Usted vive en ciudad congestionada por el tráfico. Autopistas y avenidas que, a las horas pico, se convierten en estacionamientos de autos encendidos, unos detrás de otros, en filas interminables que ocupan los tres o cuatro canales en ambas direcciones. Usted es el conductor o el pasajero, se pone nervioso por el retraso, por el temor a ser atracado en plena vía, está ansioso por llegar a su sitio de trabajo, a la reunión fijada para una determinada hora de la que ya han transcurrido varios minutos, a la clase que ya comenzó, a la cita médica que quizás habrá perdido cuando finalmente logre entrar en la antesala del consultorio... O son las cinco de la tarde y está cansado, quiere llegar a su casa, soltar el portafolios, quitarse los zapatos, darse una ducha, relajarse, pero aún está muy lejos de su sofá, porque es usted el que está en medio del atasco y observa, de repente, que del interior del capó empiezan a salir volutas de humo. ¿El motor estará fumando? ¡No! ¡No puede ser! ¡No aquí, por favor! ¡No ahora! Pero sí, sí puede ser, justo ahí, en la pata 67 de ese largo ciempiés detenido en la vía, el motor de su carro se ha recalentado. Mientras espera que el tráfico avance o que el radiador se enfríe, usted sueña con el día en que, con sólo pulsar un botón, pueda transformar su auto en una nave voladora. ¿Cuántas veces lo ha imaginado?
¡Ese día es hoy! Aquí está el automóvil que le sacará de los embotellamientos.
¡Ese día es hoy! Aquí está el automóvil que le sacará de los embotellamientos.