29 julio 2006

La antipolítica

Por Liliana Fasciani M.

La sociedad aspira a tener buenos gobernantes que les garanticen, sobre todo, la posibilidad de mejorar su calidad de vida mediante la creación de condiciones para el desenvolvimiento de sus derechos y libertades. Y la democracia es, sin duda, el sistema ideal para elegir a aquel de los candidatos que inspira mayor confianza, tanto por su personalidad y trayectoria, como por el interés de sus propuestas. Es, además, el único sistema que permite a los electores cambiar a un gobernante por otro cuando su gestión no es satisfactoria.
Pero cuando en un país los partidos políticos se fracturan, los dirigentes políticos se desconectan del pueblo y el sistema democrático se resiente, sobra entonces espacio para la improvisación. Lo mismo surgen partidos electoralistas y, por consiguiente, cortoplacistas, sin formación política, sin bases ideológicas, sin disciplina partidista y sin proyectos de gobierno, que candidatos independientes, sin partido y sin doctrina, que se sienten capaces de intentarlo aunque carezcan de experiencia en tales lides.
Es la distorsión de la acción política y de la función de los partidos la que promueve esta clase de estímulos y reacciones que, en determinadas circuntancias, lejos de contribuir con el restablecimiento de la confianza y la comprensión, lo que puede lograr es incrementar la confusión, acentuar la incertidumbre y propiciar decisiones impulsivas.
Se supone que la política es un asunto serio, tan serio como que consiste en diseñar adecuadas políticas públicas, elaborar programas de gobierno, proponer soluciones a las necesidades de la sociedad, a partir del análisis responsable de los problemas del país y del debate de ideas en el ámbito de las diferencias ideológicas, la pluralidad partidista y el consenso de la mayoría.
Sin embargo, una vez que los partidos y sus dirigentes han perdido el apoyo del pueblo, por tantas razones como ciudadanos descontentos haya, es más que probable que también la política resulte afectada negativamente en su respetabilidad y credibilidad, lo cual se traduce en expresiones del tipo "No me meto en política" o "No creo en los políticos". La siguiente fase es cuestión de actitud: el individuo defraudado en sus expectativas puede tomar cualquier decisión, desde conceder otra oportunidad al que gobierna mal, mantenerse al margen del tema, ser o parecer indiferente, asumir una posición crítica y exigente, hasta decantarse por la antipolítica. Esta última adhesión es, quizá, la que comporta mayores riesgos.
La antipolítica -que algunos denominan nueva política- es la negación de los paradigmas políticos tradicionales y la adopción de nuevas fórmulas como consecuencia de la emergencia provocada por los políticos de oficio. Emergencia causada por el fracaso de los gobiernos, dadas la ineficacia e incompetencia de la mayoría de aquellos militantes que en sus respectivas gestiones se desempeñan como concejales, alcaldes, gobernadores, diputados, ministros y jefes de Estado, así como por la insatisfacción de los electores y por la decepcionante comprobación de que las estrategias políticas no son más que estrategias electorales.
Mientras la política es acción, ejercida normalmente por políticos, la antipolítica es una reacción de la sociedad ante el desestímulo generado por aquélla. De ahí la búsqueda de actores emergentes desvinculados de los partidos y de los gobiernos, ideológicamente independientes y preferiblemente sin mácula de corrupción directa o indirecta, es decir, la búsqueda de opciones no-políticas. Esto rompe el círculo de las representaciones habituales, cada vez menos representativas, y deja espacio a cualquier ciudadano que reúna los requisitos de elegibilidad establecidos en la Ley para actuar en el escenario político.
Y puede suceder, como de hecho ha sucedido en varios países del mundo, que actores, escritores, cantantes o deportistas asuman cargos públicos y lleguen incluso a ser investidos como Jefes de Estado. Tal es el caso del actor Ronald Reagan que alcanzó a ser Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, del dramaturgo Vaclav Havel que lo fue de República Checa, del actor Arnold Schwarzenegger, actual Gobernador del Estado de California también en Estados Unidos, del cantante Rubén Blades que aspiró a la presidencia en Panamá, del futbolista Pelé que fue Ministro de Deportes en Brasil y del cantante Gilberto Gil, actual Ministro de Cultura de ese país.
En Venezuela, después de cuatro décadas en las que predominó la política -que luego degeneró en politiquería-, la mayoría del pueblo, decepcionada por el exceso de ineficacia y asqueada por los excesos de corrupción, asumió la antipolítica como reacción. Surgió entonces un actor emergente, no del ambiente artístico, intelectual, ni deportivo, sino de los cuarteles. Y el pueblo apostó por él como mejor opción por ser una opción no-política. Al cabo de casi ocho años de gobierno, el representante de la dicha opción ha resultado más adicto a la política que cualesquiera de los que le antecedieron.
Hasta hace un par de días, los precandidatos dispuestos a disputarle a Hugo Chávez la presidencia en las elecciones pautadas para el 3 de diciembre de 2006 eran Julio Borges por Primero Justicia, Vicente Brito por Movimiento Republicano y Red Cívica Nacional, Sergio Omar Calderón por Copei, Alvaro Carrillo, independiente, Pablo Medina por Causa R, William Ojeda por Un Solo Pueblo, José Ignacio de Oliveiras, independiente, Teodoro Petkoff, Manuel Rosales por Nuevo Tiempo, Cecilia Sosa por Partido Federal Republicano, Roberto Smith por Venezuela de Primera y Enrique Tejera Paris por Solidaridad Independiente.
A esta docena de aspirantes se ha sumado ahora un verdadero outsider, Benjamín Rausseo, humorista de profesión, conocido en el patio como Er Conde del Guácharo y en la nobleza internacional como Policarpio Tercero, monarca del Reino de Musipán, con un partido político creado en un-dos-tres al que ha denominado Piedra. Y mientras los demás precandidatos -políticos de oficio- se promocionan con uno o dos lemas, el actor emergente ha traído consigo todo un repertorio de eslóganes y dichos que, en menos de veinticuatro horas de haber entrado en la contienda pre-electoral, ya son estribillos que repiten casi todos los venezolanos.
Por qué se postula y para qué son preguntas indisociables de otras como por qué ha logrado tanta y tan inmediata receptividad su candidatura, qué espera el elector de un candidato como él, por qué parece haber eclipsado a todos los demás...
Hasta hace unas pocas semanas, Teodoro Petkoff punteaba en las encuestas como el favorito de los sectores de oposición, incluso de aquellos que no confían plenamente en él o que albergan dudas acerca de su talante democrático, puesto que él representa, en opinión de muchos, la opción, más que política, electoral, para enfrentar a Chávez, y que algunos expresan aduciendo que el hecho de apoyarlo "no significa que votaré por Petkoff, sino que votaré en contra de Chávez".
Apenas Manuel Rosales se postuló como precandidato y se inscribió para las elecciones primarias, la balanza se inclinó a su favor, al punto que muchos de los que pensaban apoyar a Teodoro Petkoff cambiaron su preferencia por éste, aun cuando en el pasado apoyara a Chávez, pero según algunos "ninguno de los que se han postulado gustan, pero Rosales es el que disgusta menos".
Ahora Benjamín Rausseo -¿o es Er Conde del Guácharo?- parece haber captado casi todo el respaldo de los sectores de la oposición y hasta de algunos sectores del chavismo que se sienten marginados, utilizados o desencantados del gobierno que eligieron, y para quienes Benjamín Er Conde "es mi peor es nada".
¿Cómo hay que interpretar estas adhesiones efímeras, volubles e inconsistentes? ¿Cómo otorgar credibilidad a las encuestas o qué margen de error es posible estimar en ellas si las tendencias son de tal volatilidad? ¿Con qué criterio decide cada elector por quién votar? ¿En qué piensan cuando votan?
Dada la suspicacia que produce Petkoff en algunas personas, o la duda que despierta Rosales por su antecedente chavista, o la popularidad del outsider, uno está obligado a preguntarse ¿a quién están apoyando quienes les apoyan: a Petkoff el ex-socialista o al crítico de Chávez, a Rosales el ex-chavista o al buen Gobernador, al ciudadano Benjamín Rausseo o al personaje Er Conde del Guácharo?
Debo decir que sostengo una teoría sobre los criterios de elección de los venezolanos, que no es el caso explicarla en esta ocasión, pero que deduzco de nuestra volubilidad ideológica y de nuestra propensión a lo que denomino "all easy and fast" (todo fácil y rápido), y que se patentiza en el hecho recurrente de que, en vez de pensar el voto atendiendo a las propuestas, más bien sentimos al candidato según nos agrade o no. Esta forma de entender la política y de asumir la responsabilidad del sufragio nos ha vuelto electoralmente emocionales y políticamente irracionales.
Por nuestro propio bienestar y el del país, deberíamos saber que, en política, apostar por el mal menor de entre los peores es un acto desesperado, pero hacerlo por mera simpatía hacia la persona en lugar de porque sus ideas y propuestas nos parecen razonables, viables y buenas, es un error que se paga caro y con amargura.


1 comentario :

  1. Liliana,me parece interesantisimo tu analisis.Seguramente la amargura la iremos acumulando por capas, igual que la pintura de una vieja casa.Tanta pintura junta, un dia tendra un peso considerable y sera sacrificada en aras de la ley de la gravedad.Cuanto lo siento!!!Este pudo haber sido un gran pais.
    Saludos.Norberto

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