16 mayo 2013

La adicción al poder


Parece que lo único malo de ser Presidente es dejar de serlo. En la tentación de repetir en el cargo caen por igual demócratas y autócratas, sean de derecha, de izquierda, de centro o de algún extremo, tanto si el sistema es presidencial, semipresidencial, parlamentario o dictatorial. La ambición de poder no queda satisfecha con la primera experiencia, ni siquiera cuando el miedo o la culpa los obliga a renunciar (Fujimori), o cuando se van, rayando en el fracaso (Alan García), y mucho menos si terminan su gestión con un elevado porcentaje de popularidad (Bachelet). Una vez que traspasan el gobierno y recuperan la condición original de ciudadano, sin otra investidura que el gentilicio, no logran ubicarse en la realidad, a pesar de que la mayoría de ellos casi siempre conserva algunos privilegios.

El poder es adictivo, mucho más que el dinero, y quien tiene el poder político asume implícitamente todo lo que éste le permite abarcar, inclusive aquello que excede los límites de dicho poder. De repente, discernir entre el bien y el mal pierde importancia. La constitución se convierte en un instrumento de aplicación selectiva, pues los detentadores del poder se sustraen de ella con impúdica facilidad. Obnubilados por la mayoría que los votó y, en ocasiones, por el apoyo incondicional de sus electores, se consideran infalibles e invulnerables, se atribuyen cualidades de las que carecen y potestades que no les han sido conferidas.

En los países cuyo texto constitucional permite la reelección continua hasta por un periodo más, los mandatarios dan por hecho el triunfo (Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa), en aquellos donde se estipula la reelección alterna, los expresidentes aguardan, impacientes, el próximo chance (Caldera, CAP), y en esos otros donde la constitución se ha reformado expresamente para hacer la reelección consecutiva e indefinida, los dictadores se valen de todo con tal de no entregar jamás (Fidel Castro, Hugo Chávez).

Nosotros, ciudadanos de a pie, empoderados, relativamente, por el derecho al sufragio, tenemos que hacer un gran esfuerzo para imaginar la sensación de invencibilidad que debe producir ser reelegido, por las buenas o por las malas, una y otra vez hasta que la incapacidad o la muerte se impongan.

Quienes pensamos que la reelección es un vicio terrible que debe ser completamente erradicado por el bien de la Democracia, tenemos la responsabilidad cívica de proponer y defender, en todos los sectores de nuestra sociedad, la detentación y el ejercicio del poder por un solo y único periodo constitucional. La experiencia de casi quince años bajo un régimen autoritario, militarista y hegemónico, tiene que servirnos para comprender en profundidad cómo la ambición desmedida de poder de unos pocos representa para la mayoría de los ciudadanos la pérdida irreparable de nuestros derechos, libertades, oportunidades y hasta de la vida.

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