25 julio 2013

Inmunidad Parlamentaria

Diputado Richard Mardo
En la Constitución venezolana, la inmunidad parlamentaria es una prerrogativa expresamente consagrada en el artículo 200: “Los diputados o diputadas a la Asamblea Nacional gozarán de inmunidad en el ejercicio de sus funciones desde su proclamación hasta la conclusión de su mandato o la renuncia del mismo”.

Allanar la inmunidad parlamentaria de un diputado no es un asunto de poca importancia, en primer lugar, porque se trata de un cargo de elección popular, y en segundo lugar, porque la razón de ser de dicha prerrogativa no es defender a la persona que funge como legislador, sino proteger el ejercicio libre e independiente de sus funciones parlamentarias, por una parte, y por otra, evitar que mediante confabulaciones se intente llevar a cabo algún tipo de retaliación política.

De ninguna manera debe confundirse la inmunidad con la impunidad, pues aquélla no es una mampara para los delitos o hechos ilícitos que pudieren cometer los diputados durante el ejercicio de su representación. El artículo 200 de la Constitución vigente establece que “De los presuntos delitos que cometan los o las integrantes de la Asamblea Nacional conocerá en forma privativa el Tribunal Supremo de Justicia, única autoridad que podrá ordenar, previa autorización de la Asamblea Nacional, su detención y continuar su enjuiciamiento”.

Por lo tanto, el procedimiento exige que antes de llevar a juicio a un diputado, se cumpla con el requisito previo contemplado en el ordinal 20 del artículo 187 de la Constitución: “La separación temporal de un diputado o diputada sólo podrá acordarse por el voto de las dos terceras partes de los diputados y las diputadas presentes”.

Escribo este artículo pocas horas antes de que la decisión de allanar la inmunidad del diputado Richard Mardo se realice con el voto de 2/3 de los miembros de la Asamblea Nacional o con el voto de una mayoría simple. Si ocurriere esto último, esa mayoría simple de legisladores estaría violando impunemente la Constitución y la voluntad de los electores que eligieron al diputado Mardo como su representante, pero además, se estaría ejecutando una vil venganza política, muy propia de regímenes que, como el actual gobierno ilegítimo, se esmeran en la interpretación arbitraria de la Constitución y las leyes.

11 julio 2013

Juguetes sospechosos


Pertenezco a una generación que creció corriendo en bicicleta alrededor de la cuadra, jugando a los piratas, haciendo fiestas de muñecas y patinando en unos bólidos de cuatro ruedas. Lo normal era jugar al aire libre. Nuestros pasatiempos eran sencillos e inofensivos. ¿Qué daño podían causar unos yaquis, o una pista de trenes, o una pistola de chupones? La diversión de los niños no era entonces una prioridad que les quitara el sueño a nuestros padres, y cualquier aproximación al estado de aburrimiento era inmediatamente solucionada mediante alguna actividad escolar o doméstica.

Los tiempos han cambiado, y también las opciones de entretenimiento, los horarios y espacios de juego, la utilidad de los juguetes. Las circunstancias han metido a los niños en sus casas –o en las casas de sus amigos-, a medida que la tecnología ha creado nuevos y sofisticados trebejos, que han evolucionado desde el popular Super Mario Bros (1985) hasta el increíble simulador Wii Sport (2006), a lo largo de casi tres décadas de consolas y plataformas recreativas en las que también han tenido lugar épicas confrontaciones bélicas.

Hay quienes afirman que esta clase de juegos incentiva la violencia en los jugadores, que éstos se mimetizan en la conducta de los personajes que asumen, que las muchas horas que pasan frente a la consola los idiotizan, que el afán de vencer al enemigo los vuelve irascibles. Otros, como el psicólogo Christopher Ferguson, especialista en justicia criminal de la Universidad Texas A&M, asegura que las investigaciones no han demostrado hasta ahora que los videojuegos incrementen las conductas agresivas ni que disminuyan conductas prosociales.

Los que hicieron la guerra a lo largo de la historia de la Humanidad quizás en su infancia jugaron con espadas de madera, tal como los chicos de muchas generaciones posteriores  jugaron a los vaqueros y los indios. Sin embargo, no parece lógico pensar que dichos juegos desataron en ellos un instinto belicista, ¿o sí?

Una sociedad que se mueve a mayor velocidad que las agujas del reloj, en espacios cada vez más reducidos, sometida a todo tipo de riesgos y temores, necesita imputarle a alguien o a algo las causas de sus desajustes. Venezuela está entre los primeros cinco países más violentos del mundo. ¿Debemos suponer que esos matones han vivido su infancia y adolescencia entrenándose frente a una consola de videojuegos?

El espía invisible



Aparentemente, no hay nadie más en mi estudio cuando me dispongo a escribir este artículo. Frente a mi escritorio, una copia litográfica de "Mujer sentada de espalda" de Matisse. La descarto como potencial espía, no sólo porque está de espalda, sino porque está siempre tan concentrada en sus propios pensamientos, que todo le es absolutamente indiferente.

Detrás de mí, la cabeza de un viejo pirata cuyo barco naufragó quién sabe dónde. Hemos estado intercambiando secretos desde que yo era una niña y su atalaya era una pared de la oficina de mi padre. Ahora vive en mi casa. Somos viejos amigos, pero él es un pirata, y de repente se me ocurre que por un botín de cierto valor, quizás estuviera dispuesto a... ¡No! Lo descarto también, entre otras razones, porque tiene un parche en el ojo izquierdo, y además no quiero herir sus sentimientos con una elucubración tan ofensiva.

Paseo mi mirada por la biblioteca y tropiezo con rostros familiares y amigables, sonrisas afectuosas, enmarcados en portarretratos que han congelado diversos momentos de los que también yo he participado. No podría dudar de ninguno de ellos. Así, pues, que comienzo a teclear, convencida de que todo está en orden, porque estoy en mi casa, y nadie -que yo sepa- ha venido a instalar cámaras ocultas, ni micrófonos diminutos. Sin embargo, de vez en cuando vuelvo a echar un vistazo a mi alrededor para cerciorarme de que no hay nada sospechoso.

Sigo escribiendo, pero un estridente bocinazo me hace soltar una mentada de madre, entonces me doy cuenta de que la ventana está abierta y la persiana recogida hasta el tope. Un par de zamuros podrían entrar juntos a través de ella sin rozar el marco y dejar caer en un rincón algún dispositivo. Cualquier habitante del edificio de enfrente podría creerse L. B. Jefferies, el protagonista de "La ventana indiscreta" (Hitchcock) y enfocar perfectamente hacia aquí con unos binoculares o una cámara fotográfica. Cualquier arrendatario del mismo edificio podría sentirse igual que Trelkovsky en "El inquilino" (Polanski) y pasarse el día entero espiándome, si estuviera convencido de que tengo la intención de enloquecerlo. El ojo omnipresente del gran hermano orwelliano en "1984" podría seguir el movimiento de mis dedos sobre el teclado y adivinar lo que escribo. El mismo Cañizales podría detener su máquina del aire justo enfrente y lanzarme un toronto envuelto en un papel laminado con partículas trasmisoras de huellas dactilares, que alguien disfrazado de indigente recogería después en la basura.

La verdad es que el espía más peligroso no es Snowden, ni los rusos, ni el G2 cubano; el único espía al que hay que temer es a la conciencia. Invisible, intangible, omnisciente, imposible de evadir o de ignorar, inmune al contraespionaje, a los antivirus y a los insecticidas. Insobornablemente delatora. Ni aun quienes pareciera que no la tienen, han podido deshacerse de ella.

04 julio 2013

Federalismo y descentralización



Si Caracas ya no es lo que era, los pueblos y ciudades del interior están lejos de llegar a ser urbes modernas y bien desarrolladas con un crecimiento económico sostenido, un nivel cultural en ascenso y un conjunto de servicios eficientes.

A pesar de que el artículo 4 de la Constitución vigente afirma que Venezuela es "un Estado federal descentralizado", lo cierto es que ni el federalismo ni la descentralización han prosperado nunca, entre otras razones, porque no ha habido voluntad política para ello, y porque cuantos han desfilado por los gobiernos de turno han temido perder cuotas de poder.

La dependencia, principalmente económica, de los gobiernos regionales y municipales respecto del gobierno nacional les ha convertido en mendicantes de sus propios recursos, cuyas ganancias maneja y distribuye el Ejecutivo sin criterio de equidad (o sin criterio alguno). Máxime en estos tiempos de soberbia intemperancia y de intolerancia ideológica, que han redundado en lamentables perjuicios para la provincia, donde el deterioro de la infraestructura y el pésimo funcionamiento de los servicios no se pueden ocultar bajo un brochazo de pintura en el asfalto.

Es imprescindible que el próximo nuevo gobierno tome en serio la necesidad de concretar, definitivamente, las bases del federalismo que den lugar a un proceso de descentralización responsable y eficaz que favorezca el desarrollo y el progreso de todo el país, sin depender del caprichoso arbitrio presidencial.