Hace un par de semanas, en una escuela de Ontario, Canadá, el padre de una niña de 4 años de edad fue arrestado porque su pequeña, durante una tarea de dibujo libre, dibujó una pistola. Lo que sigue es una historia que debería entrar en la serie "Aunque usted no lo crea" de Ripley, y que el lector puede ver aquí con lujo de detalles.
A los niños les impresionan las armas tanto como a los adultos que no estamos familiarizados con ellas, pero la maestra de Nevaeh Sansone, más que impresionada, quedó alarmada, y transmitió su nerviosismo e inquietud al Director de la escuela, que alarmado también, en vez de llamar en primer lugar a los padres de la criatura, llamó a un asistente del Departamento de Servicios de Familia e Infancia del municipio, quien a su vez llamó a la policía. De ahí en adelante, la situación pasó de ser alarmante a paranoica.
En nuestro país, que un niño dibuje una pistola es lo de menos, porque lo verdaderamente grave es que la tenga, la exhiba y además la use. De hecho, en Venezuela hay niños que sí están familiarizados con las armas, al punto de considerarlas parte de sí mismos, mucho más de lo que consideran a sus propios familiares. El problema consiste, básicamente, en los cambios radicales que ha experimentado nuestra sociedad respecto de los valores.
Cuando se vive en medio del desorden y la violencia, el individuo desarrolla cierta tolerancia hacia las situaciones extremas que no puede evitar ni controlar. ¿Cómo podría uno de nuestros niños evitar que los desadaptados que le rodean jueguen frente a él con sus pistolas, o que los disparos perturben su sueño, sus juegos infantiles y sus tareas, o que un enfrentamiento entre bandas de delincuentes le haga retroceder a toda carrera cuando se dirige a su casa? ¿Cómo puede uno de nuestros niños controlar la impresión que le causa ser testigo de las amenazas que reciben sus vecinos de los malandros del barrio, o de los robos, asaltos y asesinatos que éstos cometen, o del tráfico de armas y drogas que cunde a su alrededor?
La pequeña Nevaeh dibujó una pistola, y con una ingenuidad absolutamente genuina, le dijo a la maestra que era la pistola que su papá tenía para "matar monstruos y hombres malos". En su imaginación, su papá es un héroe como el de las comiquitas de la televisión o como el de las películas de acción, y todos los héroes, a lo largo de la Historia y en todas las historias, sean reales o ficticias, tienen armas para combatir contra "los monstruos y hombres malos". Se entiende que si no las tuvieran, les sería imposible derrotarlos.
El miedo que sentimos los seres humanos a cualquier manifestación de violencia en nuestra contra, desde una amenaza o un insulto hasta una agresión física, se justifica hoy más que nunca, precisamente porque ya no son los monstruos y los hombres malos los únicos de los que debemos defendernos, sino de los disvalores, la indiferencia y la impunidad que refuerzan un estilo de vida completamente opuesto al respeto a la vida, a la propiedad privada y a la libertad.
Quizás en Canadá sea impensable un escenario de violencia extrema como el que existe hoy en Venezuela, y por eso la maestra de Nevaeh Sansone, el Director de la escuela, el asistente de Servicios de Familia e Infancia y la policía se alarmaron y actuaron impulsados por el pánico, dispuestos incluso a violar los derechos fundamentales de los padres de la niña con tal de evitar una desgracia, con tal de controlar la mínima posibilidad de que se produjera un acto delictivo capaz de causar desorden y de poner en riesgo la vida y la seguridad de los habitantes de Kitchener.
No hay duda de que la acción policial excedió los límites del procedimiento, pero visto y analizado el asunto desde este lado del mapa, donde los excesos de la mayoría de las autoridades persiguen otros fines muy distintos de la preservación de la vida y la seguridad de los ciudadanos, no parece que deba considerarse exagerado cualquier medio que sirva para evitar un daño irreparable.
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