unas "ideas" que encajan en los "títulos" de socialismo, comunismo y liberalismo, pero no tienen tiempo o interés en profundizar acerca de aquéllas. El resultado es que de unas y otras sólo conocen la definición "popular", generalmente, difundida de manera un tanto distorsionada. Se confunde "socialismo" con "comunismo" y se les entiende como sinónimos. Igual se piensa que el liberalismo es la expresión política del capitalismo y el antecedente histórico del neoliberalismo. En una reciente encuesta de calle realizada de manera informal por un canal de televisión y con resultados no vinculantes desde el punto de vista estadístico, la periodista Carla Angola formulaba la siguiente pregunta: ¿Sabe Ud. qué es el socialismo? De poco más de media docena de encuestados, algunos declararon no saber, otros contestaron evasivamente y apenas dos personas se aproximaron a la respuesta correcta. Sin embargo, uno de los encuestados contestó, sonriente, más o menos en los siguientes términos: "Es algo bueno porque ayuda a los pobres". Las personas tienen sus propias ideas acerca de algunas ideas, especialmente en cuestiones políticas, quizá porque se trata de temas abiertos en los que nadie nunca -afortunadamente- ha podido decir la última palabra. El problema, no obstante, se plantea de acuerdo con un esquema al parecer distinto del que ha propuesto Hugo Chávez para su "socialismo del siglo XXI". Mientras éste intenta convencer a la gente de la importancia de lo humano sobre lo económico, la gente sigue convencida de lo contrario, aun cuando consideren acertada dicha afirmación, pero únicamente en el plano teórico. En el plano práctico, la ideología, ya sea socialista, comunista o liberal, sólo es útil en la medida en que comporte beneficios económicos.
Lo que parece ser El comunismo
Los primeros vestigios del comunismo surgen de las ideas de Platón contenidas en La República o el Estado, según la cual la propiedad privada es fuente de egoísmo como la riqueza lo es de la corrupción, especialmente pública. Todas las demás teorías comunistas que se han desarrollado con posterioridad tienen su origen en el comunismo platónico. La riqueza es dañina y deriva en inmoralidad, por tanto hay que ponerla al margen del Estado y de la sociedad. Solamente los medios de producción pueden ser privados, mientras se establecen las bases y los mecanismos adecuados para la estatización del aparato productor, porque "Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad sin más, sino la abolición de la propiedad burguesa. (...) En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta única expresión: supresión de la propiedad privada". (Marx, K.: Manifiesto comunista, Alianza Editorial, Madrid, 2004, p.59) El consumo de los bienes es común, por cuanto se intenta impedir que unas personas consuman más que otras. De ahí que el principio dominante sea el de fraternidad (obligatoria), según el cual todo debe ser compartido con todos, a los fines de erradicar toda desigualdad económica. La sociedad en la que rige el sistema comunista es -o debe ser- fundamentalmente ascética, conducirse conforme con la rígida disciplina que impone la austeridad y la mediocridad como formas de vida. Los comunistas no tienen intereses propios, sino colectivos, entendiendo por tales los intereses de todo el proletariado. Esto, desde luego, excluye los intereses de los sectores no proletarios. El comunismo anula la individualidad y suprime la libertad individual. "Se trata, efectivamente, de la supresión de la personalidad, independencia y libertad burguesas" (Idem, p.61)El comunismo aboga por la supresión del Estado.
El socialismo
La palabra socialismo fue acuñada en Inglaterra en 1835. Y, a diferencia del comunismo, se deriva, junto con el economismo, de una misma fuente, pero se expresan de maneras distintas. Mientras el comunismo se plantea objetivos en el presente, el socialismo está orientado hacia el futuro. El comunismo es acción, y el socialismo, un ideal. El comunismo pretende ser una ciencia, en tanto el socialismo es un hecho social y, en ese sentido, objeto de la ciencia. El comunismo persigue la estatización de los medios de producción; el socialismo se propone socializarlos, es decir, incorporar las funciones industriales y comerciales a las funciones de la sociedad, pero a través del Estado, lo que viene a desembocar en una estatización de la economía. Por cuanto el socialismo surge del individualismo revolucionario, considera que el aspecto económico es prioritario con respecto incluso al Estado, de ahí que no persiga la supresión de éste, sino llegar a convertirlo en el centro de la actividad económica. El socialismo impone un sistema de organización de la sociedad bajo la dirección de un único ente rector -el Estado- que dirige, ordena, controla, vigila y distribuye todos los sectores de la sociedad y a sus individuos. El sistema socialista concentra y centraliza la actividad económica tanto del Estado como de los particulares. El socialismo se ha denominado "filosofía económica de las clases que sufren" porque su principal finalidad consiste en mejorar las condiciones de vida de los individuos menos favorecidos, procurando la disminución de desigualdades especialmente en el ámbito de las relaciones económicas. Por lo tanto, entre sus funciones está regular la economía, moderar el poder de los capitalistas y, progresivamente, lograr la desaparición de éstos mediante su incorporación al sector de los trabajadores comunes. El capital pasa de los particulares a la sociedad, pero representada ésta en la figura suprema del Estado como órgano planificador. Entre las características de ambas doctrinas, encontramos que el núcleo ideológico radica esencialmente en el aspecto económico. El comunismo lo plantea -con palabras de Marx- con base en la "lucha de clases" y en la idea de que "el capital es un poder social" que no debe estar en manos de los particulares, sino del colectivo proletario. El socialismo, por su parte, sostiene que el capital es un poder económico en sí mismo que debe concentrarse en el Estado para que éste planifique todas las actividades comerciales e industriales y sea el que distribuya los beneficios y las cargas entre los individuos, de acuerdo con los principios de igualdad y justicia social. En realidad, el socialismo lo que hace es matizar la estatización del aparato productivo empleando el eufemismo de socialización, pero el fin no es distinto de aquel que persigue el comunismo: concentrar toda la actividad económica en el Estado. Como tampoco es distinto el medio para lograrlo, que no es otro que la negación de la libertad individual y, por consiguiente, la libertad económica. Este somero análisis de las diferencias entre comunismo y socialismo pone en evidencia que, tanto para los primeros promotores de ambas corrientes ideológicas como para sus actuales defensores, el fin último de sus esfuerzos por aplicar cualesquiera de estos sistemas es incorporar todos los bienes de producción al Estado y, si no abolir, al menos reducir al mínimo necesario los bienes susceptibles de ser propiedad privada de los individuos. El patrimonio personal quedaría así circunscrito a cosas tan elementales para la supervivencia como las prendas de vestir, los utensilios de cocina y limpieza, los artículos para la higiene personal y quizá un número limitado de libros, discos y retratos.
El socialismo en las aulas
El objetivo del gobierno de impartir el "socialismo del siglo XXI" como cátedra en las universidades del país sería admisible si, al mismo tiempo, el nuevo pénsum de estudios incluyera el liberalismo y las demás teorías políticas como materias. Pero en vista de que el interés por promover las ideas socialistas en su versión bolivariana y en el contexto de la revolución homónima es, sin lugar a dudas, encaminar a los jóvenes estudiantes hacia una concepción determinada de la política, con fines bien específicos, es de suponer que el programa de dicha asignatura ha sido diseñado no tanto para el conocimiento como para la acción, eventual y efectiva, en ciertos escenarios ya previstos y de acuerdo con unas precisas directrices.
Conclusión
A modo de conclusión, se harán las siguientes recomendaciones, dirigidas especialmente a los compatriotas venezolanos: deben saber que nuestros derechos y libertades están consagrados y garantizados en la Constitución nacional; que para ejercerlos adecuadamente conviene tener alguna claridad sobre los valores y principios en los que se sustentan, a saber: libertad, justicia, igualdad, solidaridad, democracia, responsabilidad social, preeminencia de los derechos humanos, ética y pluralismo político; que para decidir acerca de una cuestión cualquiera capaz de afectar, positiva o negativamente, estos derechos, libertades y deberes debemos conocer el anverso y el reverso de dicha cuestión; que las ideologías se cuestionan, se discuten, se apoyan o se rechazan, se asumen con convicción o se adoptan por obligación o necesidad, se atacan o se defienden, pero cuando se intenta aplicar una determinada ideología para ejecutarla como plan de vida que rija todos nuestros actos e incluso justifique nuestras omisiones, hay que saber de ella y de sus opuestos tanto como sea posible para evitar cometer más errores de los que estamos dispuestos a asumir responsablemente.
Las sociedades, si no se estancan, evolucionan o involucionan. En Venezuela se han dado los tres fenómenos en épocas distintas y en distintos planos. La evolución empezó cuando fue derrocada la dictadura militar del Gral. Marcos Pérez Jiménez en el año 1958 y entramos en la era democrática. El estancamiento se produjo cuando fuimos indiferentes al hecho de que la alternancia del poder entre dos partidos dominantes no supuso, en realidad, cambios de fondo, sino apenas de forma. Las doctrinas diferían en los adjetivos: socialdemocracia y democracia cristiana, mas no en lo sustantivo, que habría sido comprobar que cualesquiera de ellos lo hacía mejor que el otro porque impulsaba el proceso evolutivo nacional. Hace casi ocho años el país decidió dar un triple salto al elegir la opción, para entonces aún indefinida -al menos, expresamente- del chavismobolivariano, encarnada en una revolución desbordante de toda clase de adjetivos. El salto ha sido hacia atrás, y ahora estamos en plena involución. No obstante, las filiales internacionales del holding socialista-comunista se reunen en Caracas para revisar su ejercicio político y hallar el modo de llenar de contenido esa nueva franquicia denominada "socialismo del siglo XXI".
Esta es una nueva sección de La pluma liberal, en la que aparecerán transcritos textualmente algunos párrafos de obras cuyos autores han dedicado, a través de todas las épocas y en las diversas sociedades, su talento y su pluma a exaltar, defender y divulgar las ideas de libertad y justicia.
Citas para la reflexión se estrena con un extracto de Sobre la libertad, probablemente la obra más importante del pensador inglés John Stuart Mill (1806-1873), presentada bajo el título "¿En qué consiste la tiranía de la mayoría?".
"(...); el pueblo que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el cual es ejercido; y el "gobierno de sí mismo" del que tanto se habla, no es el gobierno de cada uno por sí, sino el gobierno de cada uno por todos los demás. Además la voluntad del pueblo significa, prácticamente, la voluntad de la porción más numerosa o más activa del pueblo; de la mayoría o de aquellos que logran hacerse aceptar como tal; el pueblo, por consiguiente, puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y las precauciones son tan inútiles contra esto como contra cualquier otro abuso del Poder.
(...) Como las demás tiranías, esta de la mayoría fue al principio temida, y lo es todavía vulgarmente, cuando obra, sobre todo, por medio de actos de las autoridades públicas. Pero las personas reflexivas se dieron cuenta de que cuando es la sociedad misma el tirano -la sociedad colectivamente, respecto de los individuos aislados que la componen- sus medios de tiranizar no están limitados a los actos que puede realizar por medio de sus funcionarios políticos. La sociedad puede ejecutar, y ejecuta, sus propios decretos; y si dicta malos decretos, en vez de buenos, o si los dicta a propósito de cosas en las que no debería mezclarse, ejerce una tiranía social más formidable que muchas de las opresiones políticas, ya que si bien, de ordinario, no tiene a su servicio penas tan graves, deja menos medios de escapar a ella, pues penetra mucho más en los detalles de la vida y llega a encadenar el alma. Por eso no basta la protección contra la tiranía del magistrado. Se necesita también protección contra la tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes; contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos de las penas civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a aquellos que disienten de ellas y, si fuera posible, a impedir la formación de individualidades originales y a obligar a todos los caracteres a moldearse sobre el suyo propio".
(MILL, John Stuart: Sobre la libertad, 16ª ed., Alianza Editorial, Madrid, 2001, pp.61-62.)
La desgracia de los pueblos es que no aprenden de las experiencias históricas. La indiferencia o el desinterés en lecciones de la Historia se observa con mayor claridad en los países menos desarrollados, por ejemplo, los de América Latina. Me ocuparé, sin embargo, de hacer el parangón con respecto a Venezuela, entre otras razones, porque... su gobierno presenta en la actualidad unas características que obligan a reflexionar, más que en las causas, en los efectos y consecuencias de una determinada concepción política e incluso filosófica acerca del Estado.
Es bien sabido que la II Guerra Mundial (1939-1945) dejó a casi toda Europa en escombros, llenó de prisioneros los trenes y sembró de cadávares los campos. Un hombre, un solo hombre, logró que una nación entera asumiera sus ideas como un dogma de fe, obedeciera sus órdenes y asimilara su persona a la de un ser supremo. Su poder se extendió más allá de las fronteras alemanas, en un afán de conquista, depuración y dominio bajo la égida del nacionalsocialismo. Ese hombre fue Adolf Hitler.
En el libro Mi lucha (Editorial Epoca, México D.F., 1984)que escribió durante su presidio en Lansberg en 1924 -un híbrido entre autobiografía, fundamento ideológico y programa político-, el futuro Führer expresa su percepción de la sociedad: "La masa del pueblo es incapaz de distinguir dónde acaba la injusticia de los demás y dónde comieza la suya propia. La gran mayoría del pueblo es, por naturaleza y criterio, de índole tan femenina, que su modo de pensar y obrar se subordina más a la sensibilidad anímica que a la reflexión".(1984:76)
Por esta extrema sensibilidad que descarta todo viso de razón, ya sea por limitaciones naturales o por pereza mental, el autor sostiene que "El Estado tiene por lo tanto la obligación de controlar su educación y oponerse al abuso".(1984:100) Se refiere, desde luego, al abuso de "pésimos educadores, ignorantes o incluso mal intencionados" que pudieran influir inconvenientemente, entre otras cosas, en las decisiones electorales de "la masa [que] decide situaciones..., precisamente el grupo más numeroso...: un hato de ingenuos y de crédulos".(1984:100)
Pero no basta con que el Estado subordine la enseñanza a sus propios ideales, objetivos y fines, el autor afirma que es preciso, además, controlar a los medios de comunicación: "La prensa, ante todo, debe ser objeto de una estricta vigilancia, porque la influencia que ejerce sobre esas gentes es la más eficaz y penetrante de todas... Jamás debe el Estado dejarse sugestionar por la cháchara de la llamada libertad de prensa. Rigurosamente y sin contemplaciones el Estado tiene que asegurarse de este poderoso medio de la educación popular y ponerlo al servicio de la nación".(1984:100)
En materia laboral, Hitler, convencido de la importancia de ejercitar el cuerpo más que la mente, desdeña el trabajo intelectual concentrado en círculos "tan exclusivistas y... tan esclerosados que han perdido todo contacto vivo con las clases inferiores". (1984:160) En su lugar, exalta las mayores ventajas que supone para la comunidad el desempeño fabril de obreros, artesanos y técnicos, pues redunda mucho más en beneficio de la comunidad.
Hitler dejó claramente establecida en su libro toda una serie de aspectos esenciales en la vida social, económica y cultural, como el matrimonio, que según él debe tender únicamente a la procreación de seres material y moralmente sanos, a cuyos fines el Estado debe dedicar los recursos más modernos a este servicio, o como la situación de las personas física o mentalmente discapacitadas, las que, para impedir que sigan "transmitiendo por herencia sus defectos" deben ser declaradas inaptas para la procreación y sometidas "al tratamiento práctico".(1984:148) Desde luego, a estas alturas de la Historia, el mundo sabe muy bien en qué consistió ese "tratamiento práctico".
En el ámbito político, el Capítulo V contiene su visión de lo que es -o debe ser- el Estado nacionalsocialista, basada fundamentalmente en el principio de selección de los más fuertes y mejor dotados, en una concepción fundada en "la idea de la personalidad y no en la mayoría". (1984:165) Dicho de otro modo, la ideología nacionalsocialista establece el culto a la personalidad y se aleja hacia el extremo opuesto de la democracia y el consenso.
Es de suprema importancia considerar este aspecto para comprender el análisis comparativo que me he propuesto desarrollar. Bastarán unas pocas expresiones sobradamente esclarecedoras del problema que hoy en día distorsiona el estado de la democracia venezolana y que, como se verá más adelante, justifica el título de este ensayo.
El culto a la personalidad tiene su razón de ser, en primer lugar, en que de acuerdo con el principio de selección, son siempre menos los "elegidos" y, en segundo lugar, en la necesidad de dejar actuar a los más capaces, indefectiblemente una minoría, en representación de los más numerosos que, por su misma condición, están llamados a obedecer. Si una comunidad ha entendido esto, entonces "... deberá encarnar la aspiración de colocar cabezas por encima de la masa y hacer que, consiguientemente, ésta se subordine a aquéllas". (1984:167)
Una vez mentalizado el pueblo acerca de tal exigencia, convencido hasta la médula de sus limitaciones racionales, morales y culturales, así como de su pertenencia a un sector de la sociedad que debe, por su propio bien, ser conducido hacia donde mejor les conviene, según el criterio de los "elegidos", no le queda otra que rendir culto y jurar fidelidad a éstos. Pues es la misión del Estado nacionalsocialista "velar por el bienestar de sus ciudadanos reconociendo, en todos los aspectos, la significación que encarna la personalidad...". (1984:168)
Es por ello que para Hitler -y para otros muchos que en el mundo han sido y son personalistas por naturaleza y convicción-, "la mejor constitución política de un Estado y su forma de gobierno, es aquella que con la seguridad más natural lleva a situaciones de importancia preponderante en influencia directora, a los más calificados elementos de la comunidad nacional". (Ibidem)
Sólo una definición como ésta acerca de las funciones y fines del Estado puede hacer comprensible la siguiente afirmación: "Desaparecen las decisiones por mayoría y sólo existe la personalidad responsable". (Ibidem) [Negrillas adrede]
Esto explica, también, el rechazo a la sociedad organizada al margen de la estructura del Estado, y la indispensabilidad de controlar y dirigir todas las formas de asociación, especialmente los sindicatos.
Con respecto a las organizaciones políticas, Hitler sostiene: "Los partidos políticos se prestan a compromisos; las concepciones ideológicas jamás. Los partidos políticos cuentan con competidores; las concepciones ideológicas suponen y proclaman su infalibilidad". (1984:171)
Aunque en este trabajo hemos abordado apenas unos cuantos de los muchos tópicos que aparecen delineados en el "catecismo político" hitleriano, sirven, sin embargo, al propósito de demostrar las muy preocupantes similitudes entre la ideología nacionalsocialista de Adolf Hitler y la ideología nacionalsocialista de Hugo Chávez.
Indistintamente del contexto histórico-filosófico en el que el actual gobernante venezolano pretende enmarcar su programa de ideologización de las masas, desarrollo "endógeno" integral y expansión mundial, promoviendo, simultáneamente, el anti-imperialismo norteamericano y el neoimperialismo latinoamericano, encarnado, por supuesto, en su persona, se trata sin duda de un proyecto que amenaza con cercenar la libertad de los venezolanos, como de hecho ha estado ocurriendo desde el año 2002.
A nivel internacional suele comentarse que en Venezuela, si bien el Estado de derecho es bastante cuestionable, dada la fusión o confusión funcional de los poderes públicos, así como la persecución y privación de libertad contra varios comunicadores sociales y dirigentes sindicales y políticos, se mantiene, no obstante, un espacio suficientemente amplio para la libertad de expresión e información. Arguyen, en este sentido, que los canales privados de radio, prensa y televisión transmiten programas en los que tanto periodistas como oyentes, lectores y televidentes manifiestan públicamente sus opiniones y críticas sobre el gobierno.
Lo que parece no advertir la observación internacional es que la supuesta amplitud de ese espacio se va reduciendo cada día más, gracias a la intervención estatal mediante una serie de medidas, especialmente fiscales y morales, que presionan la actividad económica y el libre ejercicio profesional de los medios de comunicación.
Comoquiera que sea, lo que interesa destacar es el riesgo inminente en que se hallan la libertad y los derechos fundamentales de los venezolanos, ante la insistencia del gobierno actual en hacer del culto a la personalidad del líder un dogma de fe para las masas populares. Esto conllevaría directamente a un sistema totalitarista en el cual todos los aspectos de la vida pública y privada de los venezolanos serían vigilados, controlados, determinados y dirigidos por la voluntad de un solo hombre. Este hombre es Hugo Chávez.
Para adentro, hermano Llévame, piernas de acero propulsoras de un taxi improvisado (a) tracción de sangre roja sangre de esclavo... tallada por el látigo del déspota la espalda de tu abuelo, roja sangre de mulato libre en el vientre de tu madre negra
Sonrisa blanca y sol en tu mirada los ojos de tu padre croupier del gran casino, soldado contra el imperialismo, guerrillero dormido bajo tierra sin lápida sin cruz sin epitafio
Pedalea, hermano sobre las tres ruedas de tu vida ... no es vida todavía si tu sudor debe engrasar sus ejes y resbala por las sienes de Sierra Maestra y riega los jardines de la Habana Vieja, si dibuja en tu camisa mapas alrededor de los cañaverales y la empapa con sangre de la zafra
Llévame al sótano oscuro y maloliente donde Eliseo vende puros de contrabando y su mujer es una muerta que camina espantando a ramalazos los espíritus atormentados de su casa
Pónme de pie sobre los restos de mármol de carrara hendidos y empañados Acércame a las medias puertas para tocar su media aldaba de león decapitado Déjame bajo la sombra de esa lágrima estéril, colgada de una lámpara imperial de bohemia Cuélame como el rayo tropical se cuela entre las romanillas destrozadas Mírame tambalear al filo de los balcones enmohecidos, rotos de bala, podridos de olvido
Llévame a la garganta de tu pueblo, ahí donde se juntan moros y cristianos para aplacar los crujidos del hambre Condúceme al abismo donde la voz de Dios brota de un retrato con anteojos y habano Méteme en la madrugada cuando se oye el taconeo de la vecina que regresa con cincuenta dólares ebria y solitaria
Pedalea, hermano, mar adentro. Huye de los esbirros de la esquina, burla a los tiburones atragantados con la fe de los valientes
Noventa millas es la diferencia entre la vida y la muerte
¡Rema, coño, rema con tus brazos y tus sueños! ¡Rema con tus manos y tu pena! ¡Rema con tus piernas y tu rabia! ¡Rema con tu miedo y tu familia a cuestas!
Todo te lo deben, padre, hermano, hijo... te arrebataron el pan, la libertad, la voz, el tiempo...
Vale la pena -creo yo- arriesgar la vida por dejar de estar muerto
(Del poemario inédito "Testimonios" de Liliana Fasciani M.)
"Pero, ¿en qué lugar del mundo se encuentran desiertos más fértiles, mayores ríos, riquezas más intactas y más inagotables, que en América del Sur? Sin embargo, América del Sur no puede soportar la democracia." Alexis de Tocqueville
La primera vez que leí esta frase en La democracia en América (1969:196) sentí una vergüenza íntima y solitaria, como si cada una de las palabras que la componen fuese una mirada indiscreta que nos expusiera, completamente desnudos, al juicio de otras gentes que nada tienen, aparentemente, en común con nosotros.
La afirmación de que "América del Sur no puede soportar la democracia" obliga a detenerse en seco y a vaciar en el sitio el saco de las dudas pendientes. Dudas respecto de nuestros valores y convicciones. Dudas acerca de nuestra manera de ser y ver el mundo. Dudas sobre nociones tan fundamentales como libertad, igualdad y justicia. Entre otras razones, porque esa expresión nos pone en duda a nosotros mismos, en tanto seres racionales y capaces. Y, también, porque semejante juicio de valor proviene de un ejercicio comparativo en el cual la otra parte es, nada menos, América del Norte.
Si la aguda percepción psicológica de Alexis de Tocqueville logró captar entonces -por allá entre 1830 y 1845- las enormes diferencias entre los pueblos de ambas Américas, no obstante algunas circunstancias históricas similares, concernientes a las luchas independentistas y a la organización republicana, más de ciento setenta años después sería una necedad negar que aquellas mismas diferencias no sólo se mantienen, sino que se han acentuado.
La razón acaso estriba en que los Estados Unidos de Norteamérica se fundó sobre los sólidos principios de la libertad democrática y la democracia liberal -aunque es preciso aclarar que liberalismo y democracia no solamente no son sinónimos, son además términos antagónicos-, en una empresa de carácter colectivo que unió al pueblo norteamericano por una misma causa.
Los países de América del Sur, lejos de fundarse en tales principios, se asentaron más bien en las charreteras de mortales héroes, cuyas ideas liberales de cuño anglofrancés y cuyas aspiraciones de gloria personales prevalecieron sobre el interés general en el que, forzoso es decirlo, la desunión fue casi siempre un obstáculo insalvable.
Venezuela es hoy un buen ejemplo de los males que causan nuestra desgracia. En los albores del siglo XXI, cuando creíamos haber superado la nefasta racha de las dictaduras, hemos sido envueltos por sus sombras, esas que amenazan con estrangular nuestra libertad, esas que nos aturden con sus lenguas encendidas, en un decidido intento por arrojarnos al precipicio donde moran el miedo y el silencio.
Precisamente aquí, en el borde del abismo, tenemos que colocar nuestras dudas y empezar a despejarlas una por una. Debemos plantearnos, con la seriedad que la actual situación exige, si creemos o no en la democracia, si estamos o no dispuestos a defenderla, si usaremos para ello las armas de la razón y la justicia o las de la fuerza y el ardid, si merece la pena sacrificar el egoísmo o si merecemos ser sacrificados por los egoístas.
Es en esta Venezuela del 2006 cuando tenemos la oportunidad de comprobar si somos demócratas convencidos o autócratas genéticos.
Sin duda, siempre será preferible y mucho más conveniente soportar una democracia imperfecta que un totalitarismo perfecto; en la primera, se sobrevive en libertad, en el otro, se perece por impotencia.