Tal parece que Hugo Chávez tropezó con unos cuantos escollos conceptuales a la hora de explicar en qué consiste esa cosa indefinible que ha promocionando bajo la denominación “socialismo del siglo XXI”. Se ha visto en tres y dos, intentando sacudirse la praxis socialista de los bolcheviques, de los maoístas y hasta de los cubanos, alegando que en tales experiencias, por razones ajenas a la voluntad de sus impulsores, la doctrina fue desnaturalizada y, por lo tanto, no pudo lograrse el noble fin que perseguían. Es la conocida excusa de los socialistas frustrados, quienes atribuyen el fracaso del modelo –dondequiera fue aplicado– a que si la teoría no funcionó en la práctica, fue porque la práctica no funcionó.
De ahí que su objetivo sea... (o pretenda ser) rescatar las raíces del socialismo y reinventar el modelo mediante la incorporación de otros elementos que lo hagan posible y exitoso. Estos elementos conferirían rasgos especiales al nuevo experimento, a saber, un socialismo bolivariano, indolatinoamericano, robinsoniano, zamorano y, fundamentalmente, cristiano. Al menos, eso fue lo que dijo la noche del 3 de diciembre de 2006, una vez que el Consejo Nacional Electoral transmitió los primeros resultados oficiales de las elecciones presidenciales.
Pero ahora resulta que el fundamento teórico del socialismo del siglo XXI y, por consiguiente, los rieles por los que transitarán las siguientes etapas de tan penoso proceso es el mismo de siempre: el viejo, obsoleto, esclerótico e inservible socialismo marxista-leninista del siglo XX que se impuso en la extinta Unión Soviética, en la República Popular de China y en la caribeña isla de Cuba. Es la conclusión a la que conduce la sugerencia que hizo a la Conferencia Episcopal Venezolana y a quien tenga interés en saber en qué se basa y cuál es el contenido del socialismo de esta nueva centuria, de leer las obras de Marx y Lenin, entre otras joyas literarias de más reciente publicación.
Si esto es así, sus ideas están muy lejos de la socialdemocracia que se desarrolla en España, Francia o Chile y sus acciones cada vez más cerca de un totalitarismo en toda regla al clásico estilo latinoamericano, es decir, un gobierno signado por la demagogia, el caudillismo personalista, el militarismo represor y la concentración de poder en un solo individuo con atribuciones ilimitadas por tiempo indefinido.
En su discurso de juramentación como Presidente reelecto el 10 de enero de 2007, Chávez marcó la ruta hacia la “radicalización y profundización de la revolución” a través de la metáfora mecánica representada en cinco motores constituyentes. El primero de ellos, la Ley Habilitante que solicitó a la Asamblea Nacional a los fines de gobernar por decreto en las materias consideradas como esenciales para la consolidación definitiva del socialismo de la nueva centuria.
En esa ocasión anunció con meridiana claridad su intención de modificar la división política del territorio nacional mediante la reducción del número de municipios y el establecimiento de ciudades comunales, embrionarias de futuras ciudades socialistas, en un sistema de urbes federales en las cuales “la explosión del poder comunal” reemplazará a las actuales alcaldías y juntas parroquiales. La justificación es minimizar al gigante burocrático y maximizar lo que la vigente Constitución promueve como democracia protagónica, directa y participativa, pero el fin que subyace a esta decisión no es otro que privar a los ciudadanos, en el ámbito de sus jurisdicciones, de por lo menos dos de los derechos políticos fundamentales: el derecho a ser electo y el derecho a elegir.
La realización de estas y otras muchas ideas-decisiones pasa, desde luego, por la necesidad de reformar una cantidad importante de artículos contenidos en la Constitución. Pero, a los fines que persigue Chávez, no bastará una simple reforma parcial de la misma, tal y como está previsto en el artículo 342, puesto que sus planes incluyen cambios radicales en el sistema educativo, la supresión de la autonomía del Banco Central de Venezuela, la estatización de empresas privadas, la regulación por parte del Estado del sector de las telecomunicaciones, la disolución de los partidos políticos –por ahora, solamente de aquellos cuya tendencia es favorable al gobierno– y la integración de sus dirigentes y militantes en un partido único –Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)–, y muchos otros giros en la máquina del país que aún no han sido comunicados.
Cualesquiera sean éstos, el más peligroso de todos es su propuesta-imposición de la reelección por tiempo indefinido del Presidente de la República. Según lo entiende Francisco Ameliach, director general del Movimiento Quinta República (MVR), “la alternabilidad [del poder] es un chantaje político”.
No se trata, pues, en lo absoluto de una versión distinta del modelo harto conocido –y felizmente derribado junto con el Muro de Berlín–. El socialismo del siglo XXI no es más que una reedición, a la criolla, del socialismo “real” que hasta un comunista de la talla del historiador Eric Hobsbawm admite que fue un desastre. Merece la pena citar algunos párrafos de “Sobre la Historia” en el que este autor revela tanto el fondo como la forma de la ideología y praxis socialistas:
“En la etapa posterior a 1945, la mayoría de los países de la zona –se refiere a los países del centro y del este de Europa– escogieron, o fueron obligados a escoger, el modelo bolchevique, que, en esencia, era un sistema ideado para modernizar las economías atrasadas de tipo agrario por medio de una revolución industrial planificada. (…) No hace falta que les hable sobre las carencias y defectos que presentaba el sistema desde un punto de vista económico, y que al final acabaron por conducirlo al desastre, ni sobre los regímenes políticos cada vez más insoportables que instauró en Europa central y Europa del Este…, los increíbles sufrimientos que causó a los pueblos de la URSS… (…) El colapso se debió a la progresiva rigidez e inoperancia económica del sistema y, sobre todo, a su probada incapacidad para generar novedades o para aplicarlas al ámbito de la economía, por no mencionar la represión ejercida sobre la creación intelectual.”
Bien se cuidó el hoy reelecto Presidente Chávez durante su campaña electoral de no comunicar al pueblo venezolano en cuáles específicos aspectos de la vida institucional, política, económica, cultural y social del país ejecutaría el plan de radicalización y profundización de su revolución, que piensa llevar a cabo sirviéndose de la Ley Habilitante. Sin el molesto retardo que suponen el debate y, por garantizado que esté, el consenso en la Asamblea Nacional, asumirá él mismo el rol de legislador para elaborar a su antojo, según su propia y personal concepción de los asuntos públicos, los decretos-leyes con los cuales encadenará la libertad de los venezolanos a los intereses y fines de la revolución.
Para ello, no le bastará –como he afirmado antes– el mecanismo previsto en el artículo 342 de la Carta Magna vigente, relativo a la reforma constitucional, porque la instauración de un sistema socialista de este calibre exige la modificación tanto de la estructura como de los principios fundamentales de la Constitución. Ello en razón de que Venezuela está, hasta ahora, constituida –artículo 2 CRBV– en un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, cuyos valores superiores, dentro de un sistema socialista basado en la teoría marxista-leninista, se verían desnaturalizados por completo y convertidos en meras palabras sobre el papel. El socialismo, en la concepción de Marx y de Lenin y, por ende, en el proyecto de Chávez, desvaloriza la vida, restringe la libertad, manipula la justicia, desvirtúa la igualdad, reemplaza la solidaridad por la caridad y la democracia por la autocracia, banaliza la responsabilidad social, viola los derechos humanos, desmoraliza la ética y suprime el pluralismo político.
De ahí que su determinación de realizar una reforma “profunda e integral” de dicho texto para ajustarlo a los requerimientos del modelo ideológico-político que ha resuelto establecer, no puede, de acuerdo con los procedimientos contemplados en el mismo, servirse ni de la reforma, ni de la enmienda.
La única vía posible para encuadrar en un marco constitucional los objetivos y fines de transformar el Estado democrático y social de derecho venezolano en un Estado socialista, sería a través de una Asamblea Nacional Constituyente, como lo prevé el artículo 347 de la actual Constitución. Esto implica, sin duda, un proceso de convocatoria, participación, diálogo, discusiones de carácter filosófico, jurídico y político, y la necesidad de consenso para la aprobación de cantidad de disposiciones, cuyo mayor inconveniente es el tiempo.
No parece que Chávez esté dispuesto de ninguna manera a ver ralentizado el proceso de radicalización revolucionaria por razones de tanta importancia como la legalidad del procedimiento, ni siquiera por el hecho de que éste se halla contenido en una Constitución creada, hace apenas siete años, según el molde de sus exigencias de entonces. Ahora, a medida que han crecido sus ínfulas de líder supremo, el traje constitucional ha encogido, y en él ya no caben el tronco y las extremidades de ese enorme monstruo identificado con el eufemismo de socialismo del siglo XXI.
De ahí que su objetivo sea... (o pretenda ser) rescatar las raíces del socialismo y reinventar el modelo mediante la incorporación de otros elementos que lo hagan posible y exitoso. Estos elementos conferirían rasgos especiales al nuevo experimento, a saber, un socialismo bolivariano, indolatinoamericano, robinsoniano, zamorano y, fundamentalmente, cristiano. Al menos, eso fue lo que dijo la noche del 3 de diciembre de 2006, una vez que el Consejo Nacional Electoral transmitió los primeros resultados oficiales de las elecciones presidenciales.
Pero ahora resulta que el fundamento teórico del socialismo del siglo XXI y, por consiguiente, los rieles por los que transitarán las siguientes etapas de tan penoso proceso es el mismo de siempre: el viejo, obsoleto, esclerótico e inservible socialismo marxista-leninista del siglo XX que se impuso en la extinta Unión Soviética, en la República Popular de China y en la caribeña isla de Cuba. Es la conclusión a la que conduce la sugerencia que hizo a la Conferencia Episcopal Venezolana y a quien tenga interés en saber en qué se basa y cuál es el contenido del socialismo de esta nueva centuria, de leer las obras de Marx y Lenin, entre otras joyas literarias de más reciente publicación.
Si esto es así, sus ideas están muy lejos de la socialdemocracia que se desarrolla en España, Francia o Chile y sus acciones cada vez más cerca de un totalitarismo en toda regla al clásico estilo latinoamericano, es decir, un gobierno signado por la demagogia, el caudillismo personalista, el militarismo represor y la concentración de poder en un solo individuo con atribuciones ilimitadas por tiempo indefinido.
En su discurso de juramentación como Presidente reelecto el 10 de enero de 2007, Chávez marcó la ruta hacia la “radicalización y profundización de la revolución” a través de la metáfora mecánica representada en cinco motores constituyentes. El primero de ellos, la Ley Habilitante que solicitó a la Asamblea Nacional a los fines de gobernar por decreto en las materias consideradas como esenciales para la consolidación definitiva del socialismo de la nueva centuria.
En esa ocasión anunció con meridiana claridad su intención de modificar la división política del territorio nacional mediante la reducción del número de municipios y el establecimiento de ciudades comunales, embrionarias de futuras ciudades socialistas, en un sistema de urbes federales en las cuales “la explosión del poder comunal” reemplazará a las actuales alcaldías y juntas parroquiales. La justificación es minimizar al gigante burocrático y maximizar lo que la vigente Constitución promueve como democracia protagónica, directa y participativa, pero el fin que subyace a esta decisión no es otro que privar a los ciudadanos, en el ámbito de sus jurisdicciones, de por lo menos dos de los derechos políticos fundamentales: el derecho a ser electo y el derecho a elegir.
La realización de estas y otras muchas ideas-decisiones pasa, desde luego, por la necesidad de reformar una cantidad importante de artículos contenidos en la Constitución. Pero, a los fines que persigue Chávez, no bastará una simple reforma parcial de la misma, tal y como está previsto en el artículo 342, puesto que sus planes incluyen cambios radicales en el sistema educativo, la supresión de la autonomía del Banco Central de Venezuela, la estatización de empresas privadas, la regulación por parte del Estado del sector de las telecomunicaciones, la disolución de los partidos políticos –por ahora, solamente de aquellos cuya tendencia es favorable al gobierno– y la integración de sus dirigentes y militantes en un partido único –Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)–, y muchos otros giros en la máquina del país que aún no han sido comunicados.
Cualesquiera sean éstos, el más peligroso de todos es su propuesta-imposición de la reelección por tiempo indefinido del Presidente de la República. Según lo entiende Francisco Ameliach, director general del Movimiento Quinta República (MVR), “la alternabilidad [del poder] es un chantaje político”.
No se trata, pues, en lo absoluto de una versión distinta del modelo harto conocido –y felizmente derribado junto con el Muro de Berlín–. El socialismo del siglo XXI no es más que una reedición, a la criolla, del socialismo “real” que hasta un comunista de la talla del historiador Eric Hobsbawm admite que fue un desastre. Merece la pena citar algunos párrafos de “Sobre la Historia” en el que este autor revela tanto el fondo como la forma de la ideología y praxis socialistas:
“En la etapa posterior a 1945, la mayoría de los países de la zona –se refiere a los países del centro y del este de Europa– escogieron, o fueron obligados a escoger, el modelo bolchevique, que, en esencia, era un sistema ideado para modernizar las economías atrasadas de tipo agrario por medio de una revolución industrial planificada. (…) No hace falta que les hable sobre las carencias y defectos que presentaba el sistema desde un punto de vista económico, y que al final acabaron por conducirlo al desastre, ni sobre los regímenes políticos cada vez más insoportables que instauró en Europa central y Europa del Este…, los increíbles sufrimientos que causó a los pueblos de la URSS… (…) El colapso se debió a la progresiva rigidez e inoperancia económica del sistema y, sobre todo, a su probada incapacidad para generar novedades o para aplicarlas al ámbito de la economía, por no mencionar la represión ejercida sobre la creación intelectual.”
Bien se cuidó el hoy reelecto Presidente Chávez durante su campaña electoral de no comunicar al pueblo venezolano en cuáles específicos aspectos de la vida institucional, política, económica, cultural y social del país ejecutaría el plan de radicalización y profundización de su revolución, que piensa llevar a cabo sirviéndose de la Ley Habilitante. Sin el molesto retardo que suponen el debate y, por garantizado que esté, el consenso en la Asamblea Nacional, asumirá él mismo el rol de legislador para elaborar a su antojo, según su propia y personal concepción de los asuntos públicos, los decretos-leyes con los cuales encadenará la libertad de los venezolanos a los intereses y fines de la revolución.
Para ello, no le bastará –como he afirmado antes– el mecanismo previsto en el artículo 342 de la Carta Magna vigente, relativo a la reforma constitucional, porque la instauración de un sistema socialista de este calibre exige la modificación tanto de la estructura como de los principios fundamentales de la Constitución. Ello en razón de que Venezuela está, hasta ahora, constituida –artículo 2 CRBV– en un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, cuyos valores superiores, dentro de un sistema socialista basado en la teoría marxista-leninista, se verían desnaturalizados por completo y convertidos en meras palabras sobre el papel. El socialismo, en la concepción de Marx y de Lenin y, por ende, en el proyecto de Chávez, desvaloriza la vida, restringe la libertad, manipula la justicia, desvirtúa la igualdad, reemplaza la solidaridad por la caridad y la democracia por la autocracia, banaliza la responsabilidad social, viola los derechos humanos, desmoraliza la ética y suprime el pluralismo político.
De ahí que su determinación de realizar una reforma “profunda e integral” de dicho texto para ajustarlo a los requerimientos del modelo ideológico-político que ha resuelto establecer, no puede, de acuerdo con los procedimientos contemplados en el mismo, servirse ni de la reforma, ni de la enmienda.
La única vía posible para encuadrar en un marco constitucional los objetivos y fines de transformar el Estado democrático y social de derecho venezolano en un Estado socialista, sería a través de una Asamblea Nacional Constituyente, como lo prevé el artículo 347 de la actual Constitución. Esto implica, sin duda, un proceso de convocatoria, participación, diálogo, discusiones de carácter filosófico, jurídico y político, y la necesidad de consenso para la aprobación de cantidad de disposiciones, cuyo mayor inconveniente es el tiempo.
No parece que Chávez esté dispuesto de ninguna manera a ver ralentizado el proceso de radicalización revolucionaria por razones de tanta importancia como la legalidad del procedimiento, ni siquiera por el hecho de que éste se halla contenido en una Constitución creada, hace apenas siete años, según el molde de sus exigencias de entonces. Ahora, a medida que han crecido sus ínfulas de líder supremo, el traje constitucional ha encogido, y en él ya no caben el tronco y las extremidades de ese enorme monstruo identificado con el eufemismo de socialismo del siglo XXI.
¿Y no sabes tu que las revoluciones lo revuelven todo? Esto es un revoltijo de conceptos que ni ellos mismos entienden.
ResponderEliminarEs el modus operandi de la ultraizquierda perdida.