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Explícame, buen Sócrates, ¿la Ley Orgánica de Protección a Niños, Niñas
y Adolescentes no se aplica a los que utilizan a menores de edad en
actos de proselitismo político?
_ En efecto, mi querido Trasímaco.
_ Entonces, ¿por qué no veo a ningún juez aplicar la ley al dictador
Hugo que está utilizando a niños y niñas en su acto televisado?
_
Ciertamente, no parece haber juez alguno por los alrededores, pero
propongo que llamemos a Aristóteles para que nos lo aclare, porque yo,
que sólo sé que no sé nada, tampoco tengo ya muy buena vista.
Sócrates le pide a Glaucón que llame al prenombrado, pero se excusa,
avergonzado, por falta de saldo en su celular. Critón, que está
estrenando un iPhone último modelo, aprovecha la ocasión para darle coco
a sus amigos y llama a Aristóteles sin hacerse de rogar.
A los pocos minutos, aparece el estagirita a bordo de una moto náutica.
_ Sapientísimo Ari -dice Sócrates-, hemos requerido tu presencia para
que nos ayudes a dilucidar una duda muy seria: si la LOPNA se debe
aplicar a quienes utilicen a menores de edad en actos de proselitismo
político, ¿por qué en este preciso momento, cuando el divino Hugo está
transgrediendo la Ley, no hay ningún juez sancionándole por ello?
_
¡Oh, por las greñas de Iris! -exclama Aristóteles- Me sorprende,
cultísimo Sócrates, que tu lógica perfecta sea superada por tan burda
evidencia. ¿Acaso Zeus podría ser juzgado por seres inferiores sin que
la balanza de la justicia se descompusiera ipso facto?
Todos asienten, pero Trasímaco insiste:
_ Sin embargo, el divino Hugo no es Zeus, por mucho que quiera parecerlo y a pesar de su poder.
_ En eso tienes razón -admite Sócrates-. ¿Qué tal si preguntamos a Hobbes?
Antes de que el maestro haya concluido la frase, Critón está listo para
hacer la llamada. Hobbes se presenta sobre un sudoroso jumento al que
se le quiebran las patas en cuanto se detiene frente al grupo.
_
Bien -dice Hobbes-, en mi opinión, no hay manera de que un juez aplique
la ley al monarca, porque su poder es absoluto e ilimitado. El soberano
ya no es el pueblo, sino él, ¿o es que no se habían dado cuenta de eso?
Todos asienten, menos Trasímaco.
_ ¡No sé porqué pierdo el tiempo con ustedes! -refunfuña Trasímaco- Ya
se los había dicho, que en cada Estado la justicia no es más que la
conveniencia del que tiene la autoridad en sus manos y, por
consiguiente, del más fuerte. Pues, ahí tienen la respuesta.
Muy
disgustado, se dispone a marcharse, pero Sócrates lo persuade de
quedarse para buscar otra opinión. A regañadientes, Trasímaco accede, y
mientras ahora Critón llama a Rousseau, Glaucón intenta distraerlo
comentando algo sobre el partido de fútbol que jugarán esa tarde el Real
Madrid y el Barsa, tema que, por cierto, apasiona a Trasímaco, que es
fanático de los galácticos.
Al cabo de un rato llega Rousseau en un
parapente y aterriza con cierta dificultad en la Plaza del Reloj de la
UCV, se aproxima al grupo y saluda con irreverencia, arqueando una ceja.
Apenas Sócrates formula nuevamente la pregunta, el ginebrino extrae de
un bolsillo de su chaqueta una botellita de ginebra, despeja su mente
con un trago y luego saca un iPad que mata de envidia a Critón.
_
Vamos a ver -comienza Rousseau-, según mis notas, hemos suscrito un
pacto social, es decir, hemos votado por mayoría y voluntariamente la
Constitución, ¿no es así?
_ Sí -contestan al unísono.
_ Según mis notas, dice en ella que todos somos iguales ante la Ley, tanto los gobernantes como los gobernados, ¿no es así?
_ Sí -contestan en coro.
_ ¿Cuál es, entonces, la duda? Si todos somos iguales ante la Ley, todos por igual estamos sometidos a ella -concluye Rousseau.
_ ¡Bah! Esas son gramíneas, Juan Jacobo -refuta, desdeñosamente,
Trasímaco-. Tú sabes tan bien como nosotros que lo pactado no es lo
cumplido. Ninguno de ustedes ha sido capaz de responder acertadamente.
Rousseau se encoge de hombros y brinda una ronda de su botellita de
ginebra. Cuando parece que el dilema no tiene solución práctica, Glaucón
apunta con el dedo hacia una granja y grita:
_ ¡George, George!
Todos miran en dirección a la granja, excepto Sócrates, que le ha
quitado el iPad a Rousseau para buscar los Diálogos de Platón, y es
entonces cuando se percata de la ausencia de éste en la reunión.
_
Tenemos que llamar a mi mejor discípulo -dice el maestro, pero nadie le
escucha, porque los demás se han ido a la granja, y él mismo empieza a
caminar hacia allá. Los contertulios rodean al granjero, que
disimuladamente tira la hoz y el martillo en una zanja, y saluda
alegremente a sus inesperados visitantes.
_ ¿Qué los trae por aquí? -pregunta, sacudiéndose el barro de las manos.
_ Nos agobia una inquietud, amigo George -dice Rousseau, ofreciéndole
un traguito de ginebra-. Si todos somos iguales ante la Ley y por lo
tanto la Ley debe aplicarse a todos por igual, ¿por qué si el dictador
Hugo la infringe, utilizando menores de edad en sus actos de
proselitismo político, ningún juez lo sanciona por ello?
El granjero se seca el sudor de la frente con la manga de su camisa, toma otro traguito de ginebra y se aclara la garganta.
_ ¡Well, it's very simple! Siendo ustedes las lumbreras que son,
entenderán perfectamente si les respondo con un ejemplo: en esta granja,
todos los animales son iguales, pero hay algunos más iguales que otros.
Los filósofos intercambian miradas durante unos segundos. Glaucón le da
un codazo a Trasímaco, Trasímaco le da un codazo a Critón, Critón le da
un codazo a Rousseau, Rousseau le da un codazo a Hobbes, Hobbes le da
un codazo a Aristóteles, Aristóteles le da un codazo a Sócrates y
Sócrates, que está touching and touching la pantalla del iPad, pega un
respingo y sentencia:
_ Con razón, mi querido Orwell, estás tan jodido en esta granja.
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