Un eslogan perfecto para despertar la curiosidad y el interés es el que promociona(ba) a Venezuela como destino turístico ideal: "Venezuela, el secreto mejor guardado del Caribe". No hay quien se resista a conocer un secreto, pero según el Índice de Competitividad en Viajes y Turismo de 2013, elaborado por el World Economic Forum, Venezuela está en el lugar 113 en la clasificación mundial de 140 países, con 3,41 puntos en una escala del 0 al 7, muy lejos de Suiza, Alemania y Austria, que ocupan los tres primeros lugares.
Los factores que determinan las condiciones de cada país en materia de políticas y regulaciones, seguridad y protección, salud e higiene, infraestructura de transporte aéreo y terrestre, infraestructura turística, tecnología comunicacional, competitividad de precios, recursos humanos, naturales y culturales, y la priorización de viajes y turismo, arrojan resultados negativos para nuestro país. No podría ser de otro modo, considerando el proceso de destrucción progresiva, en lo material y en lo moral, durante los últimos catorce años.
Hace tres semanas conocí a una profesora francesa que las ha pasado canutas desde su llegada. Apenas pisó suelo venezolano, se dio cuenta de que su maleta ya no tenía el candado que le había puesto y le faltaban algunas pertenencias. Quiso alquilar un pequeño apartamento, y la agencia inmobiliaria le ofreció uno que estaba en pésimas condiciones, con colchones manchados por la humedad, paredes, ventanas y espejos rotos, cables colgando encima de la bañera, muebles asquerosos, un arrume de corotos en las esquinas y mucha suciedad en todas partes, nada menos que por treinta mil bolívares. Intentó abrir una cuenta bancaria, y le exigieron tantos requisitos que debió desistir. Quiso retirar dinero de un cajero electrónico con su tarjeta de débito francesa y, por supuesto, no pudo hacerlo. Cuando le expliqué el rollo del control de cambio, su expresión era de portada. Fue a una tienda de computación para que repararan una falla en su laptop, y en el proceso le volaron la data del equipo. Fue a una oficina de Ipostel a retirar una caja de libros que ella misma envió antes de partir hacia acá, y lo que apareció fue una bola de cartón envuelta en un kilómetro de cinta de embalaje, que no le entregaron porque, según el funcionario de Ipostel, no tenía remitente ni destinatario.
El viacrucis a Ipostel durante dos días seguidos, sin éxito aún, rebasó su capacidad de comprensión y su paciencia. La pobre mujer lloraba desesperada, sin poder entender qué sucede en este país, donde todo le ha resultado tan extremadamente complicado, donde las personas mienten sin que se les mueva un músculo de la cara, donde no se puede caminar de noche por las calles, ni llevar dinero en la cartera, ni cambiar 100 dólares en un banco.
El secreto mejor guardado del Caribe no es Venezuela y sus bellezas naturales, sus tradiciones, su gastronomía y su cultura, sino las cuentas en divisas extranjeras de un montón de gente bien enchufada en el régimen espurio, que además utiliza la Asamblea Nacional para imponer leyes que castigan la mala conducta de unos pocos, en vez de legislar para garantizar las libertades y los derechos de todos.
Este fin de semana, la francesa decide si se queda por el tiempo que pensaba estar aquí, o si coge sus macundales y se va.
Los factores que determinan las condiciones de cada país en materia de políticas y regulaciones, seguridad y protección, salud e higiene, infraestructura de transporte aéreo y terrestre, infraestructura turística, tecnología comunicacional, competitividad de precios, recursos humanos, naturales y culturales, y la priorización de viajes y turismo, arrojan resultados negativos para nuestro país. No podría ser de otro modo, considerando el proceso de destrucción progresiva, en lo material y en lo moral, durante los últimos catorce años.
Hace tres semanas conocí a una profesora francesa que las ha pasado canutas desde su llegada. Apenas pisó suelo venezolano, se dio cuenta de que su maleta ya no tenía el candado que le había puesto y le faltaban algunas pertenencias. Quiso alquilar un pequeño apartamento, y la agencia inmobiliaria le ofreció uno que estaba en pésimas condiciones, con colchones manchados por la humedad, paredes, ventanas y espejos rotos, cables colgando encima de la bañera, muebles asquerosos, un arrume de corotos en las esquinas y mucha suciedad en todas partes, nada menos que por treinta mil bolívares. Intentó abrir una cuenta bancaria, y le exigieron tantos requisitos que debió desistir. Quiso retirar dinero de un cajero electrónico con su tarjeta de débito francesa y, por supuesto, no pudo hacerlo. Cuando le expliqué el rollo del control de cambio, su expresión era de portada. Fue a una tienda de computación para que repararan una falla en su laptop, y en el proceso le volaron la data del equipo. Fue a una oficina de Ipostel a retirar una caja de libros que ella misma envió antes de partir hacia acá, y lo que apareció fue una bola de cartón envuelta en un kilómetro de cinta de embalaje, que no le entregaron porque, según el funcionario de Ipostel, no tenía remitente ni destinatario.
El viacrucis a Ipostel durante dos días seguidos, sin éxito aún, rebasó su capacidad de comprensión y su paciencia. La pobre mujer lloraba desesperada, sin poder entender qué sucede en este país, donde todo le ha resultado tan extremadamente complicado, donde las personas mienten sin que se les mueva un músculo de la cara, donde no se puede caminar de noche por las calles, ni llevar dinero en la cartera, ni cambiar 100 dólares en un banco.
El secreto mejor guardado del Caribe no es Venezuela y sus bellezas naturales, sus tradiciones, su gastronomía y su cultura, sino las cuentas en divisas extranjeras de un montón de gente bien enchufada en el régimen espurio, que además utiliza la Asamblea Nacional para imponer leyes que castigan la mala conducta de unos pocos, en vez de legislar para garantizar las libertades y los derechos de todos.
Este fin de semana, la francesa decide si se queda por el tiempo que pensaba estar aquí, o si coge sus macundales y se va.